lunes, 5 de febrero de 2018

La insoportable levedad del historiador



Hace muchos años descubrí por sorpresa que en un libro publicitario sobre Marbella habían incluido párrafos copiados literalmente de uno de mis trabajos sobre la Historia de Marbella. El editor había olvidado citar la autoría de esos textos, era un libro para ganar dinero, editado con gran lujo, tapas de tela y cuidado diseño, seguro que fue una gran inversión que entendió que el ahorro estaba en los textos, porque eran de alguien que no merecía ser reconocido ni siquiera agradecido, aunque fuera solo por el tiempo que había invertido en años de investigación por todos los archivos y bibliotecas de España dedicando incontables jornadas de trabajo en transcripciones, interpretaciones, descubrimientos, análisis comparativos, complementación bibliográfica, redacción, correcciones y estudio sin descanso.

Había perdido la inocencia, fue mi primera traición como historiador. Me sentí vulnerable. Tras más de veinte años dedicado a la historia del arte supe que cualquiera podría hacer lo que quisiera con mis trabajos sin miramientos. Podría habérmelo tomado como un orgullo, al fin y al cabo era un reconocimiento anónimo, mejor ese consuelo que la rabia. Podría haberlo denunciado para reclamar mis derechos de autor, aunque nunca he publicado para lucrarme  ¿cómo podría valorar ante un juez mis noches de insomnio? ¿qué precio tiene mi euforia cuando descubría ese dato tan buscado?

Con el tiempo descubrí que la cleptomanía historiográfica adoptaba numerosas formas, desde el simple parafraseo, al que aprovechaba casi la totalidad de mi trabajo para hacer una “nueva versión” con algún pequeño añadido o corrección, hasta el que se atribuía en su publicación algún descubrimiento histórico “olvidando” quien había sido el autor de ese hallazgo.

También se adoptan formas más perversas como la que tuve noticia en una conversación cuando una señora me intentaba explicar (y darme una lección) sobre la historia de un marbellense barrio, muy histórico, porque había leído un folleto de una asociación de vecinos que curiosamente era la traslación de un capítulo entero de mi libro sobre el centro histórico de Marbella por supuesto sin citar mi nombre. Estoy convencido que la señora dudó cuando le dije que el texto lo había escrito y publicado yo y que lo sigue dudando.

El culmen llegó cuando una conocida cadena de televisión nacional, en un reportaje de investigación sobre el franquismo, tomó como fuente varios artículos míos ¿y por qué lo sé? porque como en otros casos incluía datos inéditos hasta que los publiqué. Por supuesto no podía esperar ser citado. El historiador es y ha sido siempre un protagonista secundario, es la insoportable levedad del historiador, cuyo peso en la sociedad es auxiliar, su presencia en los medios anecdótica, su importancia profesional despreciada.

De la traición al homicidio intelectual solo hay un paso, una delgada línea, la mayoría de las veces producto del desconocimiento pero imperdonable en el caso de algunos que dicen llamarse historiadores, estudiosos de salón y de las redes, dedicados a aprovecharse del trabajo de otros sin despeinarse, que intentan labrarse un prestigio con buenas campañas publicitarias y de imagen. Son historiadores rémoras, cuyo mayor sacrificio es leerse la investigación de otro para sin el más mínimo análisis crítico y con un profundo desconocimiento bibliográfico, publicar crónicas nostálgicas, dirigidas a un público conservador, añorantes de glorias pasadas.


Todo indica que la profesión de historiador está en vías de extinción, que no es necesario pasarse años de licenciaturas y doctorados en la universidad, aprender metodologías, utilizar interminables fuentes bibliográficas, saber interpretar otras fuentes, escribir con ética históriográfica y discernir sobre la autenticidad e importancia del dato documental, porque no sirve de nada. Cualquiera puede recopilar datos, publicarlos y ser considerado como historiador.

En estos tiempos de posverdad, cualquiera puede decir o escribir lo que le de la gana sin ruborizarse, cualquiera puede ser acogido con los brazos abiertos en cualquier foro y que su propuesta historiográfica sea considerada como hipótesis al mismo nivel que la de un profesional de la historia. Incluso, y como autocrítica, los historiadores mismos nos hemos acomodado a esta devaluación aceptando sin más esas injerencias de habituales que son. De hecho, y como paradoja, los pseudohistoriadores comienzan a ganar la batalla al encajar mejor su “sencillez” intelectual localista en el gusto y las preferencias sociales actuales frente a las sesudas y complicadas elucubraciones de los profesionales de la historia encriptados en sus cenáculos de sabiduría.

Es más, la tendencia es que cada vez más historiadores “auténticos” sucumben al encanto de la vulgarización histórica, porque ya no merece la pena tener en cuenta los principios transformadores de la historia, porque el rigor y la cientificidad poco o nada importan cuando el único fin es sobrevivir en su relevancia social. El descenso del nivel historiográfico es tan alarmante que en ocasiones es imposible saber si es de alguien que tiene título o de quien cree poder ser mejor historiador que los historiadores mismos sin someterse a esos aburridos años de estudios y exámenes.

5 comentarios:

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  2. http://www.eldiario.es/andalucia/lacajanegra/cine/Plagio-Festival-Cine-Sevilla-polemica_0_684881823.html

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  3. Lloras lo que te duele, lógicamente. Pero, ¿qué decir de parecidas actitudes en lo artístico, en lo gráfico? En un reciente y escandaloso caso de plagio salvaje (Cartel del Festival de Cine de Sevilla), la plagiaria cazada con las manos en el cajón no ha movido un músculo al responder que se trata de una corriente artística: ¡el apropiacionismo!
    No, no es una coña ni en principio un sarcasmo; trata de justificar que meter la mano en la cartera artística, intelectual, de otros puede catalogarse como género artístico. Apropiacionismo le llama la tía.
    Yo he dejado de concurrir a concursos de carteles, por ejemplo, porque la mitad de los que se presentan "están inspirados" en material que conozco y que puedes encontrar en la red, ahí, al alcance de la mano. Claro que ese chollo del plagiario, la disponibilidad de prácticamente todo lo hecho en cualquier campo a tiro de tecla, es al mismo tiempo su peor enemigo. El plagiario e4s inmediata y fácilmente descubierto. Otra cosa es que ese deaprensivo uso de la ajeno parece tampoco importar demasiado a quien tendría que importarle. En otros países y en casos recientes, la detección, por ejemplo, de ocho páginas copiadas en una tesis universitaria veinte años antes le cuesta el puesto a un Ministro. En Estados Unidos implica trullo. Aquí, una conocidísssssima primera figura de la tele, la ínclita Ana Rosa, plagia medio libro, se lo premian, se descubre... y ni le desconcha la carrera.
    Dejó escrito el sabio de José Luis Coll que "bienaventurados mis imitadores porque de ellos serán todos mis defectos"

    Agustín Casado

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  4. Francisco, qué polifacético eres! Yo te animaría a denunciar, además de públicamente, legalmente esos plagios. Aunque soy consciente de que quizá no compensa.. Tiene que haber una forma de parar eso, especialmente si son publicaciones a la venta y/o que se atribuyan la autoría! Ánimo, tu labor es importante!

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  5. Por cierto, preciosa foto de nuestra Marbella.

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