Fueron tiempos de crisis material y espiritual. Los castellanos, a finales del siglo XVI, sufrían inseguridad, epidemias, desconfiaban de la justicia, de los gobernantes. La derrota de la Armada Invencible inoculó un sentimiento de tragedia. Las adversidades mudaron el ánimo, el pesimismo llenó las calles de nihilistas, resignados, desengañados y escépticos rodeados de decadencia que se encomendaban a la Divina Providencia.
Jerónimo Castillo de Bobadilla había publicado en 1597 “Política para corregidores”, compendio práctico de gobierno, obra de referencia sobre política y justicia de gran éxito y difusión hasta el siglo XVIII. El autor conocía muy bien los entresijos de la administración pública española, tanto que llegó a escribir que "pocos ayuntamientos hay donde no haya regidores aprovechando". Era consciente de la magnitud del problema de la corrupción, pero sus consejos no iban dirigidos a paliar la arbitrariedad de los regidores, que parecía asumida, sino a divulgar una forma de gobierno: impulsar las obras públicas, adecentar los caminos, la limpieza de las calles o la gestión de caudales, “que el Corregidor procure que la ciudad tenga salariado algún buen maestro de obras con un pequeño salario, porque es oficio público y muy necesario”.
Los problemas de Marbella habían comenzado en 1508 debido a los excesos de cincuenta lanzas y cien peones aposentados intramuros que no se sometían a la autoridad del corregidor, la carta al rey denota angustia con apelaciones a su “real conciencia”. Seis años después se dictó una provisión del Consejo de Castilla en el que se otorgaba la ansiada jurisdicción al corregidor. Muchos marbellenses se habían mudado a Estepona ante la inseguridad reinante.
El problema, que había remitido con los años, regresó con la militarización de la ciudad por la rebelión de los Moriscos de los pueblos del interior. A los peligros de la revuelta se sumaban los excesos de la soldadesca. Se produjeron hechos delictivos, abusos contra una población civil indefensa cuyo sentimiento de fatalidad tuvo repercusiones en el devenir de la ciudad. El capitán de Marbella reclamaba potestad para juzgar los delitos cometidos por Juan López, porque estando preso por palabras dichas a otro vecino, quebrantó la cárcel y resistió al alguacil que le quería volver a prender; contra Damián Hernández por heridas que dio a su mujer; contra Pedro Hernández Ahumada, por querella de Benito Hernández, que lo halló con su mujer y se llevó muchos bienes; contra Alonso Sánchez por hurtos; contra Pedro de la Torre porque arrebató al alguacil unos gitanos que llevaba presos “y otros muchos procesos presentados contra vecinos soldados, de delitos que han cometido enormes y resistencia y herida de alguacil”. El Capitán afirmaba que los castigos los aplicaba él, el corregidor porfiaba por lo contrario. Fue el 14 de mayo de 1587, trece años después, cuando el Consejo de Castilla inclinó la balanza a favor del poder civil. Los más perjudicados fueron los ciudadanos.
Es difícil predecir una crisis, pero aún mayor dificultad tiene controlar su evolución y adivinar su final. Pese a la distancia en el tiempo y a la diferencia en las circunstancias que rodean a nuestra depresión económica actual, suelen coincidir ambientes y ánimos, insensatos apocalípticos, trágicos alarmistas, agoreros oportunistas y nihilistas opositores. Frente a éstos, los gobernantes piden sacrificios a la vez que se muestran como impostados optimistas, ufanos por un prometedor futuro que no llega. Ahora, la Divina Providencia se materializa en terrenal prestación por desempleo, los abusos son siempre protagonizados por civiles. Con el tiempo cambiarán tribunales y gobernantes que volverán a pugnar por sus competencias. La Armada Invencible se la jugará en Sudáfrica con otras potencias mundiales, mientras un millón de visitantes llenarán, por San Bernabé, la feria de jolgorio sin dudas sobre su jurisdicción y muchos marbellenses, abrumados por sus excesos, buscarán refugio en otras ciudades.
Los estados de ánimo, tan volubles como predecibles, tornarán optimistas. Siempre ha sido así, hasta la próxima.