lunes, 19 de febrero de 2018

PATRIMONIO PERDIDO II: EL DOCUMENTAL





Para un investigador enfrentarse a un legajo es de las sensaciones más placenteras y emocionantes. Seguramente no eres el primero en abrirlo, por supuesto habrá pasado por tantas manos como cientos de años tenga pero tu mirada es distinta, plena de ilusión por la incertidumbre de hallar lo que nunca nadie antes analizó, comienzas a escudriñar su aspecto, a adaptarte a esa paleografía caprichosa, a intentar entender su lenguaje y a interpretar su sentido. Las más de las veces lo cierras sin más, no te aporta nada y vuelves a iniciar el proceso en un bucle durante largas jornadas de paciencia y dedicación.

Cada documento es tratado con mimo, como si cualquier brisa pudiera deshacerlo en mil pedazos, muchos se desmoronan solo mirarlos de carcomidos que están por la polilla, devastados por hongos, empapados por la humedad. Su supervivencia depende de muchos cuidados y factores aunque su consideración como patrimonio histórico es la mejor de las garantías. Mantenidos durante siglos en los lugares más resguardados, los más secos, elevados del suelo, como valiosos tesoros en el arca de las tres llaves tal como se denominaba la ubicación de nuestros documentos municipales en el siglo XVI, no obstante eran la diferencia entre el orden jurídico y sus antónimos, son ahora joyas de la memoria, armas para el recuerdo.

No siempre estuvieron bien guardados como tampoco tuvieron la consideración debida, tantas veces han sido maltratados que su fragilidad conllevaba su desaparición inmediata. El fuego, el agua, la desidia, el ocultamiento, la incultura, la estupidez, la ideología, la religión o simplemente el odio son amenazas constantes.



Hubo buenas bibliotecas marbellenses como la de Alonso de Bazán que conocemos su inventario por el minucioso trabajo de Catalina Urbaneja pero de la que no hay rastro sobre su devenir, lo mismo ocurre con la que tuvo el presbítero Vázquez Clavel que por los que nombra en sus Conjeturas de Marbella debió de ser extensa. Seguro que hubo muchas más de las que poco o nada se conoce. Un día, hace ya unos cuantos años, me avisaron que en el vaciado de una de las grandes casas de la calle Ancha se arrojaron a un contenedor docenas de libros de los que muchos fueron salvados de la quema por ciudadanos anónimos, cuando llegué no quedaba rastro y es que los libros arden mal citando el título de la magnífica novela de Manuel Rivas, metáfora de la sinrazón. Tanto el convento de la Trinidad como el de San Francisco dispusieron de buenas bibliotecas, del primero el poeta Inácio Xavier do Couto, del que ya escribimos en este blog, debió de dar buena cuenta. Las desamortizaciones fueron muy nocivas para ellas y es curioso que en la búsqueda de documentación en el Archivo Histórico Nacional sobre estos conventos no hay más que una caja con un par de exiguos legajos.

Muy triste fue lo sucedido con el archivo y biblioteca del Hospital Bazán que aún se mantenía cuando ya no prestaba servicio hospitalario y estaba ocupado por diferentes familias. Algo se salvó y tuve el inmenso placer junto a Catalina Urbaneja de ser de los primeros en investigarlo. Un archivo parcial que sin embargo nos proporcionó datos de enorme valor historiográfico, tanto como el de San Juan de Dios del que se conserva en buenas condiciones gran parte de su historia.



Trágico fue el destino de la iglesia de la Encarnación, el 18 de julio de 1936, con el comienzo de la de violencia anticlerical, sus bienes fueron saqueados, y el mobiliario y el tejado quemados. En los últimos meses de ese mismo año, el interior estaba destruido y sirvió de refugio para cientos de desplazados con sus animales domésticos utilizándose el sagrario de cuadra. La relación de objetos destruidos, además del archivo parroquial, fue casi total, miles de documentos y libros fueron quemados.

Es incalculable lo que se ha perdido, algunas son un tanto traumáticas como la del importantísimo documento de los Repartimientos de Marbella tras la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos. No se ha hallado ni una copia pese a que era fundamental para establecer propiedades y lindes. Esperemos que pronto se descubra entre tantos pleitos que hubo algún duplicado. Acaso el que se custodiaba en el archivo municipal fue destruido junto a cientos de legajos por los franceses durante la invasión y los que sobrevivieron quizás fueron pasto de las llamas en el conocido Motín de las mujeres en 1909 con motivo de la detención del médico Félix Jiménez de Ledesma que tan bien describió Lucía Prieto.

Lucía fue la primera que después de tantos años de abandono de los restos de la documentación municipal puso orden. Labor continuada hasta hoy por el archivero municipal Francisco de Asís López Serrano al que dediqué en su momento una publicación que también se encuentra en este blog. No sé si llegaron a conocer ese sótano más propio de una mazmorra fría y húmeda de película medieval, donde los documentos se amontonaban entre humedades y ratas como se encargó de destacar el ABC a principios de los Noventa. Investigar allí era una proeza, la precariedad era absoluta. Recuerdo mis inicios investigadores en una vieja mesa debajo de una cañería de fecales con una luz tenue que ponía a prueba la mejor de las saludes.



Sin embargo no todo ha sido destrucción, ya que poco tiempo después el archivo fue trasladado a calle Portada y finalmente nuestros documentos históricos obtuvieron el mejor reconocimiento con la creación del bellísimo archivo histórico en el cortijo de Miraflores en tiempos de la Gestora.

Cualquier historia puede tener un final feliz o no, nosotros somos los responsables.

miércoles, 14 de febrero de 2018

PATRIMONIO PERDIDO: EL ARQUEOLÓGICO



Son hechos consumados, la mayoría impunes. Se guardan en ese almacén de la memoria donde van todas las vergüenzas, porque cada pueblo tiene su colección, de las que casi nadie habla por eso de la corrección política que es la más canalla de las censuras, todo con el fin de la exaltación de las glorias marbellenses, esas que nos hacen sentir orgullo de pueblo cada día que despertamos.

Hablamos de nuestro patrimonio histórico perdido, tan desconocido como oculto, del que no podemos saber su dimensión más que por una aproximación a los rastros dejados. Los crímenes se perpetraron de muy diversas formas. Nos referimos al expolio del patrimonio histórico en la más amplia de sus acepciones. Del patrimonio arqueológico al documental, del artístico al monumental, Desmanes que en algunos casos llegaron a los tribunales, otros quedaron en denuncias administrativas, denuncias públicas y muchos, la mayoría, en pistas que por el tiempo pasado, cuando ni existía la legislación patrimonial, quedaron en testimonio gráfico u oral.

Ahora no se denuncia como antes aunque de vez en cuando alguien levanta la voz con la indignación de antaño, me reconforta cuando lo hace Cilniana, me recuerda a los buenos tiempos, quizás porque no haya tanto que denunciar, tal vez porque vivimos en momentos de conformismo y resignación, aderezado en ocasiones de connivencia que baja el tono de muchas voces, acaso porque el cansancio ha hecho mella en muchos de los luchadores en defensa del patrimonio. Gracias a esa perseverante lucha de años atrás se pudo salvar poco o mucho dependiendo de la percepción de cada uno. 

La gestión municipal en la materia es muy deficiente, se reproducen errores, no hay iniciativas más que las habituales, se mantiene esa inercia de no hacer nada porque nadie denuncia ni presiona ni tampoco importa mucho, las reclamaciones son escasas, las promesas se sacan de los cajones para repetirlas, se protege lo que se ve y se protege mal. ¡Qué envidia de tantas ciudades cuya gestión de su patrimonio es modélica y han convertido su historia en el principal de los reclamos turísticos!




Me contaba Joaquín Sánchez en esas largas y plácidas charlas donde intentaba exprimir sus recuerdos, que un guiri a principios de los Sesenta salía cargado de cajas de material prehistórico de las cuevas de Puerto Rico. Nunca se supo su destino. Lo poco que se encontró por parte del grupo de espeleología fue a parar al ayuntamiento donde a principios de los 80 el entonces delegado de Cultura, Rafael García Conde, promovió la creación de una sala de arqueología en los bajos del antiguo cabildo. Con el paso del tiempo y su abandono, la sala quedó desamparada y los materiales expuestos volvieron a sus cajas hasta que hace pocos años se instalaron unas vitrinas en el Cortijo de Miraflores, bajo la buena supervisión de Calixto Romero, que pasa desapercibida para casi todo el mundo pero que tiene un considerable efecto balsámico sobre algunas conciencias. Nuestro patrimonio arqueológico debió ser rico, nunca lo veremos en toda su dimensión y nos hemos contentado con una gran cantidad de fragmentos descontextualizados tras años de pésima gestión de las administraciones competentes.

Son tantos los ejemplos de destrucción conocidos que no voy a tener más remedio que tirar de hemeroteca porque la memoria falla, mis disculpas por los errores u omisiones que pueda tener. Aparecieron restos fenicios en Los Monteros en los años sesenta pero la zona no fue protegida hasta que se incluyó en el PGOU recientemente anulado, algo que de nuevo ha dejado todas las zonas arqueológicas desprotegidas y que ante un nuevo e inminente boom de la construcción puede traer muchos problemas. 

A mediados de los noventa una tumba romana fue encontrada casualmente en el carril del Relojero, nunca se investigó su entorno como tampoco se investigó la zona de Artola donde aparecieron restos del Paleolítico Inferior. Según me contaron en la desembocadura de Río Real, se halló un esqueleto fosilizado de un gran animal que fue destruido por la excavadora para evitar la paralización de la obra y años después se descubrió otro que pudo ser estudiado. Una excavadora hizo añicos el 95 por ciento de lo que pudo ser una colonia fenicia completa e intacta y que hoy nos conformamos con ese pequeño mocho que ha quedado como testigo. 




Aún recuerdo el descubrimiento de la necrópolis andalusí y la cabaña del Cobre a los pies de Cerro Torrón con motivo de la vigilancia previa a la construcción de la autopista. Se excavó de urgencia y se hizo bien pero lo que me llama la atención es el abandono de una de nuestras joyas patrimoniales, la fortaleza. Estuve hace unas semanas por allí solo para ratificar lo que sospechaba, el abandono sigue siendo total y progresivo, los muros se están cayendo, la vegetación lo está sepultando, las visitas de expoliadores continúan siendo habituales. ¿inversión en su mantenimiento, limpieza o rehabilitación? cero euros pese a que ostenta ese pomposo título de Bien de Interés Cultural que más que un reconocimiento parece una condena. Dicen que en una pequeña cueva cercana unos expoliadores hallaron una buena colección de monedas. Donde hay una fortaleza siempre hay buenos alrededores aún así seguimos igual que cuando se le otorgó la protección máxima.

Lo mismo sucede con la cueva de Pecho Redondo, también BIC cuyas pinturas rupestres sobreviven custodiadas por una reja y el cercano farallón de Puerto Rico y los restos romanos dispersos encontrados por arriba del hotel Don Miguel. Salvo por el reciente, interesante y concienzudo trabajo de Javier Soto sobre Puerto Rico, pasan los años sin que avancemos un ápice.

Continuemos hacia el oeste, ¡vaya lío mediático se formó con la alquería andalusí de Nagüeles!, la necrópolis fue destruida al abrir una calle, donde estaba el poblado existe un aparcamiento, de la atalaya ya no queda prácticamente nada. Nunca se estudió, nada se hizo.


Algo más se consiguió con Cerro Colorado, además de certificar la destrucción de la fortaleza prerromana desmochando el cerro por completo por supuesto para urbanizarlo. Se pudo realizar una prospección en sus laderas que tuvo como resultado un fantástico tesoro de monedas que actualmente lucen espléndidas en el museo de Málaga. A toda prisa la zona se declaró BIC a pesar que muchos años antes se conocía su existencia.





Un caso curioso y que pasó desapercibido en comparación con el ataque contra la Medusa de la villa romana de Río Verde fue el de la destrucción de su entorno. Una mañana, una llamada me avisaba que una máquina excavadora lo estaba arrasando, que incluso uno de sus muros y la valla se había visto afectada. Resultó que nuestra denuncia fue archivada por el juzgado, todo era legal porque solo estaba protegido lo que era de muros hacia dentro. Muy amable la dueña del inmueble donde se realizaban las obras me llamaba por teléfono para decirme que ella estaba pendiente por si aparecía algo. Con el tiempo alguien se dio cuenta del grave error administrativo y se protegió toda la urbanización, cuando ya estaba prácticamente urbanizado y por supuesto destruido. Un día me enseñaron una fotografía de un bello busto encontrado en la urbanización que está en manos privadas ¿sabemos en realidad lo que hemos perdido?

Hay muchos más ejemplos, todos vinculados a la incompetencia, desidia y negligencia, casi siempre con motivo de promociones inmobiliarias. Estremece imaginar todo lo que hemos perdido en el casco antiguo, aunque frente a la vorágine de destrucción siempre hubo ciudadanos comprometidos que avisaban en cuanto veían algo, que ejercían de vigilantes cuando nadie desde el ayuntamiento movía un dedo.

Marbella siempre ha mirado con recelo la arqueología, tenemos incrustado en nuestro acervo que nada ni nadie debe entorpecer la creación de riqueza, cuando la riqueza la teníamos en el subsuelo. Lo de esta ciudad es un caso singular, teníamos patrimonio arqueológico abundante y de calidad, algo que ya quisieran para sí muchas ciudades y nos hemos dedicado a dilapidar ese patrimonio, a quedarnos con varios yacimientos que al menos podían estar bien conservados.

Recuerdo cuando en los años 90 reivindicábamos la creación de un parque arqueológico en los restos de la Basílica de Vega del Mar incluyendo la población que había a su alrededor y los depósitos de garum cercanos, pero como sucedía con la villa romana solo estaba protegido el perímetro de la basílica lo que permitió la construcción alrededor (lo mismo ha pasado con las Bóvedas) en lo que probablemente habría sido uno de los yacimientos arqueológicos más valiosos de Andalucía. Hoy de lo que se habla es de merenderos, más excavadoras y mucha ineptitud política.

Dedicado a todos esos arqueólogos de vocación que participaron en la salvación de lo que se pudo. 

Marbella les debe mucho.

jueves, 8 de febrero de 2018

Un tren que viene de lejos






Tiene una pesada carga de promesas incumplidas, es lento, llega siempre con retraso, acumula fracasos, es imposible de imaginar, nunca lo conocimos, podemos suponerlo fugaz, fantasmagórico, recorriendo la línea de costa, con vistas a la playa, abarrotado de políticos que alguna vez lo prometieron, esos que insistieron durante tanto tiempo que algún día llegaría.
Un día perdimos ese tren, no lo vimos pasar por la estación soñada pero insisten que no desesperemos, que nuestra paciencia hermana de la resignación y prima de la incredulidad es solo el resultado de una pérdida de fe temporal, que algún día pasará, que esperar más de 150 años no es tanto, que estas obras no se hacen de un día para otro, que precisa de estudios previos, creación de comisiones, aprobaciones varias, proyectos, reforma de proyectos, rectificaciones, concesiones, subvenciones y más de siglo y medio no es nada comparable con el ingente trabajo de la administración que tanto, y siempre, vela por el bienestar de los ciudadanos.
Me refiero a ese objeto abstracto llamado tren de la Costa que todo el mundo predice y nadie conoce, cuya línea se ha dibujado sobre plano cientos de veces, con sus andenes y estaciones que nos iba a comunicar con toda España al enlazar con Málaga por levante y con Cádiz por poniente, ahora prometen que esta vez va en serio y así desde 1864, fecha en la que la Comisión de Ingenieros del Estado elaboró por primera vez un trazado de línea ferroviaria litoral que uniría Málaga y Cádiz que se incluyó por primera vez en la Ley de 2 de julio de 1870, proyecto fallido porque las cortes se disolvieron en 1872 justo cuando Ángel Carvajal y Fernández de Córdoba, marqués de Sardoal defendía en el Senado su creación. Un año después se aprueba una nueva ley, la de 7 de marzo de 1873, defendida por el senador Narciso Salabert y Pinedo, marqués de Torrecilla, con la misma línea.
No fue hasta 1878 cuando se aprobó la concesión para explotación del tren litoral entre Málaga y Campamento (La línea de la Concepción) a José Casado Sánchez, ¡por fin íbamos a tener un tren!, pero diferentes problemas financieros y administrativos retrasaron su ejecución hasta la paralización total cuando apenas se había construido un kilómetro y en 1906 fue declarada la caducidad de la concesión.  Datos que desgrana Carlos Castellón Serrano en su trabajo “Otros ferrocarriles en Málaga”.
Mientras por toda la península se construían y estaban en pleno funcionamiento miles de kilómetros de vías férreas, en Marbella habíamos perdido el tren y quizás ya para siempre. Marbella, la de pujante minería, la industrial de magníficos y pionero altos hornos, que tenía que embarcar el mineral para transportarlo, se quedaba aislada y menos mal que por aquellos años se construía esa carretera que se aplanaba tan despacio que en 1887 José Ortega Munilla se quejaba Para ir de Málaga a Marbella es preciso pedir a las naves su hélice o a los gamos su agilidad y ligereza. Porque la carretera no está terminada ni lleva trazas de estarlo, y las diligencias que salen todos los días de Málaga constituyen más que una empresa industrial, una empresa heroica.
Una nueva ley, la 3 de 1908, volvía a plantear la línea de Málaga a San Fernando, incluso se inició la expropiación de los terrenos en Marbella entre 1909 y 1915 pero en 1929 solo se había ejecutado el tramo entre Málaga y Fuengirola. Años en los que Ramiro Campos Turmo soñaba en un Circuito andaluz de turismo donde su Costabella estuviera bien comunicada por ferrocarril, algo que consideraba imprescindible.
En los años 40 el franquismo procedió a la nacionalización de la red ferroviaria española, anticuada y en manos privadas. Con la creación de RENFE, su principal propósito fue el de renovar lo que estaba en mal estado antes que construir nuevas líneas, incluso un informe del Banco Mundial de 1962 sobre la economía española recomendaba centrar los esfuerzos en mantener las líneas existentes.
Marbella, nuevo y floreciente centro turístico internacional quedaba fuera otra vez, de hecho, ya no nos gustaba tanto la idea, bueno, al menos a promotores como Alfonso de Hohenlohe como se ha encargado de recordar Ana María Rubia Osorio en su tesis doctoral sobre el primer franquismo en Marbella. En aquellos tiempos no queríamos ya ni tren ni autopista con la justificación de la posible pérdida de exclusividad de nuestro turismo tan aristocrático.
Dejó de hablarse del ferrocarril hasta que ya con la democracia algún político debió pensar que prometer de nuevo la llegada del tren tenía su rentabilidad… política, idea a la que inmediatamente se sumaron otros políticos para no perder el tren de las tendencias y se crearon plataformas y anteproyectos, estudios de viabilidad, comisiones, pequeñas partidas presupuestarias, rectificados, exclusiones e inclusiones en planes de ordenación, que si AVE que si cercanías, que si lo ponemos en la 340 o en la autopista. 
De vez en cuando nos olvidamos del tema hasta que alguien nos recuerda esa promesa merecedora de entrar en el libro Guinnes de los récords como la más prometida a la vez que la más incumplida.

lunes, 5 de febrero de 2018

La insoportable levedad del historiador



Hace muchos años descubrí por sorpresa que en un libro publicitario sobre Marbella habían incluido párrafos copiados literalmente de uno de mis trabajos sobre la Historia de Marbella. El editor había olvidado citar la autoría de esos textos, era un libro para ganar dinero, editado con gran lujo, tapas de tela y cuidado diseño, seguro que fue una gran inversión que entendió que el ahorro estaba en los textos, porque eran de alguien que no merecía ser reconocido ni siquiera agradecido, aunque fuera solo por el tiempo que había invertido en años de investigación por todos los archivos y bibliotecas de España dedicando incontables jornadas de trabajo en transcripciones, interpretaciones, descubrimientos, análisis comparativos, complementación bibliográfica, redacción, correcciones y estudio sin descanso.

Había perdido la inocencia, fue mi primera traición como historiador. Me sentí vulnerable. Tras más de veinte años dedicado a la historia del arte supe que cualquiera podría hacer lo que quisiera con mis trabajos sin miramientos. Podría habérmelo tomado como un orgullo, al fin y al cabo era un reconocimiento anónimo, mejor ese consuelo que la rabia. Podría haberlo denunciado para reclamar mis derechos de autor, aunque nunca he publicado para lucrarme  ¿cómo podría valorar ante un juez mis noches de insomnio? ¿qué precio tiene mi euforia cuando descubría ese dato tan buscado?

Con el tiempo descubrí que la cleptomanía historiográfica adoptaba numerosas formas, desde el simple parafraseo, al que aprovechaba casi la totalidad de mi trabajo para hacer una “nueva versión” con algún pequeño añadido o corrección, hasta el que se atribuía en su publicación algún descubrimiento histórico “olvidando” quien había sido el autor de ese hallazgo.

También se adoptan formas más perversas como la que tuve noticia en una conversación cuando una señora me intentaba explicar (y darme una lección) sobre la historia de un marbellense barrio, muy histórico, porque había leído un folleto de una asociación de vecinos que curiosamente era la traslación de un capítulo entero de mi libro sobre el centro histórico de Marbella por supuesto sin citar mi nombre. Estoy convencido que la señora dudó cuando le dije que el texto lo había escrito y publicado yo y que lo sigue dudando.

El culmen llegó cuando una conocida cadena de televisión nacional, en un reportaje de investigación sobre el franquismo, tomó como fuente varios artículos míos ¿y por qué lo sé? porque como en otros casos incluía datos inéditos hasta que los publiqué. Por supuesto no podía esperar ser citado. El historiador es y ha sido siempre un protagonista secundario, es la insoportable levedad del historiador, cuyo peso en la sociedad es auxiliar, su presencia en los medios anecdótica, su importancia profesional despreciada.

De la traición al homicidio intelectual solo hay un paso, una delgada línea, la mayoría de las veces producto del desconocimiento pero imperdonable en el caso de algunos que dicen llamarse historiadores, estudiosos de salón y de las redes, dedicados a aprovecharse del trabajo de otros sin despeinarse, que intentan labrarse un prestigio con buenas campañas publicitarias y de imagen. Son historiadores rémoras, cuyo mayor sacrificio es leerse la investigación de otro para sin el más mínimo análisis crítico y con un profundo desconocimiento bibliográfico, publicar crónicas nostálgicas, dirigidas a un público conservador, añorantes de glorias pasadas.


Todo indica que la profesión de historiador está en vías de extinción, que no es necesario pasarse años de licenciaturas y doctorados en la universidad, aprender metodologías, utilizar interminables fuentes bibliográficas, saber interpretar otras fuentes, escribir con ética históriográfica y discernir sobre la autenticidad e importancia del dato documental, porque no sirve de nada. Cualquiera puede recopilar datos, publicarlos y ser considerado como historiador.

En estos tiempos de posverdad, cualquiera puede decir o escribir lo que le de la gana sin ruborizarse, cualquiera puede ser acogido con los brazos abiertos en cualquier foro y que su propuesta historiográfica sea considerada como hipótesis al mismo nivel que la de un profesional de la historia. Incluso, y como autocrítica, los historiadores mismos nos hemos acomodado a esta devaluación aceptando sin más esas injerencias de habituales que son. De hecho, y como paradoja, los pseudohistoriadores comienzan a ganar la batalla al encajar mejor su “sencillez” intelectual localista en el gusto y las preferencias sociales actuales frente a las sesudas y complicadas elucubraciones de los profesionales de la historia encriptados en sus cenáculos de sabiduría.

Es más, la tendencia es que cada vez más historiadores “auténticos” sucumben al encanto de la vulgarización histórica, porque ya no merece la pena tener en cuenta los principios transformadores de la historia, porque el rigor y la cientificidad poco o nada importan cuando el único fin es sobrevivir en su relevancia social. El descenso del nivel historiográfico es tan alarmante que en ocasiones es imposible saber si es de alguien que tiene título o de quien cree poder ser mejor historiador que los historiadores mismos sin someterse a esos aburridos años de estudios y exámenes.