lunes, 28 de mayo de 2018

La última casa de la Carretera





Estos títulos siempre suenan a epitafio, a esos momentos en los que preparas unas palabras de despedida porque ves que el tiempo se acaba. No es la primera vez que escribo en modo tristeza, ya ni recuerdo las veces que he despedido para siempre símbolos de nuestro patrimonio histórico, unas veces con rabia, otras con resignación, las más con la sensación de que clamas en un desierto donde la sensibilidad hacia el pasado se mide por el peso de palabras huecas.

Me refiero a la casa situada en la calle Enrique del Castillo que hace esquina con la avenida Ramón y Cajal, la última casa de la carretera, de fachada ruinosa y tapiada y con el techo anunciando derrumbe, con un gran agujero, abandonada desde hace años, salvo en la parte ocupada por la peluquería Guerrero, bien conservada y cuidada.




Formó parte del proceso urbanizador que coincidió con la apertura de la carretera y la desaparición de las murallas de la ciudad mediante la sustitución, por inmuebles, de la línea de muralla exterior y la cava que se surtía del arroyo de Huerta Chica. Lo que en principio era una labor higiénica se fue transformando en objeto de especulación. 
El entorno de la Alameda había pasado de ser una zona no urbanizable, a convertirse en el principal foco de crecimiento de la ciudad. Esta secuencia se había iniciado con varias solicitudes de cesión de terrenos del común para construcción de viviendas. Las cinco primeras, fechadas en 1864, preveían la urbanización del entorno de la plaza de Petit, cercana a la actual plaza de Tetuán. El Cabildo mostraba su aprobación a los proyectos porque eran favorables para la economía local, así como beneficioso para el ornato público. Más restricciones se establecían para la zona situada entre las murallas y el parque, porque en aquellos años se comenzó a plantear la construcción de la carretera y se estaba a la espera de conocer el proyecto. Varias solicitudes fueron “dejadas sobre la mesa”, pero el empuje fue imparable y en pocos años se construyeron las primeras casas.

Viviendas con fachada a un sur de horizonte abierto, con espectaculares vistas a la Alameda y al mar. Casas burguesas, de fachadas representativas del orgullo y la pujanza de sus dueños que crearon un nuevo espacio de convivencia, paseo y solaz y que rompieron con el miedo a vivir fuera de las murallas.





Cien años después un nuevo proceso especulador amenazó su existencia. El Ayuntamiento de Marbella en pleno, el 24 de octubre de 1961, aprobó una propuesta de modificación a las ordenanzas entonces vigentes que dejaba a las claras cuáles eran las intenciones municipales. La zona que coincidía con el centro histórico en su fachada a la carretera nacional debía de ser liberada de la limitación de superficie mínima de solar y de alturas.

El Plan de Ordenación de la Costa del Sol de 1959 proponía el mantenimiento de esta zona tal como estaba al objeto de conservar la fisonomía “del caserío del núcleo inicial de Marbella, dentro del recinto amurallado que, por su traza, arábigo andaluza, y su posición sobre una colina dominando el mar, es uno de los pueblos de  mayor belleza de la costa mediterránea”. La Comisión Provincial de Urbanismo, once días después, con el informe favorable de la Oficina Técnica del Plan de Ordenación, refrendaba la modificación: “El aumento rápido del casco urbano de Marbella exige una zona de expansión residencial en altura, de la que carece en el Plan de Ordenación de la Costa del Sol. En la citada zona serían toleradas edificaciones de altura aisladas, destinadas a viviendas de tipo medio y lujo…”. La resolución pretendía mantener el perímetro sur del centro histórico protegido, pero fue en vano, la confusión permanecía intacta, algo que creaba incertidumbre y a la vez posibilidades especulativas, con la aquiescencia de los encargados de la gestión municipal.



En pocos años fueron desapareciendo todas las casas, solo queda una, atrás quedó su protagonismo cuando en 1921 fue nombrado hijo adoptivo don Enrique del Castillo y Pez, toda engalanada para el acontecimiento. Hoy lucha en inferioridad de condiciones con el edificio Rural y Mediterráneo pero se mantiene en pie. Creo que nadie ya apuesta por su conservación.




lunes, 21 de mayo de 2018

Marbella Neobarroca




El título es solo una excusa ya que es imposible encasillar la ciudad en un solo estilo o clave cultural más si en una tendencia porque cada sociedad dibuja unos sistemas de valores con los cuales se juzga a sí misma. Omar Calabrese en “La Era Neobarroca” buscaba la existencia de un “gusto”, “un aire de tiempo” para nuestro periodo y proponía el de neobarroco.

Marbella es neobarroca porque recuperó hace tiempo las esencias barrocas del exceso y del artificio, de la sacralización de espacios urbanos y apostó por una estética del espectáculo, la visibilidad y la propaganda; de la estandarización y repetición del mobiliario urbano, ese resultado agradable y convencional con el que tanto nos sentimos identificados.




Vayamos por partes y centrémonos en lo religioso, los matices son tantos como las explicaciones posibles, Marbella es neobarroca no porque quiera parecerse a las ciudades barrocas de entonces, las de la santificación urbana, de vías santas y perspectivas monumentales, aunque algo de esto hay en menor escala con la continua presencia de cofradías y hermandades en las calles del casco antiguo con procesiones, romerías, rosarios, traslados, pregones, actos de todo tipo y nombramientos de calles, plazas y rotondas con nombres de vírgenes, Cristos y santos, aperturas de capillas y ermitas, instalación de cruces y oratorios.




Una suerte de Christianópolis, término utilizado por José Luis Orozco Pardo para explicar lo sucedido en la Granada del Seiscientos que enlaza los resultados del Concilio de Trento y el urbanismo de Roma con lo sucedido en la capital granadina, en el que predomina el componente sacramental, un ideal de vida como peregrinaje penitencial en el que el año litúrgico se apropia del estacionalismo de la cultura y la vida festiva popular. Es significativo que en la actual Marbella se celebran prácticamente el mismo número de manifestaciones religiosas urbanas que las de finales del siglo XVI y XVII.

Escenografía, exceso y ostentación porque “somos barrocos” como escribe Morpurgo-Tagliabue, porque algo del barroco subsiste aún entre nosotros como afirma Fernando R. de la Flor, proceso de reconversión y reconquista espiritual, de patronazgo de santos sobre las ciudades, de tutelaje de la “ciudad del cielo” sobre la terrena, una idea integrista de ciudad bajo un orden sacro, una forma de depuración y de exorcización de la ciudad pecadora, esa que alejada del centro histórico vive en permanente tentación.




Son tiempos de crisis, de brechas salariales y sociales. Algunos creen apreciar una vuelta al feudalismo por las similitudes con las antiguas relaciones de vasallaje. Ya no hay monarquías absolutas pero como antaño los poderes civil, religioso y militar se muestran unidos, comparten una única fe que transmiten por medio de sus actos, que se manifiestan en la ciudad para luchar, -sin pedir austeridad-, contra la cultura del consumo tan laica y superficial, convirtiendo esas manifestaciones religiosas en otra forma de cultura de consumo sobre todo cuando ves actitudes y escuchas justificaciones nada cristianas de atracción turística y de generación de riqueza.


lunes, 14 de mayo de 2018

Cuando las tropas castellanas comieron palmitos y “yervas”





Lo narra Fernando del Pulgar en su Crónica de los Reyes Católicos. Acababan de conquistar Marbella y se dirigían a Fuengirola: “…en estos días la gente de la hueste reçibía grand fatiga, así del cansançio grande por la continaçión de los caminos asperos e trabajosos, como porque falleçieron los mantenimientos; e padeçieron tan grande hanbre, que no tenían los omes ni los cauallos otra cosa saluo palmitos e yervas, porque los bastimentos que se enviaron por la mar, con los vientos contrarios, no pudieron llegar a tiempo que pudiesen aprovechar”.

La rendición de Marbella, el triunfo y la euforia, se vieron ensombrecidos por el hambre que pasaron. La Tierra de Marbella, asolada, no podía ofrecerles un mínimo vital para sobrevivir. Había fallado la logística de la guerra, los alimentos se quedaron en un barco y por unos “vientos contrarios”, probablemente de levante, no pudo llegar a tiempo. Habían calculado mal los víveres necesarios cuando a principios del mes de junio estaban en Antequera: “mandó a la gente hiziesen talegas por quinze días e quel artillería quedase con gran guarda de gentes de cauallo e peones en los prados de Antequera; y él con toda la hueste fue a la çibdat de Marbella”.




El Rey Fernando sabía que necesitaba ayuda para el mantenimiento de su ejército, que las tierras de moros que iba conquistando habían sido abandonadas tiempo atrás, por ello y gracias a dos cartas que se conservan en el Archivo Municipal de Jerez de la Frontera, publicados y transcritos por Juan Abellán Pérez, conocemos las gestiones del rey y la reina para evitarlo. la primera de 7 de junio de 1485 se dirigía al concejo de Jerez, el rey estaba en el real de Arcos de la Frontera camino de Marbella tras descartar el paso desde Ronda por la dificultad de tránsito. Agradecía la ayuda prestada pero les exigía un esfuerzo más: “…porque con el ayuda de Dios Nuestro Señor yo voy el camino de Marvella e creo que seran neçesarios muchos mas mantenimientos de aquellos que estan proveydos e de aquellos que se pesar que eran neçesarios fasta aqui e para proveymiento del real que sobre aquella villa ha de aver no se espera otro ningund bastimento de otra ninguna parte, salvo el que desa çibdad fuere…”

Exigía que fuera rápido, posiblemente porque ya notaban las carencias o porque consideraba inminente la conquista de Marbella y que se enviara por mar: “…lo mas presto que ser pueda se carguen por la mar todo el mas mantenimiento de harina e çevada e vino que fuere posyble de la propia hazienda de los vezinos de esa çibdad porque segund los muchos mantenimientos son menester muchos quel dicho mi tesorero enbie todavia es muy neçesarios que de los vezinos desa çibdad sea proveydo…”. La carga debía hacerse desde Puerto Real, cruzar el Estrecho de Gibraltar y adentrarse en aguas del Reino de Granada y todo en cuatro días.




El barco no llegó y las tropas asentadas primero en el entorno del Río Real, el llamado Sitio del Real y después en el Real de Zaragoza en el camino a Fuengirola, comenzaron a sentir el desabastecimiento, el Rey decidió no continuar hacia Málaga y parar la guerra desviándose hacia el norte por Álora. La Reina Isabel desde Córdoba intervino enviando los abastecimientos a Antequera: “La Reyna, como mandó yr las reçuas de los mantenimientos por tierra para bastimiento del real (de Antequera), bien asy envió mandar a sus oficiales que tenía puestos en los puertos de la mar que enviasen a la çibdat de Marbella trigo e vino e mantenimientos, e todas las otras cosas necesarias para proueymiento de aquella çibdat”.

La preocupación no era solo por las tropas sino también por la guarnición que dejó en Marbella. De hecho, en la segunda de las cartas, fechada el cuatro de julio, 23 días después de la entrada en la ciudad, la reina pedía de nuevo ayuda al concejo de Jerez: “…que la çibdad de Marvella que a menester de ser proveyda, mandamos a vos que dexedes en ella todo el trigo e çevada que alla teneys e de la harina mill fanegas, e todo ello lo entreguedes a la persona que en la dicha çibdad tiene cargo de reçebir los mantenimientos…”, como contraprestación les ofrecía la posibilidad de vender el sobrante de la carga en la ciudad o en cualquier otra ciudad de su reino y señoríos.






Hace algunos años aún se veía por las calles de Marbella a vendedores ambulantes vendiendo palmichas, había cierta afición a arrancar las palmiteras para consumir esa raíz dulce y delicada. Hace tiempo que se prohibió su extracción, que quede el recuerdo que sirvieron para alimentar a un ejército.


miércoles, 9 de mayo de 2018

Notas sobre los gitanos de Marbella (siglo XVI-XIX)



No voy a escribir de los gitanos de ahora, de sus circunstancias y problemas. Solo quiero aportar unas notas sobre su presencia en Marbella a lo largo de la historia con los datos que he encontrado que son pocos y escuetos, tan marginales como sus vidas, casi siempre vinculadas a persecuciones, prohibiciones y quimeras en su tercera acepción pues su historia quisieron escribirla con trazos gruesos de justificación racial como hizo el jesuita Padre Rávago confesor de Fernando VI, que ante sus dudas sobre la Prisión General de Gitanos de 1749 que acabó con 9000 gitanos en la cárcel respondió que “le parecían bien los medios para extirpar esta mala raza de gentes, odiosa a Dios y perniciosa a los hombres”.
Nada nuevo ni bueno, ni la primera ni la última, nunca se quiso a los gitanos en España, nunca se aceptó su modo de vida, su raza, los culpamos por ser como eran, tan distintos, tan diferentes a como nos hubiera gustado que fueran.




La primera referencia es de finales del siglo XVI sobre un supuesto gitano marbellí, Gabriel de Chaves, que se justificaba como tal cuando se le culpaba de ser morisco expulsado que quiso volver a su tierra y cuyo final con el Tribunal de la Inquisición lo pueden imaginar.
La segunda cita corresponde a principios del XVII y trata sobre un problema entre las jurisdicciones civil y militar en la ciudad que fue tratada en el Política para corregidores de Jerónimo Castillo de Bobadilla. En la relación de delitos cometidos por los soldados se incluye la de “…Pedro de la Torre porque quitó al alguazil que llevava unos Gitanos; y ay otros muchos processos presentados contra vezinos soldados, de delitos que han cometido enormes, y resistencia y herida de alguazil”.
Más datos disponemos para el siglo XVIII gracias al trabajo de Bernard Leblon en “El gran fichero de los Gitanos en España (siglos XV a XVIII) Historia de un genocidio programado” que rescata un documento que cumplía una orden de 28 diciembre 1784 en la que se encargaba a los corregidores la realización de un registro de todos los gitanos que había en sus respectivas jurisdicciones, aportando una serie de datos estadísticos que pudieran servir para adoptar medidas dirigidas a su control y asimilación donde se contabiliza quince gitanos en Marbella, un escaso número respecto al resto de pueblos y ciudades andaluces.
Leblon cita algunos nombres como el de Vicente de las Eras que estaba en presidio, casado con María Sánchez, familia de nacidos en Marbella pero que residían en Arcos de la Frontera o la de Pedro de Montes y su esposa Juana Valencia y poco más pues era realmente difícil censar a quien no quería ser censado dado el historial de persecuciones.





De su presencia en la ciudad solo quedaron leves rastros como el de la marbellense calle Lucero (también conocida como la del Molino), ese nombre tan gitano que, antes desde finales del XVIII se llamó calle de los Gitanos; o esa Virgen de los Gitanos que ocupaba el nicho que se sitúa en el callejón de los Chinchilla que fue sustituida por un Sagrado Corazón en 1995. Y por último, quizás con otras connotaciones toponímicas, el puerto de los Gitanos en Sierra Blanca.
De la historia más reciente, la del siglo XX, de los gitanos en la ciudad, sus casas, sus familias y sus trabajos muchos saben y recuerdan. Hubo un tiempo que parecieron integrados en la sociedad local aún cuando se reconocían como gitanos. Sin embargo, el paso del tiempo también va sepultando ese recuerdo.

Estas son mis breves referencias, seguro que habrá más, que sirva esta aportación para no perder nunca su memoria.