jueves, 16 de septiembre de 2010

La mezquita



Eran tiempos de cambio. La transición avanzaba mientras nos enseñaban como convivir en libertad, a respetar ideologías y credos. Para afianzar el encaje democrático se aprobaron un aluvión de leyes al amparo de la Constitución con las dificultades derivadas de la herencia política y social. Una de ellas fue trascendental, la de Libertad Religiosa de 1980, que daba cobertura legal a los diferentes cultos.

En Marbella, en 1979, el entonces príncipe Fahd de Arabia Saudita anunciaba que iba a donar dos millones de dólares para la construcción de viviendas sociales. Estaba alojado en Incosol y había decidido construirse una residencia, además de financiar la edificación de una mezquita y un centro cultural o casa de la cultura hispano-islámica. Era una apuesta fuerte, sorprendente, cargada de petrodólares de Oriente Medio, de un mercado desconocido para una España que sufría aún las secuelas de la traumática crisis del 73 y que en nuestra ciudad se cebó con especial virulencia en el sector de la construcción y la hostelería. Docenas de grúas y esqueletos mostraban un paisaje sombrío, un cementerio de hierro y hormigón, que prescribió con el lustre de nuevas urbanizaciones, que pusieron de moda un exótico cóctel de arabismos en fachada, a la vez que nos rodeábamos de alcazabas, alhambras, generalifes, al-andalus, brillantes cúpulas, vistosas almenas y dorados decorativos exuberantes, tan fastuosos que deslumbraban la vista.




Hasta entonces del mundo islámico no veíamos más allá de la guardia mora de Franco, la Marcha Verde y Emilio el Moro, todo tan anecdótico como superficial. Pero nuestro pequeño mundo de partes oficiales y Angelus a las doce decaía, a la par que comenzaban a internacionalizarse los mercados. El moro, el temido en las entrañas de la tradición, mudó en aladín de los tesoros, del lujo y la ostentación, versión turista. Un mustafá de serrallos y palacios que había salido de los cuentos para pasearse por Puerto Banús. Frotábamos la lámpara maravillosa y las divisas fluían. Construir una mezquita no suponía obstáculo alguno para tan buenos clientes. Se cifraba en siete mil millones de pesetas la inversión inmobiliaria en Marbella de capital árabe en 1980.

Fue el primer templo musulmán edificado en España tras un largo paréntesis. Emblemático, simbólico, de blanco deslumbrante y porte elegante, en altozano para ser visto y oído. Se construyó en poco más de seis meses, no hubo trabas técnicas, no hubo resistencia vecinal y salvo algún maleducado comentario de reaccionarios que no transigieron en la transición, el marbellense lo aceptó con curiosidad y admiración, con ese pasotismo tan mundano, forjado a golpe de experiencias interculturales. El no musulmán que conseguía acceder a su interior lucía galones, su gesta era considerada casi una heroicidad en tan hermética y extraña religión.

La prensa nacional seguía el proceso día a día. Su inauguración fue un acontecimiento nacional y un acto de diplomacia internacional, fue en agosto de 1981, el proyecto lo firmó Juan Mora Urbano y el resultado fue un espléndido edificio, tan bueno que optó al prestigioso galardón de la Fundación Agha Khan. Hubo disputa sobre la autoría. Un artículo publicado en ABC en noviembre de 1981 atribuía el proyecto a Ángel Taborda Britch, días después Juan Mora pedía su rectificación. El caso creo recordar que acabó en los tribunales, sin conocer más detalles al respecto.

El próximo año cumplirá los treinta sin novedad. Son varios miles los musulmanes que residen en la costa. Tras la de Marbella se abrió la mezquita de Fuengirola, años más tarde la de Málaga. Somos ejemplo y fuimos pioneros. En todos estos años no ha habido conflictos religiosos, el respeto ha imperado como si el espíritu de concordia y libertad propugnado por la Constitución hubiera calado en Marbella mejor que en otros lugares. Dicen que es la mezquita de los ricos, pero su imán Alí Bachar, persona afable, cercana y sencilla, sabe que no es verdad, porque es un templo abierto a todos los musulmanes. El acceso es pausado, la atmósfera íntima, el ambiente acogedor. La gran cúpula central te arropa, las columnas confieren escala humana, la luz tamiza el espíritu.

De vez en cuando nos sobresaltan noticias sobre controversias a cuenta de la construcción de mezquitas en el mundo. La última en el centro financiero mundial, Nueva York, esa ciudad donde hay que darle a una campana para que los inversores paren de mover su dinero y todos tocan las palmas como locos mientras las estadísticas calculan 925 millones de pobres en el mundo. Antes fue en Sevilla, en Lérida, en Suiza con los minaretes y en muchos otros lugares donde la construcción de una mezquita se percibe como una amenaza, pero no son las religiones las causantes de los conflictos sino las personas que las pervierten, como los que malinterpretan los gobiernos y distorsionan las ideologías.

2 comentarios:

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  2. No hay mayor temor que el temor a lo desconocido. Ni todos los musulmanes son extremistas asesinos ni todos los catolicos personas santas. Creo que no hay una unica verdad y que los que presumen de tenerla son de mente estrecha y universo reducido. Abogo por la pluralidad y el respeto a la diversidad de culto.

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