martes, 30 de marzo de 2010

Una antigua estación de penitencia




Durante los tiempos de la Marbella que vivía dentro de las murallas, cuyas puertas se abrían y cerraban al son que marcaba el día y la noche, en la que fuera sólo existían peligros y huertas, las procesiones formaban parte del acontecer rutinario y debieron recorrer una carrera oficial, prescrita y ordenada, de hitos señalados y espacios sacralizados, porque los desfiles eran más que una exaltación de fe, participaban de un rito purificador de calles y creyentes, también establecían una red de solidaridades, de vínculos sociales con representatividad institucional, para demostrar que la religión era imprescindible y su poder consustancial en la vida de los ciudadanos.

Configuraba una vía sacra, de tradicionales actos y rituales ceremonias, no había margen para el azar ni la improvisación pues con la rectitud en su cumplimiento se exponía, sin ambages, los beneficios celestiales de la cohesión y la firmeza de las indulgencias terrenales. Poco sabemos, nada hay descrito, sin embargo las ciudades de nuestra modernidad cristiana eran lugares con un marcado carácter uniforme, que invitan a la recreación de lo que fue, como hipótesis fundada en cercanas y aún activas funciones, sea el caso del Rosario de la Aurora.



La noche, siempre presente, abre las puertas, las de la Puerta del Sol, frente a la calle de Gloria, en la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación. Es el centro, origen, paso y destino de todas las cofradías marbellenses, de las que tenían allí sede y las del Arrabal. Numerosas antorchas iluminan una ciudad bruna. A la derecha el Pilar del Ángel era el triunfo más simbólico de la colación de Santa María. La comitiva dirige sus pasos hacia la calle Carmen, acceso al Castillo, colación de San Bernabé, nombre de la antigua mezquita santificada tras la conquista en 1485. A la izquierda emboca hacia la plaza Pública por la plazuela de Alcocer, después Marmolejo, finalmente Chinchilla. Atrás deja el tabernáculo de la Virgen del Carmen, la cuesta de El Pilar de los Herreros, la Virgen de los Dolores y el Puente levadizo de la Puerta de Ronda, entrada obligada de todas las cofradías del Arrabal.

La Casa de Cabildo es el baluarte del poder civil, que no siempre mantuvo buenas relaciones con el religioso; eran frecuentes los enfrentamientos y desaires y en más de una ocasión le fue retirada al regidor la silla reservada para las ceremonias oficiales en la parroquial. En la fachada del Ayuntamiento reina la imagen de la Inmaculada Concepción, el desfile se acerca a la colación de Santiago, el paso es obligado en la calle de la Estación de Cruz o de Penitencia, estrecha hasta su ampliación en los años veinte del siglo XX.



El recorrido se abre hacia la plaza de la Victoria, que hasta avanzado el XIX no era tanta plaza ni de la Victoria; entonces la plazuela de Juan de Ortega era el punto de comunicación entre la calle del alférez Francisco Guerra y la de Gonzalo Caballero. Del mismo modo era la salida al callejón del Castillejo que daba a las Cruces, tras cruzar el arroyo de la Huerta Chica, en dirección al Calvario, vía dolorosa de estaciones, que culminaba en el monte de la pasión y muerte de Jesucristo.

Nuestra procesión continúa por calle de Juan de Pedraza, antes llamada Principal y Real del Aposento, la muralla de la ciudad cierra el paso al espacio que después se conocería como la Alameda, por lo que se produce un giro a la izquierda en línea al muro meridional, Fortaleza, dejando a la izquierda la calleja de San Lázaro hasta llegar a la plazuela de Bilbao. Pasos más allá, junto a la Puerta de la Mar en la plaza de la Carnicería, años más tarde de la Verdura, actualmente José Palomo, se efectúa una nueva parada junto a la imagen de la Virgen de la Cabeza antes de encajarse en la angosta calle de San Juan de Dios. En el Hospital, fundado por los Reyes Católicos, la hermandad de la Misericordia, la más antigua, noble y caritativa de la ciudad, tenía su sede. La entrada en la travesía de la Misericordia, directa a la plaza del regidor Cosme Fernández Altamirano, abría el horizonte hacia la bajada de la Puerta de Málaga. La esquinada subida para llegar al Hospital de la Encarnación, conocido como Bazán, complicaba el paso.


El convento de la Trinidad anunciaba la cercanía del encierro, el acceso hasta la puerta de la Alcazaba, nombrada de Santa Catalina y la parada ante la fachada de la iglesia de los Trinitarios, completaba este imaginario círculo de protección de la ciudad, que unía puertas, santos, invocaciones y monumentos. Toda la ciudad quedaba persuadida de una única fe. Los tiempos cambian, los recorridos también. Calles como la de San Francisco de Paula, cerca de la calle Valdés; la de San Bernardo en Pedraza, la de San Salvador donde vivía Pedro Vázquez Clavel; la del Tránsito de la Virgen,; la del Rosario cercana a San Ramón en el Barrio Nuevo, quedaron en el olvido, la belleza de su evocación a salvo.

jueves, 25 de marzo de 2010

La cofradía de la Vera Cruz



Fernando Abdalid era predicador apostólico y guardián del convento de San Francisco de Marbella allá en los inicios del siglo XVII. “Traía siempre ceñido al cuerpo una cadena y todo lo restante del cuerpo lleno de cilicios, que aún le parecían pocos; y como suelen los poderosos mudar de vestidos en las festividades, también tenía sus galas de penitencia distintas con que graduaba las fiestas. Castigábase con rigurosísimas disciplinas, para lo cual no tuvo hora señalada porque siempre era tiempo para su espíritu de mortificar su cuerpo”. De este modo biografiaba a Abdalid, en panegírico, el Padre Gerónimo Rodríguez, guardián del convento franciscano de Estepa, en el siglo XIX.

Las hermandades de la Vera Cruz siempre estuvieron unidas al franciscanismo, fueron la escenificación pública de su devota austeridad y desinteresada entrega a Jesucristo en la Cruz; su sufrimiento era el sacrificio franciscano y en Marbella tuvimos una cofradía de la Vera Cruz, continuación de las nombradas “de la sangre”, de abnegados disciplinantes que flagelaban su cuerpo en procesión. Fue popular sociedad religiosa durante el siglo XVI y es frecuente encontrar alusiones de los testadores en sus últimas voluntades sobre el fervor, apego y pertenencia.

El monasterio de San Francisco fue fundado en 1593 por Cédula Real de Felipe II, no obstante la cofradía es previa a su construcción. ¿Había franciscanos en Marbella antes de la creación del convento? Dos datos parecen confirmar que fue así, pues según el manuscrito de Rodríguez “el motivo de la fundación fue el gran afecto con que los vecinos de esta ciudad atendían a la pobre familia de los Menores”. Éstos eran frailes observantes surgidos tras la General Reformación de 1517, defensores de la auténtica pobreza evangélica, como los describía en 1615 el cronista Juan de Santa María: “de hábitos cortos y estrechos y remendados de sacos… de andar descalzos el pie por tierra, en el guardar con grande extremo la pobreza y en procurar recogerse más, habitando de ordinario en lugares algo más apartados y solitarios”. La segunda referencia es la aportada por Antonio Maíz Viñals que remonta la edificación del convento de Porta Coeli a 1527: “al lado del bastión defensivo de la fortaleza de la ciudad”.

La iglesia del Santo Cristo de la Vera Cruz en el barrio Alto lindaba con ese reducto o bastión que había sido levantado por aquellas fechas en la zona norte del Aduar, conocida como huerta de Leganitos. La fortificación es anterior al convento de San Francisco, la hermandad de la Vera Cruz tenía su sede en el templo, por lo cual, probablemente, la iglesia fue en sus inicios humilde cenobio de esos avanzados Menores que recalaron en Marbella. La fachada principal, pese al tiempo y las modificaciones sufridas, nos da muchas explicaciones, ya que su iconografía ofrece posibilidades de interpretación relacionadas con la pasión de Cristo y con la vida y milagros de San Francisco de Asís.




La cofradía estaba compuesta por hermanos de Luz, portadores de antorchas en tenebrosas y silentes noches de penitencia, que iluminaban a rigurosos disciplinantes de cuerpos ensangrentados, curados con polvos cicatrizantes, que seguían a Cristo en la Cruz, con sus Cinco Llagas, las que se representan en un escudo labrado en piedra en la enjuta izquierda de la portada de la iglesia y que son las mismas que San Francisco tuvo. Era una semana de pasión que comenzaba con las tres negaciones de San Pedro antes de que cantara el gallo, el mismo que hay labrado en la enjuta derecha que también representa las tres veces que abrió San Francisco los Santos Evangelios en el Monte Alverno para descubrir que debía de imitar a Cristo en su sufrimiento. La escena culmina con la Resurrección y ascensión al cielo. La huella de una figura de formas redondeadas, acaso un ángel, se dibuja en la clave del arco de la puerta, lo que parece completar este ciclo. También un ángel, entre nubes y con la efigie de un crucificado, se le apareció a San Francisco debido a su deseo de ser martirizado para subir al cielo transportado en una nube a imagen de Jesucristo. Porta Coeli.

Los disciplinantes obtuvieron indulgencias papales y, entre los siglos XVI y XVIII, tuvieron una importante presencia en estas cofradías de la Vera Cruz. En los nuevos e ilustrados tiempos de la Razón comenzaron a percibirlos como brutales signos de religión y fueron prohibidos mediante Real Cédula de Carlos III.

Calificaba el biógrafo a Fernando Abdalid como otro Elías por la facilidad de su verbo. Describía cómo consiguió en una Cuaresma desterrar los juramentos hasta de la gente de la mar y de la playa. Incluso, “en una congregación o cofradía que hay en Marbella, que tiene tres días de disciplina a la semana, hacía una fervorosa plática en la que parecía que el Espíritu Santo hablaba por su boca”.

jueves, 18 de marzo de 2010

La Hermandad de las Benditas Ánimas




“Nadie puede entender quien es en este mundo ni su poquedad y abatimiento de él, si no es aquel que ha visto tan gran calamidad y trabajo. Que nuestro Señor servido de alzar su ira de sobre esta ciudad tan misericordiosamente que, a cinco días del mes de julio fue la postrera persona que se murió de peste… Nuestro Señor nos mire con ojos de misericordia y nunca nos de tal castigo por su infinita muerte y pasión”. Escenario de drama y agonía, año de 1583, Marbella quedaba asolada por una epidemia de peste, el marbellense que lo narraba transmitía el horror de la calamidad, el miedo a la ira de Dios y una actitud de abatimiento. La muerte siempre estaba presente en el designio, una católica transición al paraíso celestial que, para alcanzarlo precisaba de un examen en el purgatorio y así demostrar la observancia de las virtudes cristianas. La ciudad quedó casi yerma. Malos y calamitosos tiempos de cambio de siglo atribuidos a castigos divinos.

El culto a la buena muerte estaba presente en el devocionario popular, las misas en sufragio de las almas eran comunes en las mandas testamentarias, hasta que asociaciones de fieles, bajo control de la iglesia, formaban hermandades de gloria de las Ánimas Benditas del Purgatorio. Sucedió en Marbella, no sabemos con exactitud su fundación - Lisardo Guede, cronista diocesano, cita su existencia en 1630 -; tampoco cuando desapareció, pero sí que adquirió auge e importancia en el siglo XVIII. A diferencia de otros lugares, esta hermandad no fue absorbida ni transformada en cofradía de pasión y quedó postergada y omitida en religiosos anales, eclesiales historias y pías crónicas.

El altar de las Benditas Ánimas ocupaba espacio en la iglesia de la Encarnación junto a la pila bautismal, a la entrada o a la salida del templo según se mire, pues el viaje al cielo no era un comienzo ni un final sólo un paso. El retablo estaba presidido por la Virgen del Carmen que auxiliaba a los que transitaban por tan proceloso destino, patrona de ánimas, también de marengos, de salves y benditos mares, con escapulario de protección y consagración a María “el que muera con él no padecerá el fuego eterno”. La primera referencia sobre su existencia es de 1712 gracias al testamento de Miguel Chinchilla y Bentimilla que pedía ser enterrado a los pies de la Virgen, donde yacía sepultada su madre.


Recorrían la ciudad en procesión el día de San Andrés, jornada de campanillas y limosna, quien sabe si celebraban carnavales de ánimas o bailes para recaudar fondos como en otros pueblos, pues como declaraba en 1762, con efectos catastrales e impositivos, el regidor perpetuo y mayordomo de la hermandad Diego de Madrid “que no tiene dicha hermandad otros bienes algunos que la limosna del cepillo a expensas de la devoción de los fieles”. Sin embargo, disfrutaba de otros beneficios en forma de censos como el que recibía de Miguel Antonio Roldán de la huerta con su casa, que estaba en el partido de Camoján, con los años conocido como cortijo de Caballero; otro de Lucas Sánchez, beneficiado de Ojén y uno más del beneficiado Juan de Castro sobre una casa en la calle de Burgos. En 1795, obtuvieron la propiedad de una casa horno en la calle del Muro, casa de Ánimas y de pan como el que se repartía, además de cera y vino, en los funerales.

El decreto de Carlos IV en 1798 sobre la enajenación de todos los bienes raíces del clero, entre los que se encontraban los de las cofradías, pudo afectar a su funcionamiento, al menos en cuanto a bienes, si bien continuó su actividad, acaso menguada, durante el XIX y gran parte del siglo XX.

Pedro Vázquez Clavel, presbítero autor de las conocidas “Conjeturas de Marbella” y que fue mayordomo de la hermandad de Ánimas a mediados del XVIII, afirmaba en la introducción al libro su intención de dar lustre histórico al solar de su cuna, pues “de Marbella nada más se sabe, que algunas confusas tradiciones que conservan sus naturales, apolilladas ya y corrompidas por la incuria, por la general desidia y por la sencillez del vulgo”. Mucho hemos mejorado desde entonces pero aún queda un largo trecho por investigar.

jueves, 11 de marzo de 2010

La Hermandad de Viñeros




La Semana Santa se acerca. Son muchos los fieles que, imbuidos de religiosidad, participan en procesiones, forman parte de cofradías y acuden a los múltiples actos y rituales previos. Una Fe forjada en siglos de tradición, que aquí en Marbella son poco conocidos, pues resulta sorprendente que una celebración que se califica como una de las más importantes de Andalucía carezca de estudios históricos extensos; que no exista una monografía que investigue orígenes y evoluciones, salvo en aislados artículos como los de la revista Hosanna de la dinámica y emprendedora cofradía de la Pollinica. Historia de fragmentos y silencios.

Un pésimo panorama historiográfico para uno de los ejes de la sociedad marbellense tras la católica Conquista en 1485. La religiosidad forma parte trascendental del devenir cotidiano y del extraordinario, impregna todos los ámbitos sociales y alcanza todos los rincones, aún los más recónditos, del ánimo, de la vida y de las almas de los ciudadanos, sus labores y oficios. No puede conocerse bien la historia de una ciudad si no se profundiza en su vida religiosa. Por eso, con el objetivo de aportar un poco de luz al tema e incentivar estudios, ofrezco algunos datos menos conocidos de esta herencia.




Marbella fue tierra de viñas. Predominaba su cultivo en las colinas suavemente onduladas que descienden de Sierra Blanca. Simón de Rojas escribió en 1807 que eran humildes cerros de herriza y pizarra. Suelos de albariza, pasas de lejía y de sol, un vino que se exportaba a Europa y una ciudad volcada en su producción, de numerosas casas con lagares y bodegas, toneleros, vendimiadores, carreteros y tabernas. Un trasiego de pisadores y fiestas de septiembre, también de encomienda y fervor, puesto que el vino siempre ha sido bendecido y mitificado por sus poderes mágicos y sacros.

El 15 de agosto de 1695 los viñeros poseedores y herederos de la ciudad, un total de 35, otorgaron poder a Juan Diego Serrano y Acuña, vecino de Madrid para que se les concediera licencia y facultad para formar hermandad, junta de viñeros y para nombrar juez conservador, ministros y guardas, según consta en un documento del escribano Luis de Alcocer conservado en el Archivo Histórico Provincial de Málaga. Esta iniciativa perseguía los pasos de la hermandad civil del mismo nombre constituida en la capital malacitana en 1487 que de gremial pasó a constituirse en religiosa en 1643 con devoción a Jesús Nazareno, Jesús de Viñeros.



El 16 de enero de 1697 se celebró la junta inaugural de la hermandad y tras ella un gran vacío. Poco más sabemos de estos vinateros y paseros, salvo que en 1778 seguían defendiendo sus intereses de forma conjunta. Durante el Antiguo Régimen era imposible disociar la actividad gremial de la religiosa por lo cual, aunque no hay datos sobre la transformación en hermandad de pasión, sí debieron estar vinculados a alguna o mantuvieron presencia en los desfiles. Es aquí donde surge la imagen del Nazareno, que al igual que en Málaga, tiene larga tradición en nuestra ciudad. De hecho, se sabe que en 1610 la marbellense cofradía del Dulce Nombre de Jesús encargó la talla de un Jesús con la Cruz a cuestas al escultor Antonio Gómez, tan Nazareno como el que procesionaba la cofradía malagueña de los Elenos, antecesora de la hermandad de Viñeros de la capital.

Las coincidencias alimentan el argumento, el vino negro, de sangre de Cristo, predomina en la escena, el Dulce Nombre de Jesús da nombre a cofradías en toda España así como a empresas vitivinícolas. Vino dulce, cárdeno de túnicas. La decadencia y desaparición a finales del siglo XIX de la industria por la epidemia de filoxera trajo desusos y abandonos. El Nazareno, recuperado en 1902 por la Hermandad Sacramental dicen que por impulso de los mineros, pierde todos sus vínculos con los viñeros, nuevos sectores productivos y renovadas exaltaciones. Su casa hermandad, en la plaza del Santo Sepulcro, ocupa un inmueble restaurado que fue en el XVI propiedad de Alonso de Bazán adosado al Hospital “con todas sus bodegas e lagares e vasijas”.

Poderosas parras doradas se aferran a las columnas salomónicas del Altar Mayor de la Encarnación, como la memoria se revuelve ante el olvido.

jueves, 4 de marzo de 2010

Cuando Marbella era tierra de alquerías







Era un viernes cualquiera del siglo XIII, la gente salía de la mezquita y de repente se escuchó un grito “¡Oh, musulmanes! este es el ladrón que me hurtó mis dirhams y se los gastó junto a sus compañeros”. Mohamed Ibn Sahib al-Salat, apodado el Búfalo, y Abu Marwan al-Yuhanisi, venerable santón, se vieron rodeados de inmediato por gente dispuesta a apedrearlos por lo que tuvieron que refugiarse en la mezquita aljama. Creyeron estar a salvo cuando el juez, Ibn Ubayd Allah y el gobernador, al bajar la rampa de la Alcazaba –La Bajá el Castillo- a la calle Carmen, oyeron el tumulto y se acercaron para interesarse. Resultó que el Búfalo no se había gastado el dinero y tal como lo recibió, envuelto en un jirón de tela, lo devolvió al joven zapatero que lo acusaba. Ante el cariz que tomaba el suceso, el ladrón echó a correr por las callejuelas y los zocos. Se montó en un burro y consiguió salir de la medina por la Puerta de la Mar, pero la gente le siguió hasta que una piedra le hirió “Luego fue llevado ante el jeque para bendecirlo y perdonarlo y mientras lloraba sin poder hablar trataba de curarlo y oraba por él”. Al poco, reanudaron su viaje de peregrinación hacia oriente. Así narra la peripecia marbellí del santón, el escritor Ahmad al-Qastali en “Los Milagros de Abu Marwan al-Yuhanisi”, fragmento incluido en el libro “Cuando Marbella era una tierra de alquerías” de Virgilio Martínez Enamorado.



Italo Calvino en “Las ciudades invisibles” resaltaba que a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí y eso parece haber sucedido en Marbella, al menos en parte y cada vez menos, pues produce cierto estupor y gran alborozo que hasta ahora no se haya probado la existencia de la mezquita mayor bajo los cimientos de la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, pues tras años de sospechas, -incluso se llegó a poner en duda que la hubiera-, y ante la falta de prospecciones arqueológicas es la primera vez, con una fuente documental de la época, que se reconoce su presencia. Con este texto, las silenciosas piedras de esos añejos monumentos bajan al terreno de lo cotidiano para reflejar el tumulto de sus calles, dibujar la alcaicería de la calle Gloria, el zoco de la plaza José Palomo y retratar unos personajes que adquieren figura y personalidad.

La ciudad andalusí de Marballa ha sido el objetivo de esta investigación que ha culminado en un magnífico compendio historiográfico y documental, bien estructurado y mejor narrado, sobre la ciudad medieval y sus alquerías, galardonado con una Mención de Honor en el Premio Málaga de Investigación en 2008 y publicado bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Marbella, Cajamar y la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo.

Virgilio continúa y actualiza el camino iniciado por buenos investigadores locales como Fernando Alcalá Marín, Andrés García Baena y Catalina Urbaneja Ortiz con la ventaja de su profundo conocimiento de la lengua árabe lo que le ha permitido acceder a numerosas fuentes de la época, muchas ya conocidas, e interpretarlas para concluir que Marbella fue ciudad importante, con un marcado carácter urbano, de obra antigua romana, muy poblada y con muchas alquerías a su alrededor, cuyos nombres y sus significados son estudiados a conciencia.


Virgilio se pregunta casi afirmando que en el río Huelo puede que se encuentre el origen del nombre de Marbella y es probable que tenga razón, ya que comparaciones con topónimos similares o idénticos y otras evidencias vinculan con el agua el significado de Marbella, pero puede suceder también que fuera el río de la Barbacana ya que tenía más entidad, desconocemos su nombre árabe y las hipótesis no están cerradas.

Como una alegoría, de mi infancia en el Monte de Piedad rememoro las batallas a cantazos, por cuestiones de territorialidad, que contendíamos en “La Tapia” de la plaza de Gálvez, oficialmente de los Reyes Católicos, contra los niños del antaño andalusí aduar del río Huelo, más conocido por los Corrales Altos y Bajos. También recuerdo las dificultades para cruzar “El Tubo” de la Barbacana debido a lo profundo de su lecho y a la gran pendiente de sus riberas. Toda una aventura en territorio hostil.

En una de esas refriegas me abrieron la cabeza para desesperación de mi madre y regocijo de mi pandilla.