Tiene una pesada carga de promesas incumplidas, es lento,
llega siempre con retraso, acumula fracasos, es imposible de imaginar, nunca lo
conocimos, podemos suponerlo fugaz, fantasmagórico, recorriendo la línea de
costa, con vistas a la playa, abarrotado de políticos que alguna vez lo
prometieron, esos que insistieron durante tanto tiempo que algún día llegaría.
Un día perdimos ese tren, no lo vimos pasar por la estación
soñada pero insisten que no desesperemos, que nuestra paciencia hermana de la
resignación y prima de la incredulidad es solo el resultado de una pérdida de
fe temporal, que algún día pasará, que esperar más de 150 años no es tanto, que
estas obras no se hacen de un día para otro, que precisa de estudios previos,
creación de comisiones, aprobaciones varias, proyectos, reforma de proyectos,
rectificaciones, concesiones, subvenciones y más de siglo y medio no es nada
comparable con el ingente trabajo de la administración que tanto, y siempre,
vela por el bienestar de los ciudadanos.
Me refiero a ese objeto abstracto llamado tren de la Costa
que todo el mundo predice y nadie conoce, cuya línea se ha dibujado sobre plano
cientos de veces, con sus andenes y estaciones que nos iba a comunicar con toda
España al enlazar con Málaga por levante y con Cádiz por poniente, ahora
prometen que esta vez va en serio y así desde 1864, fecha en la que la Comisión
de Ingenieros del Estado elaboró por primera vez un trazado de línea
ferroviaria litoral que uniría Málaga y Cádiz que se incluyó por primera vez en
la Ley de 2 de julio de 1870, proyecto fallido porque las cortes se disolvieron
en 1872 justo cuando Ángel Carvajal y Fernández de Córdoba, marqués de Sardoal
defendía en el Senado su creación. Un año después se aprueba una nueva ley, la
de 7 de marzo de 1873, defendida por el senador Narciso Salabert y Pinedo,
marqués de Torrecilla, con la misma línea.
No
fue hasta 1878 cuando se aprobó la concesión para explotación del tren litoral
entre Málaga y Campamento (La línea de la Concepción) a José Casado Sánchez, ¡por
fin íbamos a tener un tren!, pero diferentes problemas financieros y
administrativos retrasaron su ejecución hasta la paralización total cuando
apenas se había construido un kilómetro y en 1906 fue declarada la caducidad de
la concesión. Datos que desgrana Carlos
Castellón Serrano en su trabajo “Otros ferrocarriles en Málaga”.
Mientras
por toda la península se construían y estaban en pleno funcionamiento miles de
kilómetros de vías férreas, en Marbella habíamos perdido el tren y quizás ya
para siempre. Marbella, la de pujante minería, la industrial de magníficos y
pionero altos hornos, que tenía que embarcar el mineral para transportarlo, se
quedaba aislada y menos mal que por aquellos años se construía esa carretera
que se aplanaba tan despacio que en 1887 José Ortega Munilla se quejaba Para ir de
Málaga a Marbella es preciso pedir a las naves su hélice o a los gamos su
agilidad y ligereza. Porque la carretera no está terminada ni lleva trazas de
estarlo, y las diligencias que salen todos los días de Málaga constituyen más
que una empresa industrial, una empresa heroica.
Una nueva ley, la 3 de 1908, volvía a plantear la línea de
Málaga a San Fernando, incluso se inició la expropiación de los terrenos en
Marbella entre 1909 y 1915 pero en 1929 solo se había ejecutado el tramo entre
Málaga y Fuengirola. Años en los que Ramiro Campos Turmo soñaba en un Circuito
andaluz de turismo donde su Costabella estuviera bien comunicada por
ferrocarril, algo que consideraba imprescindible.
En los años 40 el franquismo procedió a la nacionalización
de la red ferroviaria española, anticuada y en manos privadas. Con la creación
de RENFE, su principal propósito fue el de renovar lo que estaba en mal estado
antes que construir nuevas líneas, incluso un informe del Banco Mundial de 1962
sobre la economía española recomendaba centrar los esfuerzos en mantener las
líneas existentes.
Marbella, nuevo y floreciente centro turístico internacional
quedaba fuera otra vez, de hecho, ya no nos gustaba tanto la idea, bueno, al
menos a promotores como Alfonso de Hohenlohe como se ha encargado de recordar
Ana María Rubia Osorio en su tesis doctoral sobre el primer franquismo en
Marbella. En aquellos tiempos no queríamos ya ni tren ni autopista con la
justificación de la posible pérdida de exclusividad de nuestro turismo tan
aristocrático.
Dejó de hablarse del ferrocarril hasta que ya con la
democracia algún político debió pensar que prometer de nuevo la llegada del
tren tenía su rentabilidad… política, idea a la que inmediatamente se sumaron
otros políticos para no perder el tren de las tendencias y se crearon
plataformas y anteproyectos, estudios de viabilidad, comisiones, pequeñas
partidas presupuestarias, rectificados, exclusiones e inclusiones en planes de
ordenación, que si AVE que si cercanías, que si lo ponemos en la 340 o en la
autopista.
De vez en cuando nos olvidamos del tema hasta que alguien nos
recuerda esa promesa merecedora de entrar en el libro Guinnes de los récords
como la más prometida a la vez que la más incumplida.
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