Hace muchos años descubrí por sorpresa que en un libro
publicitario sobre Marbella habían incluido párrafos copiados literalmente de
uno de mis trabajos sobre la Historia de Marbella. El editor había olvidado
citar la autoría de esos textos, era un libro para ganar dinero, editado con
gran lujo, tapas de tela y cuidado diseño, seguro que fue una gran inversión
que entendió que el ahorro estaba en los textos, porque eran de alguien que no
merecía ser reconocido ni siquiera agradecido, aunque fuera solo por el tiempo
que había invertido en años de investigación por todos los archivos y
bibliotecas de España dedicando incontables jornadas de trabajo en
transcripciones, interpretaciones, descubrimientos, análisis comparativos, complementación
bibliográfica, redacción, correcciones y estudio sin descanso.
Había perdido la inocencia, fue mi primera traición como historiador.
Me sentí vulnerable. Tras más de veinte años dedicado a la historia del arte
supe que cualquiera podría hacer lo que quisiera con mis trabajos sin miramientos.
Podría habérmelo tomado como un orgullo, al fin y al cabo era un reconocimiento
anónimo, mejor ese consuelo que la rabia. Podría haberlo denunciado para
reclamar mis derechos de autor, aunque nunca he publicado para lucrarme ¿cómo
podría valorar ante un juez mis noches de insomnio? ¿qué precio tiene mi
euforia cuando descubría ese dato tan buscado?
Con el tiempo descubrí que la cleptomanía historiográfica
adoptaba numerosas formas, desde el simple parafraseo, al que aprovechaba casi
la totalidad de mi trabajo para hacer una “nueva versión” con algún pequeño añadido
o corrección, hasta el que se atribuía en su publicación algún descubrimiento histórico
“olvidando” quien había sido el autor de ese hallazgo.
También se adoptan formas más perversas como la que tuve
noticia en una conversación cuando una señora me intentaba explicar (y darme
una lección) sobre la historia de un marbellense barrio, muy histórico, porque
había leído un folleto de una asociación de vecinos que curiosamente era la
traslación de un capítulo entero de mi libro sobre el centro histórico de
Marbella por supuesto sin citar mi nombre. Estoy convencido que la señora dudó
cuando le dije que el texto lo había escrito y publicado yo y que lo sigue dudando.
El culmen llegó cuando una conocida cadena de televisión
nacional, en un reportaje de investigación sobre el franquismo, tomó como
fuente varios artículos míos ¿y por qué lo sé? porque como en otros casos
incluía datos inéditos hasta que los publiqué. Por supuesto no podía esperar
ser citado. El historiador es y ha sido siempre un protagonista secundario, es
la insoportable levedad del historiador, cuyo peso en la sociedad es auxiliar,
su presencia en los medios anecdótica, su importancia profesional despreciada.
De la traición al homicidio intelectual solo hay un paso,
una delgada línea, la mayoría de las veces producto del desconocimiento pero
imperdonable en el caso de algunos que dicen llamarse historiadores, estudiosos
de salón y de las redes, dedicados a aprovecharse del trabajo de otros sin
despeinarse, que intentan labrarse un prestigio con buenas campañas
publicitarias y de imagen. Son historiadores rémoras, cuyo mayor sacrificio es
leerse la investigación de otro para sin el más mínimo análisis crítico y con
un profundo desconocimiento bibliográfico, publicar crónicas nostálgicas,
dirigidas a un público conservador, añorantes de glorias pasadas.
Todo indica que la profesión de historiador está en vías de
extinción, que no es necesario pasarse años de licenciaturas y doctorados en la
universidad, aprender metodologías, utilizar interminables fuentes
bibliográficas, saber interpretar otras fuentes, escribir con ética
históriográfica y discernir sobre la autenticidad e importancia del dato
documental, porque no sirve de nada. Cualquiera puede recopilar datos,
publicarlos y ser considerado como historiador.
En estos tiempos de posverdad, cualquiera puede decir o
escribir lo que le de la gana sin ruborizarse, cualquiera puede ser acogido con
los brazos abiertos en cualquier foro y que su propuesta historiográfica sea
considerada como hipótesis al mismo nivel que la de un profesional de la
historia. Incluso, y como autocrítica, los historiadores mismos nos hemos
acomodado a esta devaluación aceptando sin más esas injerencias de habituales
que son. De hecho, y como paradoja, los pseudohistoriadores comienzan a ganar
la batalla al encajar mejor su “sencillez” intelectual localista en el
gusto y las preferencias sociales actuales frente a las sesudas y complicadas
elucubraciones de los profesionales de la historia encriptados en sus cenáculos
de sabiduría.
Es más, la tendencia es que cada vez más historiadores “auténticos”
sucumben al encanto de la vulgarización histórica, porque ya no merece la pena
tener en cuenta los principios transformadores de la historia, porque el rigor
y la cientificidad poco o nada importan cuando el único fin es sobrevivir en su
relevancia social. El descenso del nivel historiográfico es tan alarmante que
en ocasiones es imposible saber si es de alguien que tiene título o de quien
cree poder ser mejor historiador que los historiadores mismos sin someterse a
esos aburridos años de estudios y exámenes.
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ResponderEliminarhttp://www.eldiario.es/andalucia/lacajanegra/cine/Plagio-Festival-Cine-Sevilla-polemica_0_684881823.html
ResponderEliminarLloras lo que te duele, lógicamente. Pero, ¿qué decir de parecidas actitudes en lo artístico, en lo gráfico? En un reciente y escandaloso caso de plagio salvaje (Cartel del Festival de Cine de Sevilla), la plagiaria cazada con las manos en el cajón no ha movido un músculo al responder que se trata de una corriente artística: ¡el apropiacionismo!
ResponderEliminarNo, no es una coña ni en principio un sarcasmo; trata de justificar que meter la mano en la cartera artística, intelectual, de otros puede catalogarse como género artístico. Apropiacionismo le llama la tía.
Yo he dejado de concurrir a concursos de carteles, por ejemplo, porque la mitad de los que se presentan "están inspirados" en material que conozco y que puedes encontrar en la red, ahí, al alcance de la mano. Claro que ese chollo del plagiario, la disponibilidad de prácticamente todo lo hecho en cualquier campo a tiro de tecla, es al mismo tiempo su peor enemigo. El plagiario e4s inmediata y fácilmente descubierto. Otra cosa es que ese deaprensivo uso de la ajeno parece tampoco importar demasiado a quien tendría que importarle. En otros países y en casos recientes, la detección, por ejemplo, de ocho páginas copiadas en una tesis universitaria veinte años antes le cuesta el puesto a un Ministro. En Estados Unidos implica trullo. Aquí, una conocidísssssima primera figura de la tele, la ínclita Ana Rosa, plagia medio libro, se lo premian, se descubre... y ni le desconcha la carrera.
Dejó escrito el sabio de José Luis Coll que "bienaventurados mis imitadores porque de ellos serán todos mis defectos"
Agustín Casado
Francisco, qué polifacético eres! Yo te animaría a denunciar, además de públicamente, legalmente esos plagios. Aunque soy consciente de que quizá no compensa.. Tiene que haber una forma de parar eso, especialmente si son publicaciones a la venta y/o que se atribuyan la autoría! Ánimo, tu labor es importante!
ResponderEliminarPor cierto, preciosa foto de nuestra Marbella.
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