jueves, 4 de marzo de 2010

Cuando Marbella era tierra de alquerías







Era un viernes cualquiera del siglo XIII, la gente salía de la mezquita y de repente se escuchó un grito “¡Oh, musulmanes! este es el ladrón que me hurtó mis dirhams y se los gastó junto a sus compañeros”. Mohamed Ibn Sahib al-Salat, apodado el Búfalo, y Abu Marwan al-Yuhanisi, venerable santón, se vieron rodeados de inmediato por gente dispuesta a apedrearlos por lo que tuvieron que refugiarse en la mezquita aljama. Creyeron estar a salvo cuando el juez, Ibn Ubayd Allah y el gobernador, al bajar la rampa de la Alcazaba –La Bajá el Castillo- a la calle Carmen, oyeron el tumulto y se acercaron para interesarse. Resultó que el Búfalo no se había gastado el dinero y tal como lo recibió, envuelto en un jirón de tela, lo devolvió al joven zapatero que lo acusaba. Ante el cariz que tomaba el suceso, el ladrón echó a correr por las callejuelas y los zocos. Se montó en un burro y consiguió salir de la medina por la Puerta de la Mar, pero la gente le siguió hasta que una piedra le hirió “Luego fue llevado ante el jeque para bendecirlo y perdonarlo y mientras lloraba sin poder hablar trataba de curarlo y oraba por él”. Al poco, reanudaron su viaje de peregrinación hacia oriente. Así narra la peripecia marbellí del santón, el escritor Ahmad al-Qastali en “Los Milagros de Abu Marwan al-Yuhanisi”, fragmento incluido en el libro “Cuando Marbella era una tierra de alquerías” de Virgilio Martínez Enamorado.



Italo Calvino en “Las ciudades invisibles” resaltaba que a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí y eso parece haber sucedido en Marbella, al menos en parte y cada vez menos, pues produce cierto estupor y gran alborozo que hasta ahora no se haya probado la existencia de la mezquita mayor bajo los cimientos de la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, pues tras años de sospechas, -incluso se llegó a poner en duda que la hubiera-, y ante la falta de prospecciones arqueológicas es la primera vez, con una fuente documental de la época, que se reconoce su presencia. Con este texto, las silenciosas piedras de esos añejos monumentos bajan al terreno de lo cotidiano para reflejar el tumulto de sus calles, dibujar la alcaicería de la calle Gloria, el zoco de la plaza José Palomo y retratar unos personajes que adquieren figura y personalidad.

La ciudad andalusí de Marballa ha sido el objetivo de esta investigación que ha culminado en un magnífico compendio historiográfico y documental, bien estructurado y mejor narrado, sobre la ciudad medieval y sus alquerías, galardonado con una Mención de Honor en el Premio Málaga de Investigación en 2008 y publicado bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Marbella, Cajamar y la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo.

Virgilio continúa y actualiza el camino iniciado por buenos investigadores locales como Fernando Alcalá Marín, Andrés García Baena y Catalina Urbaneja Ortiz con la ventaja de su profundo conocimiento de la lengua árabe lo que le ha permitido acceder a numerosas fuentes de la época, muchas ya conocidas, e interpretarlas para concluir que Marbella fue ciudad importante, con un marcado carácter urbano, de obra antigua romana, muy poblada y con muchas alquerías a su alrededor, cuyos nombres y sus significados son estudiados a conciencia.


Virgilio se pregunta casi afirmando que en el río Huelo puede que se encuentre el origen del nombre de Marbella y es probable que tenga razón, ya que comparaciones con topónimos similares o idénticos y otras evidencias vinculan con el agua el significado de Marbella, pero puede suceder también que fuera el río de la Barbacana ya que tenía más entidad, desconocemos su nombre árabe y las hipótesis no están cerradas.

Como una alegoría, de mi infancia en el Monte de Piedad rememoro las batallas a cantazos, por cuestiones de territorialidad, que contendíamos en “La Tapia” de la plaza de Gálvez, oficialmente de los Reyes Católicos, contra los niños del antaño andalusí aduar del río Huelo, más conocido por los Corrales Altos y Bajos. También recuerdo las dificultades para cruzar “El Tubo” de la Barbacana debido a lo profundo de su lecho y a la gran pendiente de sus riberas. Toda una aventura en territorio hostil.

En una de esas refriegas me abrieron la cabeza para desesperación de mi madre y regocijo de mi pandilla.

3 comentarios:

  1. Hola, bonita historia la que nos escribes, y las fotos de Marbella impresionante por su antiguedad y el cambio que ha dado Marbella, es una bella y grande ciudad, yo hace nueve años que conozco Marbella y me encatan Marbella difruto paseando por sus lindas calles,, un saludo de LOLA.

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  2. Yo tambien recuerdo la Marbella de esas fechas de correrias juveniles. Las monjas no nos dejaban acercarnos a la barbacana ni alejarnos de la calle Carmen.

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  3. Es como si en nuestra infancia existieran unas murallas invisibles en el casco antiguo que separaban como antaño dos mundos, el civilizado y el selvático. Para mi era una aventura llegar a Cantarranas, ir a la Barbacana y no te digo lo lejos que quedaba el campo Grama, el Pinar alcanzaba la categoría de excursión. Nos colábamos en las piscinas privadas porque entonces era un lujo.
    Nostalgia pura!!!!

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