lunes, 21 de mayo de 2018

Marbella Neobarroca




El título es solo una excusa ya que es imposible encasillar la ciudad en un solo estilo o clave cultural más si en una tendencia porque cada sociedad dibuja unos sistemas de valores con los cuales se juzga a sí misma. Omar Calabrese en “La Era Neobarroca” buscaba la existencia de un “gusto”, “un aire de tiempo” para nuestro periodo y proponía el de neobarroco.

Marbella es neobarroca porque recuperó hace tiempo las esencias barrocas del exceso y del artificio, de la sacralización de espacios urbanos y apostó por una estética del espectáculo, la visibilidad y la propaganda; de la estandarización y repetición del mobiliario urbano, ese resultado agradable y convencional con el que tanto nos sentimos identificados.




Vayamos por partes y centrémonos en lo religioso, los matices son tantos como las explicaciones posibles, Marbella es neobarroca no porque quiera parecerse a las ciudades barrocas de entonces, las de la santificación urbana, de vías santas y perspectivas monumentales, aunque algo de esto hay en menor escala con la continua presencia de cofradías y hermandades en las calles del casco antiguo con procesiones, romerías, rosarios, traslados, pregones, actos de todo tipo y nombramientos de calles, plazas y rotondas con nombres de vírgenes, Cristos y santos, aperturas de capillas y ermitas, instalación de cruces y oratorios.




Una suerte de Christianópolis, término utilizado por José Luis Orozco Pardo para explicar lo sucedido en la Granada del Seiscientos que enlaza los resultados del Concilio de Trento y el urbanismo de Roma con lo sucedido en la capital granadina, en el que predomina el componente sacramental, un ideal de vida como peregrinaje penitencial en el que el año litúrgico se apropia del estacionalismo de la cultura y la vida festiva popular. Es significativo que en la actual Marbella se celebran prácticamente el mismo número de manifestaciones religiosas urbanas que las de finales del siglo XVI y XVII.

Escenografía, exceso y ostentación porque “somos barrocos” como escribe Morpurgo-Tagliabue, porque algo del barroco subsiste aún entre nosotros como afirma Fernando R. de la Flor, proceso de reconversión y reconquista espiritual, de patronazgo de santos sobre las ciudades, de tutelaje de la “ciudad del cielo” sobre la terrena, una idea integrista de ciudad bajo un orden sacro, una forma de depuración y de exorcización de la ciudad pecadora, esa que alejada del centro histórico vive en permanente tentación.




Son tiempos de crisis, de brechas salariales y sociales. Algunos creen apreciar una vuelta al feudalismo por las similitudes con las antiguas relaciones de vasallaje. Ya no hay monarquías absolutas pero como antaño los poderes civil, religioso y militar se muestran unidos, comparten una única fe que transmiten por medio de sus actos, que se manifiestan en la ciudad para luchar, -sin pedir austeridad-, contra la cultura del consumo tan laica y superficial, convirtiendo esas manifestaciones religiosas en otra forma de cultura de consumo sobre todo cuando ves actitudes y escuchas justificaciones nada cristianas de atracción turística y de generación de riqueza.


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