miércoles, 20 de enero de 2010

El tren de la Mina




La ciudad de Marbella vive en perenne primavera. Por la parte Sur, el mar la acaricia con sus tranquilas olas; por la parte Norte, Sierra Blanca la defiende del frío. Es más que un pueblo, un invernadero de personas y plantas, en donde el frío no llega y la vejez se retarda en la suavidad de un clima en el que son desconocidos los violentos contrastes de Madrid. Aún conserva su antiguo recinto de murallas; pero el caserío se sale fuera, desdeñando por inútil el amparo de las arcaicas fortalezas, en las que crecen los chumberos con prolífica abundancia. El color de aquellas piedras es como el de la yesca, y en el horizonte de azul brillante se destacan sus siluetas con cierto aspecto de senectud alegre, muy ajeno al ordinario carácter elegíaco de otras ruinas.

Así comenzaba José Ortega Munilla la descripción de la ciudad en el libro Viajes de un Cronista publicado en Madrid en 1892. Era escritor y periodista, miembro del Partido Moderado y de la Real Academia de la Lengua, aunque quizá sea más conocido por ser padre del filósofo Ortega y Gasset. Entre su amplia obra nos interesa este libro en el que insertaba su visión de Tánger, Berlín, Roma, París y su periplo por las costas andaluzas de Málaga y Cádiz. El capítulo dedicado a Marbella, fechado en 1887, se inicia con las dificultades del trayecto desde Málaga: Para ir de Málaga a Marbella es preciso pedir a las naves su hélice o a los gamos su agilidad y ligereza. Porque la carretera no está terminada ni lleva trazas de estarlo, y las diligencias que salen todos los días de Málaga constituyen más que una empresa industrial, una empresa heroica.



Llamó su atención la explotación de las minas por parte de la compañía británica Marbella Iron Ore Co. Ltd.: En la playa prolonga sus tramos de hierro sobre el mar, el magnífico muelle construido por la sociedad inglesa que explota las ricas minas de hierro. Desde el puntal del muelle, el espectáculo es admirable. Dilátase en amplia curva el pueblo y los cortijos, que con sus blanquísimas casas llenan los rellanos que preceden a las estribaciones de Sierra Blanca. En último término eleva sus crestas azuladas y grises la cordillera, y allá arriba se ven los movimientos de tierra que indican la existencia de las minas. El anteojo marino nos enseña allí, entre aquellas asperezas y fragosidades, el hormigueo de la población minera, y en el campo cristalino del catalejo destácanse las figuras de algunos hombres que trabajan en picos inaccesibles, colgados de la cintura por tirante cable, como arañas pendientes de su hilo.

John Broadfoot y Miguel Calzado Martínez, como representantes de William Malcolm, habían conseguido en 1869 que el Ayuntamiento de Marbella le cediera varios terrenos del común de vecinos, al objeto de establecer una vía férrea entre la mina, situada en la carretera de Ojén al Este del actual cementerio de la Virgen del Carmen, y La Marina, hoy avenida del Mar, a cambio de costear una cañería de plomo o de hierro que condujese el agua potable de la población a la punta del muelle. Funcionaba el trenecillo, nombrado de San Juan Bautista, en 1872; el recorrido se iniciaba arriba del camposanto, cruzaba los veinte metros de Puente Palo, seguía por encima de las tapias del Trapiche del Prado, La Montua; bajaba por la Huerta de San Isidro y Los Montoros, hoy Hotel Don Miguel y Xarblanca; Llanos de Valdeolletas, por La Cantera y la travesía nombrada Carril de la Mina; cruzaba hacia el Sur por la calle del Calvario en toda su extensión y embocaba hacia La Marina por parte de la avenida Jacinto Benavente, Huerta del Mesón y cortaba finalmente Ricardo Soriano hasta Miguel Cano.




Disfrutemos con Ortega el paseo… sobran más comentarios: La pequeña locomotora arrastraba jadeando la larga fila de vagones, al fin de la cual había enganchado el vagoncillo en que íbamos de expedicionarios. Cada curva de la vía nos dejaba ver nuevos horizontes espléndidos de luz y de vegetación, el mar dilatándose en amplia llanura, sólo limitada por la borrosa silueta de la costa de África.

La dinamita y el pico horadan sin descanso las montañas y las arrancan sus peñascos de hierro. Constantemente se oye el estruendo del monte que cae desgajado a la detonación de la dinamita que estalla.

Cuando el sol se fue poniendo, regresamos a Marbella en una vagoneta que, abandonada a su propio peso, corría por el plano inclinado a una velocidad de un kilómetro por minuto.

Aquel despeñamiento suave por la hermosa vía, aquella caída sin temores ni angustia desde el nido de águila, aún iluminado por la luz diurna, al oscuro valle, nos produjo viva impresión y dulce abandono. El vivo vientecillo del mar nos acariciaba los sentidos; la luz tenue del horizonte daba infinita magia a objetos, contornos y dintornos. Cuando el extraño vehículo se detuvo, nos pareció despertar de un sueño.

4 comentarios:

  1. Precioso y muy cultural este escrito que hace referencia a nuestra amada tierra.

    Mi enhorabuena por tan precioso trabajo, y todo lo que haceis por nuestra tierra.

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  2. Dan ganas de llorar de desconsuelo cuando lees a Ortega Munilla y comparas el paisaje de ayer con el que hemos creado. Creo, estoy convencida, de que la autopista y la autovia han cercenado el maravilloso microclima que nos procuraba la sierra. Yo que crecí en Nagueles entre pinos, eucaliptos, romero y tomillo no soporto verlo ahora convertido en una masa de ladrillos y plantas tropicales. Desde luego es desolador no haber sabido preservar lo importante de lo secundario. Muy nostalgica la entrada

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  3. A qué plano inclinado se refiere Ortega cuando habla del regreso a MArbella en vagoneta? Gracias Francisco.
    Saludos

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