No es el nombre de una calle, es su sobrenombre, por el que era más conocida. Se identificaba con la calle de la Soledad, la menos sacra de las vías, entre la trasera del Hospital Real de la Misericordia, después de San Juan de Dios, nombrada de Alderete y las plazuelas del Ejido y Altamirano. Esta de la Soledad es estrecha y rectilínea, no tiene comercios, no es de paso, la llegada de alguno de sus escasos residentes parece más propio de una contingencia y cruzarla es como la travesía de un desierto sin oasis ni reposaderos. Es breve el paso, aún inquietante. Cuando Marbella estaba cercada de muralla, la calle de la Soledad lindaba con ella, en el tramo de bajada entre la plaza del Practicante Manuel Cantos, antes de Tetuán y la Avenida Nabeul. Soledad tiene su origen en la latina “solitudo”, “vasta solitudo” es el desierto, un lugar yermo.
Era común en las marbellenses escrituras del siglo XVIII que apareciera junto al nombre de la calle su alias, el del Cuerno, al que se le han atribuido variados significados en variadas ciudades que tienen o tuvieron una calle del Cuerno, como la de Noguera en Málaga, sin embargo por la nuestra no pasaban los toros, la carnicería con sus cuernos estaba en la plaza de la Verdura y las connotaciones nos dirigen a otros motivos vinculados con el desahogo carnal y el oficio más viejo del mundo, lo que nos lleva al submundo de las mancebías, casas de lenocinio o de putas como la quieran ustedes denominar.
Quevedo llamó al siglo de Oro el siglo del Cuerno; se refería con toda su corrosiva sátira a la cantidad de adulterios que dominaban el panorama sexual español: “No me espanto que agora es vuesa merced cornicantano como misacantano… ¿Y debe pensar vuesa merced que es sólo cornudo en España? Pues ha de advertir que nos damos acá con ellos, que se trata que como oficio se le señala al cuartel aparte y calle, y como hay lencería y judería, haya cornudería”. Por rufián se conocía a aquellos que traficaban con mujeres públicas y su castigo nos lo explica, entre las acepciones de cornudo, Sebastián de Covarrubias: “…comúnmente los sacan con un casquete de cuernos en la cabeza y una sarta al cuello de otros; y se usa alguna vez irle azotando la mujer con una ristra de ajos por diversas razones… porque los dientes de ajos tienen forma de cornezuelos o porque la ristra se divide en dos ramales en forma de cuernos”.
La mancebía de Alonso de Bazán, sita en la calle de la Soledad, era la más importante de Marbella en el siglo XVI. Alcaide de la fortaleza y regidor perpetuo, quizás era el personaje más rico de la ciudad, poseía numerosas propiedades y entre ellas el prostíbulo que tenía una larga tradición, ya que existía desde época andalusí. De hecho, los Reyes Católicos habían dejado los del Reino de Granada fuera del reparto de bienes y concedieron el privilegio para su explotación a Alfonso Yáñez Fajardo, regidor de Ronda. Bazán lo adquirió en 1558 y se convirtió en el “Padre de la Mancebía”, figura legal que precisaba de examen y aprobación del cabildo. Esta situación debía de resultar en extremo embarazosa para una persona tan notable como él por lo que cedió la administración del lupanar a Juan de Pedraza, después a Juan de Milla y tan rentable le fue el negocio que construyó nuevo inmueble principal y seis casas colindantes.
La calle de la Soledad, a veces nombrada de la Mancebía, del Cuerno hasta el siglo XIX, era en el XVI más larga y no tan recta como la de ahora pues en un giro hacia el norte, se unía a la que luego se llamó Pelleja, tan sinónima como El Cuerno a la hora de definir ramerías. La apertura de la plazuela de Altamirano seccionó tan lucrativo conjunto.
Hubo otras como la de la calle de Pedro Ortega, actual Buitrago y otra más en una calleja del Muro de la Puerta de Ronda. Pese a la Real Pragmática de 1623, en la que se ordenaba la clausura de todas estas “casas de abominación”, y frente a la hostilidad de las congregaciones organizadas por los jesuitas, que se iban a sus puertas para evitar el pecado de los usuarios, siguieron prestando sus servicios con mayor o menor clandestinidad.
Volvamos a Quevedo, que en su línea sarcástica e incisiva, lamentó la orden de clausura en la reflexión-monólogo de Añasco de Talavera: “¡Oh mesón de las ofensas! /¡Oh paradero del vicio, / en el mundo de la carne, / para el diablo, baratillo; // en donde los cuatro cuartos / han sido por muchos siglos / ahorro de intercesiones, / atajo de laberintos!”.