Estos títulos siempre suenan a epitafio, a esos momentos en
los que preparas unas palabras de despedida porque ves que el tiempo se acaba.
No es la primera vez que escribo en modo tristeza, ya ni recuerdo las veces que
he despedido para siempre símbolos de nuestro patrimonio histórico, unas veces
con rabia, otras con resignación, las más con la sensación de que clamas en un
desierto donde la sensibilidad hacia el pasado se mide por el peso de palabras
huecas.
Me refiero a la casa situada en la calle Enrique del
Castillo que hace esquina con la avenida Ramón y Cajal, la última casa de la
carretera, de fachada ruinosa y tapiada y con el techo anunciando derrumbe, con
un gran agujero, abandonada desde hace años, salvo en la parte ocupada por la
peluquería Guerrero, bien conservada y cuidada.
Formó parte del proceso urbanizador que coincidió con la apertura de la carretera y la desaparición de las murallas de la ciudad mediante la sustitución, por inmuebles, de la línea de muralla exterior y la cava que se surtía del arroyo de Huerta Chica. Lo que en principio era una labor higiénica se fue transformando en objeto de especulación.
El entorno de la Alameda había pasado de ser una zona no urbanizable, a convertirse en el principal foco de crecimiento de la ciudad. Esta secuencia se había iniciado con varias solicitudes de cesión de terrenos del común para construcción de viviendas. Las cinco primeras, fechadas en 1864, preveían la urbanización del entorno de la plaza de Petit, cercana a la actual plaza de Tetuán. El Cabildo mostraba su aprobación a los proyectos porque eran favorables para la economía local, así como beneficioso para el ornato público. Más restricciones se establecían para la zona situada entre las murallas y el parque, porque en aquellos años se comenzó a plantear la construcción de la carretera y se estaba a la espera de conocer el proyecto. Varias solicitudes fueron “dejadas sobre la mesa”, pero el empuje fue imparable y en pocos años se construyeron las primeras casas.
Viviendas con fachada a un sur de horizonte abierto, con espectaculares vistas a la Alameda y al mar. Casas burguesas, de fachadas representativas del orgullo y la pujanza de sus dueños que crearon un nuevo espacio de convivencia, paseo y solaz y que rompieron con el miedo a vivir fuera de las murallas.
Cien años después un nuevo proceso especulador amenazó su existencia. El Ayuntamiento de Marbella en pleno, el 24 de octubre de 1961, aprobó una propuesta de modificación a las ordenanzas entonces vigentes que dejaba a las claras cuáles eran las intenciones municipales. La zona que coincidía con el centro histórico en su fachada a la carretera nacional debía de ser liberada de la limitación de superficie mínima de solar y de alturas.
El Plan de Ordenación de la Costa del Sol de 1959 proponía el mantenimiento de esta zona tal como estaba al objeto de conservar la fisonomía “del caserío del núcleo inicial de Marbella, dentro del recinto amurallado que, por su traza, arábigo andaluza, y su posición sobre una colina dominando el mar, es uno de los pueblos de mayor belleza de la costa mediterránea”. La Comisión Provincial de Urbanismo, once días después, con el info rme favorable de la Oficina Técnica del Plan de Ordenación, refrendaba la modificación: “El aumento rápido del casco urbano de Marbella exige una zona de expansión residencial en altura, de la que carece en el Plan de Ordenación de la Costa del Sol. En la citada zona serían toleradas edificaciones de altura aisladas, destinadas a viviendas de tipo medio y lujo…”. La resolución pretendía mantener el perímetro sur del centro histórico protegido, pero fue en vano, la confusión permanecía intacta, algo que creaba incertidumbre y a la vez posibilidades especulativas, con la aquiescencia de los encargados de la gestión municipal.
En pocos años fueron desapareciendo todas las casas, solo queda una, atrás quedó su protagonismo cuando en 1921 fue nombrado hijo adoptivo don Enrique del Castillo y Pez, toda engalanada para el acontecimiento. Hoy lucha en inferioridad de condiciones con el edificio Rural y Mediterráneo pero se mantiene en pie. Creo que nadie ya apuesta por su conservación.