jueves, 29 de julio de 2010

Americanos




Sentenciaba Alberto Moncada, de un modo un tanto turbador, en su ensayo “España americanizada”, que los españoles contemporáneos sabemos más de la historia de Norteamérica que de la nuestra, estamos familiarizados con las cosas que pasan en esa sociedad, aunque sea en la versión idealizada de la pequeña pantalla y tenemos como héroes a políticos, empresarios y artistas estadounidenses. Este idilio social se inició cuando el 21 de diciembre de 1959, el presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower era recibido por el general Franco en Madrid. Una visita trascendental que rompía el aislamiento internacional de España y daba oxígeno al régimen.

En septiembre de 1962, el semanario alemán Der Spiegel publicaba un reportaje en el que trataba el asentamiento de la alta sociedad en Marbella. Entre los destacados el ya ex presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower: “se ha comprado una vivienda donde tiene su lugar de residencia la jet set europea, cerca del Hotel Guadalmina, en la Costa del Sol española. Este fan del golf se ha comprado un bungalow de cinco habitaciones”.

El presidente había oído hablar de Marbella, cuando en su periplo oficial recibió un singular presente, su nombramiento como alcalde honorario de la ciudad. El diario Sur, en su edición de primero de mayo de 1960, titulaba la noticia “Marbella. Homenaje a Eisenhower”. Poco después en el Ayuntamiento se recibió un amable telegrama desde la Casa Blanca en la que se agradecía el reconocimiento.

En ocasiones, pequeños gestos oportunistas adquieren considerable importancia. Franco obtuvo notable repercusión mediática nacional e internacional, Marbella también. En un acto protocolario municipal, que parecía generarse desde las entrañas de la ingenuidad política (más de uno piensa ya en “Bienvenido Mr. Marshall”), reivindicó nombre y situación en el mapa de una Costa del Sol que comenzaba a definirse. Nunca una campaña publicitaria ha costado tan poco.

De hecho, John David Lodge, primer embajador de los Estados Unidos en Madrid desde que la ONU levantó el veto a España, en 1955, optó por Marbella para construirse una residencia. En 1963, ABC recogía su llegada a Algeciras a bordo del trasatlántico Constitution: “… se dirige a Marbella, donde tiene un terreno y va a construir una casa. Dijo que este terreno lo tenía por tener algo de esta tierra española que tanto ama”. La parcela se ubicaba en la finca Santa Petronila, a levante del Marbella Club. Ocho mil metros cuadrados que llegaban hasta la playa, cuyas lindes eran a un lado las propiedades del Duque de Alba y las de Petronila Escandón y Salamanca y al otro la del marqués de Villalobar.



El proyecto fue encargado en 1967 al arquitecto norteamericano Robert Byron Keeler Mosher, discípulo de Frank Lloyd Wright, que había recalado en Marbella en los años cincuenta. La revista Lookout, en abril de 1970, entrevistaba a tan afamado arquitecto: “Sus casas están entre las más bellas de la costa. Acaba de finalizar una casa para John David Lodge, embajador americano en España en otros tiempos y ahora embajador en Buenos Aires… Otra casa que acaba de terminar pertenece a la americana de nacimiento baronesa Von Pantz. La llama el bungalow de la playa. Tiene 12 habitaciones de invitados, salas para nueve sirvientes… y un comedor en el que comen confortablemente 100 invitados”.

Un paso más allá en la “americanización” de Marbella fue la firma del contrato para construir el hotel Marbella Hilton, -entonces se anunciaba como Elviria Hilton y finalmente se conoce como Don Carlos-, entre Salvador Guerrero y representantes de la multinacional, iniciándose las obras en 1967. Es sabido que la cadena hotelera exportaba un modo de vida, “Little americas” y, como no, un estilo internacional, con arquitectos que repetían un modelo basado en una serie de condicionantes insoslayables. Todos sus hoteles fueron planeados acorde al programa Hilton y con el estilo de la América moderna.

Otros muchos americanos vinieron, los menos se quedaron. Deborah Kerr y Peter Viertel aportaron caché y elegancia. El senador Edward Kennedy quiso conocer un hotel llamado Marbella Club, como George Hamilton, Bob Hope, Tony Curtis, James Stewart y los que ustedes recuerden. Probablemente admiraban nuestro modo de vida tanto como nosotros el suyo. Con el tiempo los americanos perdieron interés. Como en el cuento de la Bella Durmiente Marbella entró en un profundo sueño –nos pinchamos con la rueca de la avaricia- hasta que un príncipe disfrazado de presidente de los Estados Unidos va a venir con su familia a despertarnos, algo que no ha conseguido ninguno de nuestros políticos, aunque se disfracen de príncipes o de princesas.

“Yes, we can”.


2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho Francis, su lectura es como una brisa fresca que alivia tanto calor veraniego.

    ResponderEliminar
  2. Sería interesante que publicaras todas las propiedades que compró la esposa de Giron

    ResponderEliminar