lunes, 23 de julio de 2018

LAS ENCANTADORAS VILLAS DE LA COLONIA ANSOL






























Eran tiempos de ingenuidad dibujados en blanco y negro franquista, de nuestros inicios turísticos, de solares yermos y playas vírgenes, tiempos donde los españoles comenzaban a sentir la necesidad de disfrutar en lugares alejados de las ciudades, principalmente de Madrid, de tener vacaciones y Marbella fue una de las elegidas por el poder civil y militar. Una larga nómina de ministros, embajadores y altos cargos eligieron la ciudad para su descanso. Tras ellos, por un efecto de llamada, cargos menores, funcionarios y una clase media privilegiada para aquellos años también optaron por tener su hotelito veraniego.



La historia de la colonia Ansol con sus encantadoras villas comienza con la expansión de la ciudad hacia el sur y al oeste con el ensanche y urbanización de la ciudad del futuro. Los terrenos adquiridos por el ayuntamiento en 1940 fueron vendidos al valor de compra para transformarse en urbanizables mediante subasta en 1942. La parcela que lindaba al este con el campo de fútbol y al oeste con el arroyo de las Culebras fue dividida en tres y adjudicada a Cristóbal Parra Sánchez, Francisco Pedrazuela Martín y Manuel Martín Nieto. Fueron los únicos licitadores en cada una de las subastas y por lo tanto por la cantidad establecida inicialmente cuya valoración había descendido respecto al precio de tasación de los peritos entre un 200 y un 450 por ciento. 14760 m² del partido de la Campiña que habían pasado en apenas dos años de ser terrenos dedicados a un fin social o en exclusiva para su explotación agraria a ser urbanizables.


De hecho, en 1954 la colonia Ansol estaba consolidada con la construcción de 36 viviendas unifamiliares. La sociedad era propiedad de Carlos de Salamanca, Antonio Pérez López de Tejada y Manuel García Mayor. Los terrenos fueron adquiridos a 18 pesetas el metro cuadrado. Las viviendas fueron puestas a la venta entre noventa y cien mil pesetas. Cuatro años después el ayuntamiento invertía 1.050.000 pesetas en urbanizar la zona de la Huerta Grande y la colonia.




















En una Colonia Ansol aún flamante se levantaba desde 1961 el primer hotel de apartamentos y piscina en la calle Virgen del Pilar. Las encantadoras villas comenzaron a ser trocadas en bloques, entre los más destacables el de Fernando Higueras Díaz, fechado en 1973, al que pretendía dotar de cierto carácter organicista “El aspecto exterior será el de un jardín colgante”, a semejanza de lo que construía por aquellos años.

Las pocas parcelas libres fueron ocupadas y las pequeñas viviendas sustituidas por edificios. De su fin social original, el ensanche se había convertido en puro objeto de especulación. En pocos años, ese paisaje de pequeñas viviendas mutaría en otras en las que se podía apreciar un importante salto estilístico de la tradición a la modernidad, un cambio difícil de detener pese a las recomendaciones del arquitecto municipal “Que el estilo arquitectónico sea libre, aunque se recomiende especialmente una ambientación en la región”.




Los mismos espacios y viales diseñados en consonancia con su escasa densidad iban a soportar una acumulación urbana desproporcionada. Los propietarios que habían resultado beneficiados del primer reparto iban a continuar como protagonistas, la primera línea de playa y la fachada a la carretera nacional se convertían en objetivo prioritario, empequeñeciendo el interior de un barrio que perdía su fisonomía original.


La última villa de la colonia Ansol resiste mal el paso del tiempo, grafitis, incendios y un abandono generalizado le han hecho perder encanto, ni siquiera tiene esa pátina de romanticismo que envuelve a los viejos edificios o acaso si para quien piensa que el paso del tiempo y la ruina otorga un derecho histórico al menos para escribir su memoria.

miércoles, 11 de julio de 2018

UN MODELO DE CIUDAD


No es mi modelo de ciudad ni es modélico, es el urbanismo de Marbella, con sus luces y sombras, herencia del Franquismo desarrollista, el que nos puso en la órbita de los centros mundiales del turismo, que ahora arrastra problemas de gestión, dudas sobre su futuro y propuestas de reconversiones, quizá porque ya no nos gusta tanto, acaso porque se aprecia su fin o ineficacia.



En cuanto a la ciudad existen dos facetas contrapuestas: la de la ciudad legal, –la de los planes, la de los proyectos y teorías, muchas veces utópicas– que sustenta los deseos de un modelo urbano basado en el bienestar de sus habitantes; y la de la ciudad real, que es reflejo del poder, que crece a impulsos de la iniciativa privada o de los gestores de la administración que la configuran en función de múltiples factores: distintas administraciones, intereses económicos, políticos, sociales, técnicos, incluso culturales, por lo que en determinadas ocasiones se corre el riesgo de transformar la ciudad de un bien de consumo en un objeto de producción.
Y aunque esta afirmación suene con toda crudeza, lo cierto es que en el caso concreto de Marbella, desde su creación como Centro Turístico Internacional, se sometió a un planeamiento basado con mayor o menor velocidad en su crecimiento con el único límite de la capacidad territorial del término municipal. Y ahora, sesenta años después, podemos apreciar no sólo en Marbella, sino en toda la Costa del Sol, como todas las previsiones iniciales de ocupación del territorio se han ido cumpliendo poco a poco: hay municipios que han agotado prácticamente su suelo urbanizable; otros que apuran lo que les queda; y otros, los pequeños pueblos del interior y los periféricos al núcleo central de la Costa del Sol, tanto occidental como oriental, que comienzan a repetir los mismos errores de antaño.



Con tanto desenfreno, es difícil imaginar una ciudad ideal, esa del desarrollo sostenible, esa de las declaraciones de intenciones, la de las cartas internacionales, la de las convenciones, resoluciones y manifiestos de la UNESCO, del ICOMOS, del Consejo de Europa, las cartas del Paisaje Mediterráneo, porque frente a tantas buenas palabras, nos enfrentamos a una realidad distinta, divergente en los fines y en los métodos. Una realidad social y económica en la que apenas hay espacio para la sensibilidad medio ambiental o patrimonial. Una realidad a la que no es ajena ningún municipio del litoral español. Una realidad donde se abusa, hasta el sarcasmo, de la utilización del concepto denominado “desarrollo sostenible”. Una realidad donde se cometen los mismos errores, se hacen las mismas interpretaciones y se utilizan los mismos argumentos, que en la época del desarrollismo de los años sesenta del siglo XX: la creación de riqueza como axioma inquebrantable, la anteposición de los intereses lucrativos sobre los ambientales, tradicionales o históricos, la justificación, en fin, del crecimiento como única forma de subsistencia.



En Marbella, como en toda España, hubo intentos de conciliación teórica entre estos dos conceptos de ciudad, pero casi siempre fueron nulos en la práctica, imponiéndose la realidad especulativa a la legalidad. Y aunque este proceso se inició hace muchos años y aún está inacabado, un sentimiento de derrota, ratificado por las estadísticas de ocupación de la primera línea de playa del litoral español, por la abundancia de noticias respecto a atentados contra el patrimonio, por la reiteración de manifestaciones políticas irresponsables sobre la anteposición de los intereses económicos, incluso de la subsistencia de los municipios como único argumento válido para el desarrollo, frente a que la preservación del medio natural o cultural sólo es motivo de pobreza y un obstáculo para el desarrollo. Todo nos induce a reflexionar sobre un gran fracaso cuya culpabilidad se difumina y dispersa a lo largo de la historia, en instituciones, leyes, actitudes y voluntades.
El primer Plan General de Ordenación de la ciudad, aprobado inicialmente en 1967, proponía la creación de tres ciudades turísticas: Marbella, Elviria y Andalucía la Nueva, como consecuencia primaba la creación de unidades autosuficientes por medio de planes parciales, pero también venía a legalizar la proliferación en poco más de diez años de las urbanizaciones clandestinas. 


 Este tipo de urbanización programada se convirtió en emblema internacional del modelo turístico promovido por el gobierno central en los años sesenta. Los proyectos eran concebidos como elementos novedosos en el urbanismo tradicional español al tomar como referencia una combinación de las experiencias inglesas de las ciudades jardín, las urbanizaciones periféricas españolas y las ciudades del tiempo libre europeas del siglo XIX, como alternativa a la ciudad industrial en una distribución que contemplaba un diseño completamente autónomo con una importante concentración de equipamientos colectivos. De ser una única ciudad el término municipal de Marbella pasó a tener cuatro núcleos, cuatro ciudades que gestionar con una administración local creada para uno solo.



Y ese está siendo nuestro gran fracaso. Marbella es una ciudad difusa que ya no tiene un solo centro, es cara de mantener, costosa por la necesaria multiplicación de los equipamientos, por la extensión de las infraestructuras, con una plantilla municipal absolutamente insuficiente para proporcionar un adecuado servicio. Frente a la ciudad compacta, de centro definido, donde prima un crecimiento ordenado para facilitar los accesos y los servicios, Marbella es una ciudad de ciudades, confusa, con cientos de kilómetros perdidos entre urbanizaciones desde Cabopino hasta Guadalmina. Una maravillosa ciudad jardín para el turista y un desastre para su administración. Un galimatías de kilómetros para conducciones de gas, electricidad, comunicaciones, saneamiento y limpieza y que se extiende a todas las áreas de seguridad, de tráfico, de fiestas incluso. Lo que se le da a uno se le quita a otro, algo que desde hace años nos está restando potencia en inversión pública porque no se concentra ningún equipamiento hay que dispersarlos y multiplicarlos todos y pese a ello la sensación de abandono en todos los núcleos se generaliza, los de Las Chapas y Nueva Andalucía se sienten abandonados, los de San Pedro humillados y los de Marbella molestos porque se ha extendido la opinión de que se invierte más en otros núcleos que en el propio.

Nadie parece contento con este modelo de ciudad, quizás haya que ir pensando en cambiarlo.



lunes, 2 de julio de 2018

EL MESÓN DE LA URCA




La historia también es imaginación, soñar que estás allí, vivir el presente de lo ya pasado, recrear ambientes, saber de primera mano lo sucedido. ¡Cuánto me hubiera gustado entrar en ese mesón!, pedir un cuartillo de vino de la tierra, el de la apreciada uva Marbella, saludar con parsimonia ceremonial al personal, charlar sobre los últimos barcos atracados en el fondeadero, su llegada a puerto, curiosear sobre el origen de esos marineros genoveses, malteses y catalanes que por fin tocaban tierra, sospechar de otros sin origen claro, que tras obtener permiso cruzaban la puerta de la Mar para saciar su sed y dormir en seco en el mesón de la Urca.


Algunos venían en tal mal estado que pasaban de largo el mesón para terminar en pocos pasos en el Hospital Real de la Misericordia, Real de los Reyes Católicos, hospital de forasteros que según relacionan sus listas de ingresados, cuando ya se llamaba de San Juan de Dios, abundaban extranjeros y marineros, muchos nunca salieron de allí.


El mesón de la Urca es ahora una ruina, se conoce por la posada, la posá apocopada, también se llamó de Grisalva, el mesón de Llorente de Grisalva y el mesón de la puerta de la Mar pero me quedó con esa evocadora urca del dieciséis, taberna de marengos al lado de los baños públicos, en la plazuela de la puerta de la Mar, la de la Verdura y la carnicería, a cien metros de la calle del Cuerno, la del prostíbulo y a otro centenar de la iglesia Mayor para rezar.


No es difícil dibujar una urca cuando es Pérez Reverte a través del capitán Alatriste el que la describe: “El Niklaasbergen era una urca negra de brea, con tres palos en cuyas gavias estaban aferradas las velas. Era corto y feo, de apariencia torpe, con la popa muy alta pintada bajo el fanal en colores blancos, rojos y amarillos: un barco de lo más común, dedicado al transporte, que no llamaba la atención. También apuntaba su proa al sur, y tenía las portas de los cañones abiertas para ventilar las cubiertas bajas”. No era un barco esbelto, su figura no destacaba en las flotas pero dio nombre a nuestro mesón por razones desconocidas.



Fue mesón del marbellí Ali Desbilia hasta que los Reyes Católicos lo dieron por merced a Fernando Vallejo: “Don Fernando en donna Ysabel, ecétera. Por faser bien e merçed a vos Fernando de Vallejo, montero de cavallo, de mí el rrey, acatando los munchos e buenos e honrrados serviçios que nos avedes fecho e fasedes de cada día asy en el dicho vuestro ofiçio de montero commo en la guerra de los moros enemigos de nuestra santa fee católica en alguna enmienda e rremedaçión de ellos. Por nuestra carta vos fasemos merçed sana e donaçión perfeta para agora e para syenpre jamás de unas casas e mesón que son en la çibdad de Marbella, a la puerta que disen de la mar, que heran de Alí Desbilia, moro, todo lo alto e baxo de ellas, de la una parte e de la otra e con los corrales que en ella están e dos tyendas que son de las dichas casas e mesón con sus pertenençias, usos e costunbres, quantas ha e aver deve, de fecho e de derecho, para que de aquí adelante lo suso dicho de las dichas casas e mesón e tyendas con lo alto e baxo de una parte e de otra que sea vuestro e de vuestros herederos e subçesores vivos de qualquier de ellos que do vos e de ellos den e ovieren cabsa de lo heredan e aver que han por linderos delante una parte las dichas dos tyendas que son anexas a las dichas casas e mesón e de la otra parte los vannos e las calles [fol. v.] rreales”.


Tuvo varios propietarios durante el siglo XVI pero su decadencia trajo su ruina hasta que una vez renovado durante el siglo XVII desapareció la urca para siempre. Prefiero no poner ninguna fotografía de su fachada actual porque duele, su tapiado es lo más grotesco que puede hacerse con un monumento, es como emparedar su historia para que no se conozca, es dejarlo caer de nuevo en ruina para convertirlo en un objeto comercial más de los tantos que proliferan en nuestro casco antiguo. Es triste ver como los mejores y más históricos inmuebles de la ciudad, uno tras otro, en lugar de ser recuperados para un uso patrimonial de los ciudadanos caen en las garras de la especulación más voraz sin que la sensibilidad patrimonial de los que gobiernan se afecte lo más mínimo. Es edificio protegido por normativa, tiene una gran historia, merece mejor suerte.