viernes, 25 de junio de 2010

Sacrilegio en la Costa



Hay ocasiones en que la investigación histórica depara sorpresas que disgustan, hallazgos que emborronan trayectorias personales ocultadas por el fulgor del éxito. Son datos sometidos al filtro de la veracidad y expuestos bajo la obligación moral del descubridor, que acude incrédulo a la búsqueda casi obsesiva de desmentidos que solo aportan mayor cantidad de pruebas. El dilema se inclina sobre su exposición pública aún a riesgo de incomodar conciencias, resucitar olvidos y derribar mitos.

Víctor de la Serna y Espina era periodista, Premio Nacional de Literatura e hijo de la escritora Concha Espina. En su libro “Nuevo viaje de España. La Vía del Calatraveño”, publicado en 1960, dos años después de su fallecimiento, dedicó cuatro capítulos a nuestra zona: “Sacrilegio en la Costa del Sol”, “Pomos de Oro”, “La Hoya de Málaga” y “Mijas, mirador para querubines”, este último dedicado a Juan Hoffman. De prosa rica, sugestiva, con un gran manejo del vocabulario, fue describiendo, al estilo de un viajero intuitivo y crítico, los inicios del turismo, las impresiones del paisaje, el abandono de nuestro patrimonio y el lado amable de sus gentes.




El capítulo “Sacrilegio en la Costa del Sol” es el que mejor define sus impresiones. Su llegada a Marbella fue en barco, en verano, la desembocadura de Río Verde estaba seca y llamó su atención la frondosidad de los bosques de eucaliptos: “Así, pues, con poca ropa por causa del sol y con pocas lecturas por causa de lo otro, echada al aire la moneda y aceptado el destino, entremos en Andalucía, compañero, como contrabandistas o como corsarios, desde el mar, por la desembocadura del río Verde, entre dos bosques de eucaliptos que, con su verde oscuro, nos parecían dos rocas. Son dos centinelas de esta sacra costa que vamos a pisar”.

Hacia las termas de Guadalmina dirigió sus pasos: “…están las colosales ruinas de unas termas romanas. Partiendo de ellas hacia el Norte, en dirección al pueblo de San Pedro de Alcántara, una conducción de agua, con registros cada doce metros y medio se extiende en una distancia de casi una legua… hasta hace quince días las termas servían de cubil de cerdos. Duele, pero es cierto y hay que decirlo, el que haya tenido que ser una dama americana quien acaba de cercar con alambre de espinos el recinto…”. La visión del monumento incitó la crítica: “Parece que cierta clase dirigente española debiera ocuparse de estas cosas cuando la clase dirigida «no cae» en ellas”.

Sin embargo, fue la visión de la basílica de Vega del Mar la que desató su verbo impregnado de catolicismo: “Aquí empieza nada menos que la España cristiana”, “la filiación de nuestra condición de cristianos viejos, nuestra más gloriosa ejecutoria”, pero la decepción era evidente: “sirve ocasionalmente de letrina a los jabegotes de la costa, a los vagabundos… Si partimos de una vergüenza, ¡bah!, siempre será para repararla. Verás que tardan nuestros amigos de Madrid en salvar la pila bautismal más antigua de España. Verás lo que tarda en saltar la ira… Purificada de inmundicias la piscina bautismal, sembradas unas flores junto al pequeño nártex, con poco que seamos de buenas personas, ¿no estás seguro, compañero, de sentir conmigo el rumor de las alas de los ángeles”.



La descripción de la comarca, incluida en el capítulo “Pomos de oro” alcanza un grado considerable de admiración, con inspiradas pinturas: “Y esta costa ha adoptado el nombre de Costa del Sol, que es, después de todo, justa y solemne. Antes se la llamaba, más sencillamente, la Marina de Andalucía… Cada una de estas villas y ciudades es distinta y es bella… Hay que rondar aún a esta bella durmiente que es la tierra de Málaga, a la que tú y yo compañero, queremos ganar (sin quitarle a los forasteros el honor de admirarla) para los españoles el goce de poseerla”.

Destacó las virtudes de nuestro paisaje sin escatimar calificativos: la intacta pureza de la torre de Torremolinos, la riqueza sin par de las pequeñas vegas, los primores de sus huertas, los pomelos de El Ángel embalándose como joyas, la brillantez de los tomates de Guadalmina “pomos de oro”, Mijas un gigantesco castillo de rocas cortadas. “No existe posibilidad de describir belleza semejante”; la silueta de Gibraltar “puro valor cromático”. “Esta bermeja la Sierra Bermeja”; “blanca la Sierra Blanca de Marbella, que en las noches de luna dicen que se ve, como un Sinaí de plata, desde África”; Ojén entre higueras y algarrobos; “los naranjales de Los Llanos, que están ahora en toda su dorada y perfumada turgencia”.

Esta historia se escribe con miel, edulcorada de lirismo, de madurez, con satisfacción por una biografía plena de éxitos y reconocimientos. Sin embargo, tras ese almíbar De la Serna cargaba con un pasado escrito con hiel.




Víctor de la Serna decidió que la zona era un hermoso lugar para residir. Primero vivió en una finca en Punta La Plata de Estepona y años después alquiló una vivienda en la Huerta Grande de Marbella en la que disfrutaba de sus vacaciones. Fernando Alcalá lo definió “como hombre sencillo y servicial”. Atrás habían quedado los años de su activismo político como miembro destacado de la Falange, combatiente de la División Azul, a la vez que corresponsal de guerra. El 19 de mayo de 1937 expresaba su torticera visión sobre el bombardeo de Guernica por parte de la Legión Cóndor alemana en ABC: “Son los separatistas los que han incendiado Guernica, con una morbosa perversidad de sacrílegos. (...) Ellos habrán reído satánicamente detrás de las cumbres, en su huida, mientras estallaba el artefacto que había de reventar, entre acres nubes de pólvora, las últimas casas de la villa. Aún he alcanzado a ver los cables que unían las minas colocadas por los masoncitos entre sacrílegas bendiciones de los clérigos renegados”.

Fue detenido, junto a Manuel Hedilla y algunos falangistas más, por oponerse en 1937 al Decreto de Unificación que significaba la desaparición de FE de las JONS. Incluido entre los ideólogos de la Falange, cercano a José Antonio, se le atribuye la creación de la denominación “El Ausente” para referirse a Primo de Ribera con el objetivo de fomentar la leyenda de su regreso. En 1940 formaba parte de una comitiva de periodistas invitados por el régimen nazi a Berlín cuyo anfitrión fue Goebbels al objeto de visitar distintos medios de comunicación del Tercer Reich.


Fue director del diario Informaciones hasta 1948. Francisco Umbral lo incluyó dentro de los prosistas de la Falange y lo calificaba de noble y compañón, camisa vieja y germanófilo. Eduardo Haro Tecglen que lo conocía bien, pues trabajó en el periódico, consideraba a De la Serna su protector y lo acreditaba como “creyente, no solo falangista, sino hitleriano”. “Era nazi: seguía encontrando que el nacionalsocialismo podía hacer la revolución social en España. No renunciaba a sus beneficios: pero era leal a sus principios”. Eduardo Martín de Pozuelo e Iñaki Ellacuría en su libro “La guerra ignorada. Los espías españoles que combatieron a los nazis” cuentan que era “conocido popularmente como Otto que es la forma castiza de mostrar dónde están sus simpatías”. Sobre el periódico Informaciones iban más allá: “Este periódico está financiado enteramente por los alemanes. Es el más pro eje de todos los periódicos de Madrid”.

El 2 de mayo de 1945 Informaciones llevaba en su portada la muerte de Hitler: "Un enorme ¡Presente! se extiende por el ámbito de Europa por Adolf Hitler, hijo de la Iglesia Católica, que ha muerto en defensa de la Cristiandad". La necrológica, firmada por De la Serna bajo el seudónimo Unus, ha sido subrayada en la historiografía de la prensa española por su sorprendente tono laudatorio: “Cara al enemigo bolchevique en el puesto de honor, Adolfo Hitler muere defendiendo la cancillería… Ha muerto nuestro capitán pero su espíritu vive y su obra es imperecedera”.



En los años 90 la Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades Nazis en Argentina (CEANA), creada bajo los auspicios del gobierno Menem, realizó una exhaustiva investigación. En el capítulo “Agencias estatales y actores que intervinieron en la inmigración de criminales de guerra y colaboracionistas en la pos Segunda Guerra Mundial. El caso argentino”, fechado en noviembre de 1998, Beatriz Gurevich, incluyó los datos aportados por un sumario administrativo, llamado “Diana” procedente del Archivo de la Dirección General de Migraciones de Argentina, datado en 1949, en el que Víctor de la Serna aparece como miembro de un grupo de colaboradores, “asesores confidenciales allegados”, del gobierno de Perón para facilitar la huida desde España a Argentina de cientos de fugitivos nazis.

El secreto se ha roto, la magia de su pluma manchada. Qué paradójica es la belleza de las palabras, que a veces camufla miserias, la sensibilidad crueldades y la ternura aberrantes ideologías. Víctor de la Serna dio nombre a una marbellense y céntrica calle. Un busto en su honor se levanta casi clandestino en un pequeño jardín. Su grisáceo tono es blanco y negro en memoria anestesiada, inacabada, pendiente.

jueves, 17 de junio de 2010

El palacio del gigante



"Era común la creencia desde tiempo inmemorial entre los habitantes de la ciudad y la villa, próximos a dicho cerro, que estaba éste hueco y que en sus entrañas había un inmenso palacio y en su centro una estatua colosal a caballo armada de todas armas y espada en mano, en actitud de defender la entrada a tan misterioso recinto. La noticia de este palacio y de los tesoros que en su seno existían ha sido la conversación constante de labriegos y señores de la comarca. Recientemente llegó el relato a conocimiento de un curiosísimo arqueólogo, hijo de la soberbia Albión, quien al ponerse al cabo de los novelescos detalles que de tal cerro se hacían, proyectó hacer una expedición al corazón del mismo. Nada importó al inglés ni a los que se comprometieron a seguirle, que fuera también común la creencia que el que intentaba escudriñar tan asombrosa morada no volvía y al entrar en ella quedaba allí preso, muerto y enterrado por un poderoso brazo que estrangulaba al atrevido”.

Sucedió en Marbella y se publicó en la sección “Gacetillas” del periódico El avisador malagueño en el último cuarto del siglo XIX. Relataba el descubrimiento de un suntuoso palacio subterráneo en lo que hoy se conoce como los restos arqueológicos de Cerro Torrón, entonces nombrado de Torrox, señalado como del Terror en menguantes memorias locales. La exclusiva, dramatizada, con más leyenda que certeza, encajaba bien en el ambiente de la época, en el que los hallazgos arqueológicos aumentaban su valor gracias a un añadido mítico. La tradición clásica impregnó el acervo malagueño y cualquier descubrimiento amplificaba grandezas y riquezas en el imaginario popular.




“La expedición entró en el cerro, penetró en la mina que conducía al centro y cuando habían andado sobre 50 metros, se encontró frente a frente a una estatua colosal tallada en bronce, montada a caballo... Siguió adelante y se halló con una magnífica portada tallada sobre roca viva. Un salón espacioso se presentó ante su vista, adornado de estatuas perfectamente talladas. Alhajas, tesoros en plata y oro... En mueblaje hallaron un verdadero tesoro. Cuando todo esto habían admirado, creyeron ver una puerta en sitio obscuro, llegaron a ella y penetraron por una ancha escalera de mármol, descendieron a un extenso y riquísimo salón”.

El expediente se conserva en el Archivo Díaz de Escovar de Málaga. Se compone del recorte del periódico, sin fechar, y un poema, en romance, manuscrito firmado por José J. de Béjar Zambrana, literato y abogado (1842-1896), que se dedicó a la enseñanza del derecho, especializándose en Romano y Civil. Años más tarde fue titular del Juzgado de la Merced. Tiene en su haber una Historia del Derecho Romano y varios dramas, zarzuelas y entretenimientos cómicos inéditos. Publicaba pequeños poemas en la prensa local y el dedicado a Cerro Torrón también estaba destinado a tal fin.

La leyenda se había desorbitado y el poema era un potenciador. Problemas de espacio impiden su publicación íntegra. He aquí un extracto: “Mas los astutos romanos/ la esperanza siempre viva/ de recuperar briosos/ lo que perdieron un día,/ dejaron en cada puerta/ de cada entrada escondida/ furioso dragón que guarda/ el acceso a la guarida./ Hubieron de haber algunos,/ llevados de la codicia/ que descubrir procuraran/ las entradas escondidas/ y hubieron de dar con ellas/ y adentro penetrarían/ pero también se supone/ que dentro se quedarían./ Porque por más que pasaron/ y transcurrieron los días;/ es lo cierto, que de ellos/ no se vio rastro, ni pista.

(...) Tras el antro cavernoso/ de cueva espantosa y fría/ mágico palacio abre/ a sus espacios cabida./ Salones de extensa planta/ se suceden a porfía/ profusamente adornados/ de cuanto el gusto cavila. (...) su techumbre embovedada/ es a techos sostenida/ por diáfanas columnas/ de cuarzo y estalactitas. (...) ¡Ay triste del que intentara/ con temeraria osadía/ penetrar en el recinto/ de aquella mansión olímpica!

Cerro Torrón es hoy uno de los yacimientos arqueológicos más valiosos de Marbella. Mal conserva restos de una fortaleza prerromana. En su entorno hay varias entradas de pequeñas cuevas y catas mineras antiguas. Se corona tras cruzar Río Real a la altura de un meandro donde resiste un magnífico molino, por un hermoso sendero de retamas y aulagas, camino muy diferente al descrito por Béjar: “Sábese, si, que hay un cerro/ de no muy elevada cima/ cubierto de matorrales/ entre alcornoques y encinas./ Espeso y denso bosque/ de zarzales y chamizos/ dificultan que en él tengan/ los rayos de sol cabida./ Vertientes impracticables,/ quiebras de altura infinita,/despeñaderos sin número,/ impiden toda subida.

Su aspecto, tras años de expolio, asemeja a un paisaje lunar lleno de agujeros, secuelas de una guerra perdida contra los buscadores de tesoros y contra los obligados a su protección y recuperación, también conocidos como autoridades competentes. El lugar está yermo, abandonado, inquietante. Del incauto arqueólogo de la pérfida Albión nunca se supo, ni su nombre. Del palacio no hay rastro, del marbellense gigante se sospecha que aguarda, escondido, mejores tiempos para la arqueología.

jueves, 10 de junio de 2010

La Gira





Era un día más de las fiestas, en el que se desinhibían los sentidos, la sensación de libertad crecía y el ánimo se alimentaba de naturaleza, familiaridad y convivencia. Se trataba de una tradición, que entronca con otras de remotos tiempos de tribus, solsticios y viejos cultos, quien sabe si paganos, acaso añejas zambras andalusíes, simple solaz del pueblo. En ocasiones se le denominó como romería, pero era La Gira a secas. Es palabra antigua, en desuso para el significado de entonces pues ahora sólo se conoce como una tournée de artistas, aunque en Sudamérica aún mantiene esa acepción inicial, como manifestación popular y campestre. En el Tesoro de la Lengua de Sebastián de Covarrubias, diccionario del siglo XVII, gira es definido como “la comida o fiesta que se hace entre amigos, con regocijo y contento, juntamente con abundancia de comer y beber y mucha alegría y chacota”. El autor citaba al Padre Guadix "dice que Gira es nombre arábigo, y que vale comida opípara y abundante”, definiciones estas muy alejadas de cualquier vínculo de fe.

Son fiestas populares y espontáneas hasta que alguien decide meterle la vara de mando de la organización oficial, entonces pierden frescura y ganan en esplendor, el camino se transforma en circuito oficial y cabe la posibilidad de crear en su entorno un ambiente de lugares sagrados, bendecidos o de culto, a los que incluso construyen santuario, ermita o altar. A veces lucen como multitudinarias manifestaciones de fieles y romeros, devotos y apasionados. La mezcla entre lo religioso y lo profano puede llegar a confundirse.

En Marbella, este tipo de manifestaciones se ofrecen en diferentes circunstancias y lugares, casi siempre exentas de patrocinio público de ahí que existan parcas referencias. Fue el caso de la fiesta de la Oliva y la del Tostón, júbilo de cosechas; de la romería de la Hacienda de San Manuel en Las Chapas, débil en su memoria, o de promesas como el camino a la ermita de los Monjes en busca del remedio milagroso de Nuestra Señora de la Sierra y la subida a la Cruz Juaná, vinculada a leyendas y naufragios. Muy ancestral y popular era la visita a la ermita del Cristo de Guadalpín con San Nicolás milagroso, como escribía Juan Pino Ridruejo: “Voy a Guadalpín, la ermita/ de caminatas,/ a cumplir mi promesa/ muy de mañana./ San Nicolás,/ con su ermita chiquita,/ ¡cómo huele a azahar”.

Nuestros mayores rememoran triscas, jolgorios y saraos en los pinares de Guadalpín, también nombrados de Valdeolletas. La Gira se celebraba el último día de feria, generalmente por la tarde. En los programas se incluyen como una actividad más, con algunos matices. Así en el de 1952 “disparos de cohetes anunciarán la salida de la concurrida y tradicional Romería Popular Campestre a los pinares de Guadalpín amenizada por la banda de música”. “Se sorteará un magnífico regalo entre los concurrentes del bello sexo". En el año 1953 se le llamaba romería al pinar de Valdeolletas, había baile, juegos, campeonatos y muchísimos premios. En el de 1955 la subida al pinar de Guadalpín fue con vistosas carrozas engalanadas con premios a las más artísticas. Fue el año en que los del NO-DO pasaron por Marbella. En el de 1958 volvía a nombrarse "tradicional gira campestre".




El paso del tiempo, cambios sociales y económicos, nuevos usos y costumbres y el campamento del Frente de Juventudes en el Pinar, incompatible con tan multitudinaria celebración, dejaron La Gira en el olvido. Un día no se celebró. Las tradiciones mueren sin que nadie pregone su despedida. Las vinculadas al campo desaparecen cuando las cosechas decaen o los campos, eriales, se urbanizan, las religiosas cuando los cultos cambian o nuevas devociones adquieren pujanza. Ha sucedido con la romería al pinar de Nagüeles. No existía, no había tradición, pero se creó como una fusión de costumbres, una miscelánea de Gira, romería y procesión al patrón, así durante los años recientes, no sólo como actividad de hermandad y culto, sino también como reivindicación. Un lazo con el pasado, un desagravio frente al olvido, la recuperación de una menguada personalidad de pueblo con historia.

Nos guste o no, las tradiciones son tales porque arraigan en el acervo, son referencias vitales, iconos donde agarrarse, argumentos con los que vivir aceptando una herencia, lo que fuimos y lo que somos. Mejor nos irá siempre si respetamos la historia, aún con errores, las tradiciones con sus taras, el presente con sus defectos. Patrimonio Histórico, el inmaterial, es y debe ser aquello que quieren los ciudadanos, aunque haya que recordárselo.

jueves, 3 de junio de 2010

La feria de 1913




La situación política pintaba turbia. El 11 de noviembre de 1912 había sido asesinado el presidente del gobierno, José Canalejas. El autor del atentado, el anarquista Pardiñas, se suicidó en el mismo lugar de los hechos. El 13 de abril de 1913, Alfonso XIII sufrió un nuevo atentado del que resultó ileso. Durante todo el año llegaron noticias preocupantes desde Marruecos, el protectorado del norte de África era un foco de disturbios y ataques a las tropas españolas. El día de San Bernabé del año 13 comenzó con una crisis en el gobierno de Romanones con la dimisión de algunos ministros.

Marbella, tan rural y agrícola, minera en sus estertores, periférica en su protagonismo, con sus conflictos de clase, de anarquistas revueltos, comunistas inquietos, mineros sindicados y caciques enrocados, preparaba sus fiestas patronales, las de conmemoración de la conquista de la ciudad "Muy Noble y Muy Leal". El Ayuntamiento deseoso “de efectuar con la solemnidad que es tradicional costumbre...". Cuatro días anuales en los que los Reyes Católicos paseaban gigantescos anunciando el principio de las fiestas, la artillería eran artificiales fuegos “del reconocido pirotécnico de Málaga D. José Calle” y los cabezudos sólo atemorizaban a los niños, cuando no salían trastabillados de sus empellones y cogotazos.



El mundo se mueve, tropieza y convulsiona, pero las fiestas siempre están ahí, balsámicas, para recordarnos que la alegría tiene fuerza propia, que sacude sus fantasmas, apaga rescoldos y apacigua intransigencias. Por eso, a la hora del Ángelus del día 10, “repique general de campanas, disparo de cohetes y a los acordes de la marcha real española, será colocado en el balcón de la casa capitular, según es tradicional costumbre, el estandarte que los ínclitos Reyes Católicos donaron a la ciudad en 1485”. Por la tarde, velada en calle Málaga, ante la Cruz del Humilladero, Cruz del Palmar, con sus buenas huertas detrás, la de Peñuelas, Porral y la de los Cristales. Aún no existía la calle de los Geranios, ni la de las Flores, el Sitio del Palmar, donde el tejar, era un camino sin casas. La vega de San Cristóbal, después conocida con el exiguo y modesto nombre de “El Barrio”, había sido urbanizada desde mediados del siglo XVIII por pequeñas casas. Las familias de los mineros, las de los marengos y hortelanos eran mayoría, muchos vivían en corrales de cohesión social, solidarios en reivindicaciones y pobreza.

El día
11, a las seis de la mañana, con los gallos desprevenidos, “Gran Diana por una magnífica banda de música” y a las diez la procesión Cívico-Religiosa. El poder en comitiva al Humilladero, para humillarse ante la Cruz o para rememorar la derrota de los humillados. A la vuelta en la Encarnación, “solemne función al excelso patrón el apóstol San Bernabé”. A las cinco de la tarde, “Primera corrida de reses bravas con un novillo-toro de muerte de la acreditada ganadería del campo de Tarifa, lidiado y estoqueado por el afamado diestro Antonio Garrido “El Garri”. El coso comenzó a construirse en 1908, era cerrado, de madera y en 1913 estaba sin terminar pues las obras se retomaron al año siguiente, desde entonces se llamó de Otal. Para finalizar la jornada, velada en el salón de la Alameda iluminado con farolillos venecianos. La conciencia de clase marcaba distancias.



El día 12 abría la festividad un concierto en el real de la feria, elevación de globos, suelta de fantoches y juego de cucañas. Por la tarde, si “El Garri” salía indemne de la jornada previa, nueva corrida de reses bravas esta vez con dos novillos-toros de muerte. El último día, por la mañana regatas a remo “si el tiempo lo permite”. Por la tarde, “El Garri” ya se habría ganado el jornal, el último novillo de muerte siempre es el más difícil. La despedida concentraba su adiós en fuegos artificiales, velada en la Alameda y a las doce de la noche retreta por las calles de la ciudad.

Los del ayuntamiento, turbados por el grave problema de la indigencia y como magnánima medida caritativa, aprobaron repartir pan los días 11 y
13 a los pobres que eran de solemnidad, tan solemnes y tradicionales como la fiesta, mientras el mercado de ganados, de cebones, lustrosos guarros, rollizos carneros y gordas vacas, se celebraba en la explanada del Fuerte de San Luis, "como es tradición...".