“Y el dicho alcaide, Francisco de Alarcón, habiendo visto la dicha Real Provisión que por mi el dicho escribano le fue leída de verbo ad verbum e la orden dada por el dicho señor marqués tomó en sus manos la dicha Provisión Real e la besó e puso sobre su cabeza e dijo que la obedecía y obedeció con la reverencia y acatamiento debido como carta e mandato de su rey y señor natural y que está presto de hacer e cumplir lo que por ella se manda”.
Sucede al sumergirse en documentos antiguos, de grafías difíciles y en lenguaje de la época, que uno se siente trasladado al ambiente y a la escena que se narra. Se imagina ese cuadro de costumbres y ceremoniales y entiende que la historia no sería tanta sin archivos que la guarden y notarios que la certifiquen. Fue el día 11 de septiembre de 1598, en la puerta del Castillo de Marbella, en presencia de Fernando Lobato de las Justas, alcaide de la villa de Teba, en representación de Juan Ramírez de Guzmán, marqués de Ardales y conde de Teba. Venía a tomar posesión de la fortaleza por merced de Felipe II y allí estaba el escribano público Alonso de Mora Navarro para dar fe del acto, dos días antes del fallecimiento del monarca.
“E poniéndolo en efecto, se salió de la dicha fortaleza e entregó las llaves a el dicho alcaide Fernando Lobato e le metió dentro e dijo que le daba y dio y entregó la dicha fortaleza y el dicho Fernando Lobato se paseó dentro e subió a la muralla y anduvo por el contorno de ella y entró en la torre que dicen del Homenaje e volvió a la puerta principal, guarnecida de hierro e la cerró sobre sí e la volvió a abrir, todo lo cual dijo que hacía e hizo en señal de la dicha posesión y así la tomó”.
Era una ceremonia convencional y muy arraigada en la tradición. Consistía en una serie de rituales, confirmación de la fe jurada, que dotaba a los actores de autoridad a la vez que mostraban su poder, investido por el juramento de servicio al rey y de acatamiento de las leyes vigentes: “… y en cumplimiento de ello, teniendo el dicho Fernando Lobato abiertas las manos e puestas entre ellas las manos del dicho Francisco de Alarcón dijo que hacía e hizo pleito homenaje como caballero hijodalgo una y dos y tres veces; una y dos y tres veces; una y dos y tres veces según el fuero de España de tener y mantener la dicha fortaleza”.No obstante, la fortaleza comenzaba a mostrar signos de abandono, eran tiempos de crisis. Del inventario de su arsenal puede deducirse su debilidad: veintiséis arcabuces de cuerda antiguos, seis mosquetes de muralla, cuatro cañones viejos desencabalgados, doce ballestas de acero, cincuenta lanzas antiguas con sus hierros carcomidos, dos lombardas, cuarenta y dos pelotas de piedra pequeñas, tres libras de pólvora, doce ballestas de palo antiguas mal acondicionadas y “una campana en la torre del Homenaje con que se vela el dicho castillo”.
El problema no era nuevo. La documentación del siglo XVI muestra el deterioro progresivo de la fortaleza y la preocupación por mantenerla en buen estado de defensa. Incluso hubo denuncias de malversación contra su alcaide, desde 1536, Alonso de Bazán por parte del regidor Baltasar de Escalante: “… ha gastado y gasta muy mal los dichos maravedíes, que ha sido en mucha cantidad, porque dejando de hacer lo que es obligado en reparo de los muros los ha gastado en edificios superfluos y en hacer vergeles y albercas y ventanas, haciendo flaco lo fuerte”. Bazán se defendió contestando que siempre estaba presto al rebato y que su señor, Luis de Guzmán, siempre había atendido las necesidades de tropa cuando la ciudad estaba en peligro. A Luis de Guzmán lo sucedió Juan de Guzmán, a este Juan Ramírez de Guzmán, todos condes de Teba. La tenencia de la fortaleza de Marbella fue una cuestión dinástica porque así lo había querido el rey Carlos: “e contando la suficiencia y fidelidad de vos don Luis de Guzmán, acatando los muchos y buenos y continuos servicios que nos habéis hecho y los que esperamos que nos hicieseis, es nuestra merced e voluntad… que tengáis por nos y en nuestro nombre la tenencia de la fortaleza de la ciudad de Marbella”.
Todo lo relatado lo conocemos porque un escribano dejaba constancia no sólo de los actos jurídicos sino también de su aplicación. Lo que veía adquiría condición de veracidad: “E yo Alonso de Mora Navarro, escribano del Rey nuestro señor, público del número de esta ciudad de Marbella y su tierra por su majestad fui presente a lo que de mi se hace mención e lo hice escribir e recibí de derechos de este traslado ciento veinte maravedíes. Es testimonio de verdad”.