viernes, 8 de enero de 2010

Un poeta en el convento de la Trinidad



Es bien reconocido que los conventos fueron centros de poder por la acumulación de conocimiento, semilleros de creación literaria, además de espirituales rincones de devoción recogida. También fueron lugares de debate sobre la religión comprometida, de conflictos celestiales y sensibilidades terrenales que originaron la formación de numerosas personalidades literarias que trascendieron sus muros, alcanzaron notoriedad y dejaron testimonio escrito, figuras en ocasiones veladas por el tiempo.

Fue el caso de Inácio Xavier do Couto, nacido en Elvas en el Alentejo portugués, en 1697, hijo de Lope Gil de Couto, médico de cámara de los monarcas lusos Pedro II y Juan V. Estudió gramática, filosofía y teología y el 6 de enero de 1716 tomó el hábito de fraile Trinitario Calzado en el convento de Marbella. Se celebró la ceremonia acostumbrada en la iglesia, una vez cruzada la puerta reglar que se abría entre el altar de Cristo en la Columna y la capilla de San Acacio mártir. Tras pasar junto a las capillas de Santa Lucía, Nuestra Señora del Rosario y al altar de San Telmo, llegaron a la reja del comulgatorio, al lado de la capilla mayor. El retablo de Santa Catalina remataba en un hermoso lienzo de la Santísima Trinidad.

En 1729, Couto alcanzó el grado de procurador general de la provincia de Andalucía y a partir de 1736, de vuelta en Portugal, desanduvo su trayectoria para ser predicador por orden especial del Rey. Pese a tantos méritos cenobiales, el recuerdo que nos han dejado historiadores y cronistas fue el de su notable poesía y su no menos valiosa producción operística. El bibliógrafo Barbosa Machado afirmaba que “cultivó la poesía con tanta cadencia, que sus producciones métricas testimoniaron el entusiasmo de su musa”. La calidad de su obra en prosa es defendida en tesis doctorales, se discute si fue el creador de la parodia como método predicatorio.




Del periodo de estancia en Castilla queda la impronta de varias publicaciones, acaso alguna escrita en Marbella, “La vida en trance mortal”, “El odio del amor” y “Métrica descripción de la sumptuosisima publicación de cautivos”, editado en Sevilla en 1725, además de varios romances y sonetos. Sin embargo fue en su país natal donde alcanzó cierta fama y reconocimiento como autor de óperas; “Las firmezas de Proteo” y “Endimión y Diana” estrenadas ambas, la segunda en el teatro Casa dos Bonecos, traducido como marionetas, en el Barrio Alto de Lisboa en 1740.

Viene a cuento esta breve semblanza para recordar el ruinoso estado de nuestro maltratado convento, tan menguado en muros que sólo resiste con una pequeña porción de lo que se construyó. Otros usos, desde su venta en 1842, fueron desfigurando paulatinamente su fisonomía. La iglesia, que coincide sustancialmente con el actual salón de actos del colegio Bocanegra, fue sala de cine, molino de jaboncillo para suave talco y sede del centro parroquial del esparto. Sus restos son incluidos como objeto de rehabilitación desde hace años en las diferentes propuestas que llenan de contenido programas políticos y otros azares. Las catas arqueológicas desvelaron la intensidad de su historia y ahora, años más tarde, quedamos a la espera de que las escasas voluntades actuales tornen en dadivosos gestos, a que la gracia de algún presupuesto, - en su defecto alguna gracia divina -, caiga sin dilación en tan añejo monumento.

Como escribía Couto en un soneto dedicado a la Virgen Santísima de la Liberación, “Nesse abysmo de graças me confundo…”.


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