jueves, 29 de abril de 2010

Calle del Cuerno




No es el nombre de una calle, es su sobrenombre, por el que era más conocida. Se identificaba con la calle de la Soledad, la menos sacra de las vías, entre la trasera del Hospital Real de la Misericordia, después de San Juan de Dios, nombrada de Alderete y las plazuelas del Ejido y Altamirano. Esta de la Soledad es estrecha y rectilínea, no tiene comercios, no es de paso, la llegada de alguno de sus escasos residentes parece más propio de una contingencia y cruzarla es como la travesía de un desierto sin oasis ni reposaderos. Es breve el paso, aún inquietante. Cuando Marbella estaba cercada de muralla, la calle de la Soledad lindaba con ella, en el tramo de bajada entre la plaza del Practicante Manuel Cantos, antes de Tetuán y la Avenida Nabeul. Soledad tiene su origen en la latina “solitudo”, “vasta solitudo” es el desierto, un lugar yermo.

Era común en las marbellenses escrituras del siglo XVIII que apareciera junto al nombre de la calle su alias, el del Cuerno, al que se le han atribuido variados significados en variadas ciudades que tienen o tuvieron una calle del Cuerno, como la de Noguera en Málaga, sin embargo por la nuestra no pasaban los toros, la carnicería con sus cuernos estaba en la plaza de la Verdura y las connotaciones nos dirigen a otros motivos vinculados con el desahogo carnal y el oficio más viejo del mundo, lo que nos lleva al submundo de las mancebías, casas de lenocinio o de putas como la quieran ustedes denominar.



Quevedo llamó al siglo de Oro el siglo del Cuerno; se refería con toda su corrosiva sátira a la cantidad de adulterios que dominaban el panorama sexual español: “No me espanto que agora es vuesa merced cornicantano como misacantano… ¿Y debe pensar vuesa merced que es sólo cornudo en España? Pues ha de advertir que nos damos acá con ellos, que se trata que como oficio se le señala al cuartel aparte y calle, y como hay lencería y judería, haya cornudería”. Por rufián se conocía a aquellos que traficaban con mujeres públicas y su castigo nos lo explica, entre las acepciones de cornudo, Sebastián de Covarrubias: “…comúnmente los sacan con un casquete de cuernos en la cabeza y una sarta al cuello de otros; y se usa alguna vez irle azotando la mujer con una ristra de ajos por diversas razones… porque los dientes de ajos tienen forma de cornezuelos o porque la ristra se divide en dos ramales en forma de cuernos”.

La mancebía de Alonso de Bazán, sita en la calle de la Soledad, era la más importante de Marbella en el siglo XVI. Alcaide de la fortaleza y regidor perpetuo, quizás era el personaje más rico de la ciudad, poseía numerosas propiedades y entre ellas el prostíbulo que tenía una larga tradición, ya que existía desde época andalusí. De hecho, los Reyes Católicos habían dejado los del Reino de Granada fuera del reparto de bienes y concedieron el privilegio para su explotación a Alfonso Yáñez Fajardo, regidor de Ronda. Bazán lo adquirió en 1558 y se convirtió en el “Padre de la Mancebía”, figura legal que precisaba de examen y aprobación del cabildo. Esta situación debía de resultar en extremo embarazosa para una persona tan notable como él por lo que cedió la administración del lupanar a Juan de Pedraza, después a Juan de Milla y tan rentable le fue el negocio que construyó nuevo inmueble principal y seis casas colindantes.



La calle de la Soledad, a veces nombrada de la Mancebía, del Cuerno hasta el siglo XIX, era en el XVI más larga y no tan recta como la de ahora pues en un giro hacia el norte, se unía a la que luego se llamó Pelleja, tan sinónima como El Cuerno a la hora de definir ramerías. La apertura de la plazuela de Altamirano seccionó tan lucrativo conjunto.

Hubo otras como la de la calle de Pedro Ortega, actual Buitrago y otra más en una calleja del Muro de la Puerta de Ronda. Pese a la Real Pragmática de 1623, en la que se ordenaba la clausura de todas estas “casas de abominación”, y frente a la hostilidad de las congregaciones organizadas por los jesuitas, que se iban a sus puertas para evitar el pecado de los usuarios, siguieron prestando sus servicios con mayor o menor clandestinidad.

Volvamos a Quevedo, que en su línea sarcástica e incisiva, lamentó la orden de clausura en la reflexión-monólogo de Añasco de Talavera: “¡Oh mesón de las ofensas! /¡Oh paradero del vicio, / en el mundo de la carne, / para el diablo, baratillo; // en donde los cuatro cuartos / han sido por muchos siglos / ahorro de intercesiones, / atajo de laberintos!”.

jueves, 22 de abril de 2010

La fiebre del platino




“Soy ingeniero de Minas y lo tengo a altísima honra. Es cierto, y por eso lo he dicho, que este reconocimiento por sondeos se ha hecho por mi exclusiva cuenta, sin que el Estado contribuya a él ni un céntimo, y esto me da cierta libertad para tomar las decisiones que me convenga tomar; pero no es menos cierto que, al fin y al cabo, la idea de que pudiese haber platino en la Serranía de Ronda me la sugirió el estudio geológico que yo estaba haciendo de ella”.

30 de octubre de 1915, el entonces Ingeniero Jefe de Minas Domingo de Orueta y Duarte exponía en el Instituto de Ingenieros Civiles los antecedentes de su estudio geológico y petrográfico de la Serranía de Ronda. Intentaba disuadir a la junta directiva de la necesidad de financiar una campaña de reconocimiento sistemático de la zona al objeto de evaluar el valor industrial de los yacimientos de platino que había descubierto. Su conferencia tuvo gran impacto científico y llegó a oídos del rey Alfonso XIII que hizo llamar a Orueta por medio del conde de Valmaseda. El monarca propuso que la búsqueda se ampliara al cromo y al níquel por su utilidad en la industria militar. Orueta consiguió su ansiada financiación y en noviembre de 1915 iniciaba la búsqueda del más preciado de los metales.


Había renunciado a cualquier derecho sobre el descubrimiento: “… yo no quisiera que en época alguna se me pudiera confundir con uno de esos lanzadores de negocios fabulosos mineros que andan por ahí y que tanto daño han hecho, por cierto, a la minería española; yo me precio de no ser de esos”. El gobierno aceptó el reto y aprobó Real Decreto de suspensión temporal del derecho de registro entre la desembocadura del Guadalhorce, curso del Turón hasta su nacimiento. Desde allí hasta el Valle del Genal y desembocadura del Guadiaro. Un total de mil quinientos kilómetros cuadrados. Meses después el Real Decreto se elevó a la categoría de ley: “procedía en primer término impedir que la codicia de los mineros cubriese de registros a la zona que se iba a reconocer y que en aquel momento estaba casi toda ella franca de registros y de minas”.

Orueta había detectado que en las zonas de aluvión de la sierra, esto es, la de los ríos con desembocadura en el Mediterráneo eran los que mayor concentración de metal mostraban, por lo que decidió instalarse en la Finca La Concepción en la ribera de río Verde. Conocía bien la zona como relata Pablo de Azcárate que lo visitó, acompañado del insigne Fernando de los Ríos, en su residencia en el Ingenio de San Pedro Alcántara en mayo de 1917: “En el hotel destinado al director de la explotación está instalado don Domingo Orueta para sus trabajos. En cuanto llegamos fuimos a su casa y allí almorzamos. Está con su mujer y su hijo Chomin. La Casa está en un sitio ideal: a unos 100 metros del mar y rodeada por el otro lado de una cintura de montañas… Según dicen los mismos del país es quien conoce mejor la serranía”.




La prospección tuvo como resultado la confirmación de un importante filón de platino en los ríos Verde y Guadaiza. Los problemas comenzaron cuando se plantearon los pros y los contras de su extracción industrial. Entre los inconvenientes estaba la escasez de combustible, fuera carbón o leña, muy distantes de Marbella; también el elevado precio de la mano de obra que debía de ser especializada y la falta de talleres auxiliares. Las ventajas radicaban en la espectacular alza del precio del platino, efecto de su demanda, principalmente para la fabricación de bombas, en la Primera Guerra Mundial.

Orueta convenció a las autoridades de los beneficios de la explotación pero nunca se iniciaron. Falleció en 1926 y la Revista de Obras Públicas con motivo del óbito publicó una necrológica con reseña biográfica en la que criticaba la indiferencia de los gobiernos en la explotación de las riquezas nacionales porque no habían dado comienzo los trabajos. Las muestras de platino obtenidas se conservan en el Museo Geominero de Madrid como testimonio de nuestra riqueza.



Entre los dos ríos, allá en los inicios de la década de 1960, un rey Midas llamado José Banús Masdeu descubrió que la fortuna se lograba mediante la explotación de los recursos naturales pero para el turismo. Una revista en 1977 lo calificaba como un Onassis Celtibérico. La zona con los años se denominó Milla de Oro. La construcción fue mejor filón y el turismo una mina. En 1965 el Ayuntamiento iniciaba un expediente para oponerse a la concesión de permisos de investigación minera en el municipio. Los yacimientos de platino siguen allí, intactos, y probablemente continúen así muchos años.

lunes, 19 de abril de 2010

Terol




Existen personas que forman parte del paisaje cotidiano, que pese al transcurso del tiempo reaparecen en escena como si el tiempo se hubiera detenido y así durante más de cuarenta años, acaso porque haya descubierto un elixir de la eterna juventud y vitaminas para su extraordinaria vitalidad. Leonardo Terol Bol tiene, más bien posee como un tesoro, 71 años. Me lo encontré hace algunas semanas dispuesto a afrontar un partido de paddle y por supuesto intentar vencer a su contrincante, porque Terol siempre ha sido un ganador, una fuerza de la naturaleza arrolladora con un poder de convicción inigualable. Comentaba que su secreto es no parar y movilizar músculos aunque sospecho que todo se resume en un innato optimismo aliñado de amor a su familia, a su mujer Willy, a sus hijos Miranda y Marcel, a sus nietos y a Marbella.

De porte gallardo, andar mayestático, su mirada es brillante, clara, más limpia que su pésimo español algo que nunca fue obstáculo porque para entenderse más que las palabras valen los gestos afectivos, las sonrisas cómplices, su espíritu combativo. Todo para conseguir su integración en la sociedad marbellense con matrícula de honor, para darnos no una sino varias lecciones sobre los métodos para obtener felicidad y satisfacción en el lugar donde has decidido trasladarte para trabajar y vivir. Su inconfundible bigote era el único obstáculo para acercarse a él, ahora ya ni eso, puesto que es afabilidad y proximidad sin aditamentos, un libro abierto, inquieto, de ideas en ebullición para proyectos ilusionantes, no abandona uno cuando ya ha comenzado otro.


Su obra, su tarea fundamental, por la que siempre le recordaremos, fue traer de su Holanda natal ese insólito deporte mixto que se llama Balonkorf. En una época en que las españolas apenas tenían derechos, las jóvenes de Marbella compartían cancha en proporción con los jóvenes. Sin necesidad de cuotas, sus puntos valían igual que los de los hombres y sus canastas eran rubricadas en nombre propio. El mejor jugador del partido podía ser la mejor jugadora. La canasta trascendental no tenía sexo y había jugadoras cuya calidad superaba la de muchos masculinos deportistas. Igualdad sin necesidad de leyes.

Fue en torno a 1969, sin apenas instalaciones deportivas, sin más medios que un grupo de voluntariosos amigos, muchachas inquietas y mozalbetes bulliciosos, una pelota -“La balón” en lenguaje terolense-, un poste con una canasta de mimbre a tres metros y medio y un patio sin pendiente como el del Instituto Río Verde… Impresionante. Mientras España comenzaba con reticencias a abrirse al exterior y miles de españoles continuaban emigrando al extranjero, en Marbella habíamos entrado en Europa por la puerta grande. En pocos años Terol había montado un tinglado sólido, de clubes, selección nacional, campeonatos internacionales, viajes a Holanda, cientos de niños en todas las categorías, liga propia y federación española.




Suele repetirse que los reconocimientos llegan tarde, que las ciudades muestran generosidad a sus benefactores con retraso y esa tardanza ha llegado al límite con Terol. Son incalculables los dividendos que reportó esta labor altruista de nuestro holandés favorito, réditos materiales por la enorme repercusión propagandística en los Países Bajos y beneficios morales por la rentabilidad obtenida en la formación deportiva, en la educación en valores y hábitos saludables de miles de marbellenses. Un grupo de amigos, de los que no olvidan y de los que uno nunca debe olvidarse, organizaron el pasado sábado un encantador homenaje, oportuno, emotivo, sensible. Un golpe de nostalgia con un aluvión de recuerdos borrosos, un reencuentro entre compañeros y rivales, amigos todos, buena gente, cómplices por una noche, que treinta o cuarenta años después cruzan las mismas miradas que antaño, las del compañerismo y la amistad.

Pronto volveremos a vestir la camiseta, a encestarle un punto a la memoria, porque esos inquietos mozalbetes y pizpiretas mocitas, ahora maduritos incombustibles, quieren volver a la cancha, mostrar la calidad y la belleza de este deporte y sobre todo saldar una cuenta pendiente con Terol, un débito muy caro, porque formaba parte de nuestras vidas pero también nos moldeó como mejores personas.

El balonkorf no desapareció en Marbella a finales de la década de los ochenta, simplemente se ausentó.

jueves, 15 de abril de 2010

La Gestora




Quizá no haya transcurrido el tiempo suficiente para narrar lo vivido en la Comisión Gestora que gobernó la ciudad y de la que tuve la prerrogativa de participar. No quisiera usurpar la portavocía de su herencia yacente, ni siquiera transfigurarme en su defensor más firme, sólo ofrecer mi opinión, cierto que interesada, mas no mediatizada o intimidada, ni entonces ni ahora. Es la primera vez que expreso opinión pública sobre el tema, quien sabe si es la última porque las medias verdades suelen ser igual de medias que las mentiras y aún escuchar reprobaciones absolutas, así que alabanzas desmesuradas, produce algo de desazón, cada vez menos aversión y nada de daño, pero lapidar su imagen a base de menosprecios categóricos manifiesta injusticia, su reincidencia obsesión.

El paso de los años dulcifica la memoria con el peligro de quedar dormida, por eso ofrezco estas líneas con cariño en la evocación y mesura en la mirada. Éramos dieciséis, convencidos por los partidos políticos que nos propusieron para afrontar un cambio radical en nuestras vidas, para gobernar una ciudad asolada por la corrupción, que precisaba de manos diestras, altas dosis de sabiduría y no menos conocimientos sobre administración local, aunque seguro carecíamos de algunas de esas premisas. Entre nosotros, personas de diferentes profesiones, oficios e ideologías, apenas nos conocíamos. Había militantes de partido, simpatizantes o simplemente independientes. Los habría buenos, regulares y malos, unos mejores para lo público otros para la gestión, pero no seré yo quien los distinga pues entraría en el erial de la subjetividad, un campo de filias y fobias tan personales como arbitrarias.

Mi balance de esos catorce meses no es triunfal ni fatal, no fue lo bueno que podía esperarse o requerirse -mayúsculas expectativas se crearon-, pero tampoco lo malo que algunas voces interesadas han querido y persisten en mostrar en la búsqueda de culpables de actos pasados. El interés partidista cargado de electoralismo fue la causa de variados conflictos, erráticas decisiones e inacciones de gobierno. Los partidos políticos entraron a saco, manejaron los hilos de los vocales que lo permitieron, manipularon voluntades y opiniones públicas y privadas. Nada ni nadie quedaba en apariencia fuera de su control, salvo los que debido a su firmeza, llámese así a los que anteponían su ánimo de libertad y obstinada independencia, gestionaron asuntos tan impopulares como necesarios. Fue amargo día aquel que se rompió el consenso y la unanimidad.

Hubo tantos errores como aciertos, grandes ejercicios de lealtad en paralelo a no menores traiciones, gestos de nobleza frente a burdas conjuras, malos consejos que propiciaron resoluciones desafortunadas, largas reuniones de interminables debates, momentos de satisfacción rayanos a la felicidad, desvelos, preocupaciones, berrinches, sensaciones de desamparo, estados emocionales de derrota, incluso dramas personales.

Les recuerdo a todos, sus gestos, palabras, actitudes, virtudes, humildades, vanidades y soberbias, los ambiciosos aspirantes a políticos y los candidatos a renacer como seres más humanos. A los militantes sus partidos les recompensaron, a algunos vocales el destino les tenía reservada una sentencia cruel, otros obtuvieron manumisión de conciencia, los menos volvieron a sus profesiones. Fue un conjunto de personas que merecen la mayor consideración y respeto, porque con denodado esfuerzo y ánimo temerario arriesgaron mucho, porque frente al lenguaraz hábito crítico español desde la barrera del acomodo, se demostró que un ayuntamiento en quiebra, con sus estructuras administrativas devastadas y sus cimientos éticos desvalijados, podía funcionar, la legalidad recuperarse y la honestidad enarbolarse.

De vez en cuando, el próximo 21 de abril es el cuarto de los aniversarios, un pequeño grupo de amigos nos reunimos para celebrar nuestro nombramiento, aunque simplemente sea por la satisfacción de habernos conocido. Este año es más estrecho el punto de encuentro. Compartimos tristezas, alegrías, evoluciones y carreras pero, sobre todo, intentamos que la nostalgia nos invada, que la memoria se mantenga firme e indemne, tanto, al menos, como nuestras convicciones sobre los valores que deben acompañar a la política, tan distantes y extraños a los actuales.

“De la independencia de los individuos, depende la grandeza de los pueblos”

José Martí

jueves, 8 de abril de 2010

Cuando Benahavís quiso pertenecer a Marbella




El título no es una paradoja, tampoco un recurso literario, es historia en estado puro, de documentos que reivindican la dinámica del tiempo, que retoman la actualidad de lindes, territoriales disputas, terrenales propiedades e intereses creados. Del pasado vivimos y a él nos sometemos hasta que nuevas necesidades, acontecimientos y suertes remueven lo establecido para crear actuales crónicas que pasarán a engrosar unas cuantas páginas más de nuestros anales y que explicarán mucho de lo que somos y fuimos.

Benahavís quiso depender de Marbella, ser administrado sin condiciones por el gobierno municipal marbellense, sucedió en 1846, en verano, con las aguas del Guadaiza amenazando la salud por sus mefíticas emanaciones. Eran años chungos, de pésimas cosechas y el 19 de julio, el Ayuntamiento constitucional de la villa de Benahavís, encabezado por su alcalde Manuel Ruiz Rubio, aprobó por unanimidad la solicitud al gobierno de su majestad Isabel II para “la agregación de este reducido pueblo al de la ciudad de Marbella cuya medida hace muchos años la reclaman la necesidad y conveniencia pública por la cortedad de su vecindario, reducido a setenta y un vecinos”.

El expediente se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Marbella y es una joya porque transmite mucha información y también un estado de ánimo, un sentimiento de derrota de los munícipes de Benahavís y cierto aire triunfalista y soberbio de los de Marbella. Los de la villa argumentaban que carecían de medios para sostener una escuela pública, no disponían de médico, la iglesia estaba arruinada “y sin poder atender a las demás cargas anejas a un pueblo constituido sino a fuerza de sacrificios hechos por sus pocos moradores que los reduce a la mayor miseria”. Añadían que el lugar parecía yermo, que el término municipal estaba lleno de criminales y malhechores y que los vecinos se marchaban.



Los de la ciudad recordaban “los perjuicios, rencillas y vejaciones que esta ciudad ha sufrido desde que el pueblo de Benahavís conducido por las lisonjeras teorías de emancipación e independencia y ahijonado (sic) por siniestros consejos se separó de ella”. Se remitían a los añejos conflictos derivados por la concesión de los Reyes Católicos del territorio de Benahavís y Daidín al conde de Cifuentes para establecer señorío, ya que estos productivos montes con sus alquerías pertenecían a Marbella.

En 1788 un apeo, deslinde y amojonamiento de las tierras de Benahavís avivó el conflicto y Marbella inició un nuevo pleito contra el señor de la villa, el conde de Luque. En 1846 continuaba el proceso (y nos quejamos de la lentitud de la justicia actual) con una provisión del supremo tribunal de justicia en la que se citaba y emplazaba a los litigantes a un acuerdo, pero éste nunca llegó pues en 1848 habían concluido los autos a la espera de sentencia.

Marbella, en un gesto de impostada magnanimidad afirmaba haber “tenido la generosidad de olvidar lo pasado para ocuparse en el presente y porvenir de ambos pueblos”, de este modo aceptaba la propuesta de absorción “por considerarla como un nuevo pacto de familias, o como un acto de reconciliación entre aquellos que por muchos años formaron en su provecho y en el del Estado uno solo”. No obstante, el texto denota cierto tono despectivo: “Benahavís pues no puede aspirar a más que a lo que fue en un principio, a ser una aldea de esta vecindad bajo cuyo amparo podrán sus reducidos vecinos conservarse participando como entonces de las ventajas que sobre ellos pesan, entre las que no es la menor la asignación que está señalada a su secretario de ayuntamiento que por más que se quiera no puede poseer los conocimientos necesarios para el buen desempeño de su destino, ni ilustrar a la corporación compuesta en su mayoría de personas ignorantes”.

Finalmente, la solicitud de anexión no fue aprobada. Benahavís aguantó como municipio independiente. Con los años alcanzó prosperidad y es un bello, seguro y pulcro pueblo donde nunca se pasa hambre. Su término municipal es uno de los de mayor extensión de la provincia y mejor calidad de vida. Pese al tiempo transcurrido y el progreso conseguido, los problemas de lindes persisten, acaso como embrollo legal sempiterno, quizá como respuesta a los que sostienen que la historia se repite.