sábado, 18 de abril de 2020

EL ODIO EN TIEMPOS DE EPIDEMIAS




Escribía Jacinto Benavente que “más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor” y es que el odio es algo consustancial a la persona, a su vida, credo y cultura. En todas las épocas y en cualquier civilización, el odio ha removido el mundo, tallado a fuego y sangre de muerte y destrucción. Somos herederos y sucesores de ese gen, lo portamos encima, se contagia con facilidad, produce monstruos como el sueño de la razón de Goya, vuelven las peores pesadillas… y seguimos viviendo.
Se odia tanto como se ama de forma selectiva, según nuestra cultura, religión o educación. Nos enseñaron a amar pero también nos inculcaron a odiar y no es cuestión de ignorancia ni desconocimiento, es algo mamado en siglos de lecciones. Se odia de forma consciente, premeditada y voluntaria. Se odia al diferente solo por serlo, al que tiene otro color, piensa distinto o cree diferente.



El odio siempre está ahí, latente y acechante del momento propicio, el de la debilidad moral, como respuesta a la desesperación, al albur de nihilismos y apocalipsis, y las epidemias son el mejor momento para escenificarlo desatando la ira más sobrecogedora, la más estremecedora de las miradas.
En España se ha odiado, se odia y odiaremos, siempre habrá un objetivo, nos vaya bien o mal pero cuando las circunstancias se complican, el odio asoma desbocado, la bondad se aparca, la resiliencia es obviada, la compasión y la caridad y todo ese sistema complejo de manifestaciones del amor son apartados para reaccionar contra el enemigo aunque no exista.



En tiempos pasados las epidemias se debían a la ira de Dios, “ira Dei” de uso recurrente cuando no podía encontrarse una causa como escribía el marbellense autor de los Anales de la Historia de Marbella a finales del siglo XVI: “Fue nuestro Señor servido de alçar su yra de sobre esta çiudad tan misericordiosamente que a çinco días del mes de julio deste dicho año fue la postrera persona que se murió de peste y fue tan de tenazón quitarse que no se murió della persona ninguna de fuerte que fue como si nunca lo oviera avido, porque ansí como sanó la gente, sanó la ropa y aunque es verdad que por ser mal contajioso es bien quemar la ropa apestada y quitar ocasiones, digo que en sanando la gente sana todo. Nuestro Señor nos mire con ojos de misericordia y nunca nos de tal castigo.


Ira y castigo por no haber sido buenos cristianos y por haber permitido que los no católicos lo siguieran siendo. Solo los buenos cristianos, el ejército de Dios, podía combatirlo como hizo San Isidro en palabras de Lucas de Tuy allá por el siglo XIII: “… y aquellos que San Isidro había enviado a prender a Mahoma buscáronle por los lugares de España donde andaban predicando, y fueron en seguimiento de él hasta la mar, y como no le pudieron haber a él, prendieron a algunos de los suyos y trajéronlos a San Isidro, al cual, según parece somos en gran obligación todas las naciones de España y de sus confines, pues con su presencia y virtud maravillosa en su tiempo lanzó y quitó de nuestras partes aquella endiablada y pestilencial doctrina de Mahoma, que la mayor parte del mundo ha inficionado por los pecados de las gentes, y así quedamos nosotros libres de ella por los méritos de este nuestro Santo glorioso”.


La pestilencial doctrina de Mahoma era solo equiparable a la de los judíos como se encargó de recordar el Inquisidor y diputado Francisco María Riesco a principios del XIX: “… tan rápidos progresos que se purificó en pocos años la católica grey española de la inmundicia pestífera de las herejías y mala doctrina”. Las religiones eran objetivo primordial, eran pestilentes pero también causantes “en su maldad” de pestilencias. Los progromos que se sucedieron desde 1391 en España contra los judíos no eran más que el resultado de siglos de acumulación cultural y cultual. La peste de 1348 que se asociaba a los judíos con la corrupción de aguas de ríos y pozos fue solo un ingrediente más en esa escalada. En 1526, Diego de Villalobos cura de la catedral de Gran Canaria iba un paso más allá atribuyendo el rebrote de peste a la falta de acción de la Inquisición en la isla: “por eso an crecido las malas, perversas y ponsoñosas espinas de esta adúltera gente".



Odio a los gitanos que fueron considerados como extranjeros indeseables, igualándolos a la categoría de vagabundos. Gentes de mal vivir que el reino debía expulsar para siempre, por ser de mal ejemplo para sus naturales tal como resaltaba Luis Vives en El socorro de los pobres: “¿Cuántas veces vemos que un solo individuo introdujo en la Ciudad una cruel y grave dolencia que ocasionó la muerte a muchos, como la peste, morbo gálico, y otras epidemias semejantes?
Miedo al que venía de fuera, tiempos en que las ciudades cerraban sus puertas y puertos por el peligro de contagio. En 1494 Rodrigo de Alanís se había establecido en Málaga como nuevo poblador pero pronto el ayuntamiento lo obligó a marcharse solo por el miedo a que estuviera contaminado por la peste “porque vyene de donde mueren”.


Odio, miedo y huidas, traslados de ciudades, escapadas a las casas de campo o búsqueda de refugios como hizo la familia de Pedro Esteban en 1494 que se escondió en una cueva cerca de la ciudad con tan mala suerte que los “moros de las razias” se llevaron a su familia: “andava pestilençia en la dicha çibdad de Marvella, e que muchos de los vesinos de la dicha çibdad huyeron della e él e otros vesinos de la dicha çibdad diz que quedaron en ella por la defender e guardar e quedaron de llevar sus mugeres e fijos a una cueva çerca de la dicha çibdad porque nos se les muriesen. E diz que los moros de las razias los espiaron e se conçertaron con los de allende e llevaron todos los que estavan en la dicha cueva a allende”.




En estos tiempos de epidemia poco ha cambiado, hace algunos años el odio se disparaba contra los homosexuales por la epidemia de SIDA, después se rechazó a los africanos por el Ébola, ahora surge con fuerza el nuevo enemigo a odiar, esos chinos comunistas que han contaminado el mundo que, a la vez, nos venden el material sanitario.
Escribo esto mientras me llegan noticias de manifestaciones en EE.UU. con personas armadas llamando a contagiar a judíos, asiáticos y negros. El odio permanece invariable en nuestra memoria. En España se odia un poco a todos, aunque en esta epidemia parece inclinarse a los motivos ideológicos. Nuestro acervo nos permite tener un amplio catálogo de odiados y los odiadores ya no claman por la clemencia divina, se encomiendan a los dioses de las redes sociales para esparcir sus entrañas ¿de qué podemos extrañarnos? No hay nada nuevo que no sepamos.

1 comentario:

  1. Sí. El drama sanitario aparte, y aun peor por lo que significa que el propio descalabro económico, es esa ola de odio, ese fuera máscaras que ha eclosionado al tiempo que nos inundaba el virus. El odio, qué triste, que asco, qué miedo...

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