Hay ocasiones en que la investigación histórica depara sorpresas que disgustan, hallazgos que emborronan trayectorias personales ocultadas por el fulgor del éxito. Son datos sometidos al filtro de la veracidad y expuestos bajo la obligación moral del descubridor, que acude incrédulo a la búsqueda casi obsesiva de desmentidos que solo aportan mayor cantidad de pruebas. El dilema se inclina sobre su exposición pública aún a riesgo de incomodar conciencias, resucitar olvidos y derribar mitos.
Víctor de la Serna y Espina era periodista, Premio Nacional de Literatura e hijo de la escritora Concha Espina. En su libro “Nuevo viaje de España. La Vía del Calatraveño”, publicado en 1960, dos años después de su fallecimiento, dedicó cuatro capítulos a nuestra zona: “Sacrilegio en la Costa del Sol”, “Pomos de Oro”, “La Hoya de Málaga” y “Mijas, mirador para querubines”, este último dedicado a Juan Hoffman. De prosa rica, sugestiva, con un gran manejo del vocabulario, fue describiendo, al estilo de un viajero intuitivo y crítico, los inicios del turismo, las impresiones del paisaje, el abandono de nuestro patrimonio y el lado amable de sus gentes.
El capítulo “Sacrilegio en la Costa del Sol” es el que mejor define sus impresiones. Su llegada a Marbella fue en barco, en verano, la desembocadura de Río Verde estaba seca y llamó su atención la frondosidad de los bosques de eucaliptos: “Así, pues, con poca ropa por causa del sol y con pocas lecturas por causa de lo otro, echada al aire la moneda y aceptado el destino, entremos en Andalucía, compañero, como contrabandistas o como corsarios, desde el mar, por la desembocadura del río Verde, entre dos bosques de eucaliptos que, con su verde oscuro, nos parecían dos rocas. Son dos centinelas de esta sacra costa que vamos a pisar”.
Hacia las termas de Guadalmina dirigió sus pasos: “…están las colosales ruinas de unas termas romanas. Partiendo de ellas hacia el Norte, en dirección al pueblo de San Pedro de Alcántara, una conducción de agua, con registros cada doce metros y medio se extiende en una distancia de casi una legua… hasta hace quince días las termas servían de cubil de cerdos. Duele, pero es cierto y hay que decirlo, el que haya tenido que ser una dama americana quien acaba de cercar con alambre de espinos el recinto…”. La visión del monumento incitó la crítica: “Parece que cierta clase dirigente española debiera ocuparse de estas cosas cuando la clase dirigida «no cae» en ellas”.
Sin embargo, fue la visión de la basílica de Vega del Mar la que desató su verbo impregnado de catolicismo: “Aquí empieza nada menos que la España cristiana”, “la filiación de nuestra condición de cristianos viejos, nuestra más gloriosa ejecutoria”, pero la decepción era evidente: “sirve ocasionalmente de letrina a los jabegotes de la costa, a los vagabundos… Si partimos de una vergüenza, ¡bah!, siempre será para repararla. Verás que tardan nuestros amigos de Madrid en salvar la pila bautismal más antigua de España. Verás lo que tarda en saltar la ira… Purificada de inmundicias la piscina bautismal, sembradas unas flores junto al pequeño nártex, con poco que seamos de buenas personas, ¿no estás seguro, compañero, de sentir conmigo el rumor de las alas de los ángeles”.
La descripción de la comarca, incluida en el capítulo “Pomos de oro” alcanza un grado considerable de admiración, con inspiradas pinturas: “Y esta costa ha adoptado el nombre de Costa del Sol, que es, después de todo, justa y solemne. Antes se la llamaba, más sencillamente, la Marina de Andalucía… Cada una de estas villas y ciudades es distinta y es bella… Hay que rondar aún a esta bella durmiente que es la tierra de Málaga, a la que tú y yo compañero, queremos ganar (sin quitarle a los forasteros el honor de admirarla) para los españoles el goce de poseerla”.
Destacó las virtudes de nuestro paisaje sin escatimar calificativos: la intacta pureza de la torre de Torremolinos, la riqueza sin par de las pequeñas vegas, los primores de sus huertas, los pomelos de El Ángel embalándose como joyas, la brillantez de los tomates de Guadalmina “pomos de oro”, Mijas un gigantesco castillo de rocas cortadas. “No existe posibilidad de describir belleza semejante”; la silueta de Gibraltar “puro valor cromático”. “Esta bermeja la Sierra Bermeja”; “blanca la Sierra Blanca de Marbella, que en las noches de luna dicen que se ve, como un Sinaí de plata, desde África”; Ojén entre higueras y algarrobos; “los naranjales de Los Llanos, que están ahora en toda su dorada y perfumada turgencia”.
Esta historia se escribe con miel, edulcorada de lirismo, de madurez, con satisfacción por una biografía plena de éxitos y reconocimientos. Sin embargo, tras ese almíbar De la Serna cargaba con un pasado escrito con hiel.
Víctor de la Serna decidió que la zona era un hermoso lugar para residir. Primero vivió en una finca en Punta La Plata de Estepona y años después alquiló una vivienda en la Huerta Grande de Marbella en la que disfrutaba de sus vacaciones. Fernando Alcalá lo definió “como hombre sencillo y servicial”. Atrás habían quedado los años de su activismo político como miembro destacado de la Falange, combatiente de la División Azul, a la vez que corresponsal de guerra. El 19 de mayo de 1937 expresaba su torticera visión sobre el bombardeo de Guernica por parte de la Legión Cóndor alemana en ABC: “Son los separatistas los que han incendiado Guernica, con una morbosa perversidad de sacrílegos. (...) Ellos habrán reído satánicamente detrás de las cumbres, en su huida, mientras estallaba el artefacto que había de reventar, entre acres nubes de pólvora, las últimas casas de la villa. Aún he alcanzado a ver los cables que unían las minas colocadas por los masoncitos entre sacrílegas bendiciones de los clérigos renegados”.
Fue detenido, junto a Manuel Hedilla y algunos falangistas más, por oponerse en 1937 al Decreto de Unificación que significaba la desaparición de FE de las JONS. Incluido entre los ideólogos de la Falange, cercano a José Antonio, se le atribuye la creación de la denominación “El Ausente” para referirse a Primo de Ribera con el objetivo de fomentar la leyenda de su regreso. En 1940 formaba parte de una comitiva de periodistas invitados por el régimen nazi a Berlín cuyo anfitrión fue Goebbels al objeto de visitar distintos medios de comunicación del Tercer Reich.
Fue director del diario Informaciones hasta 1948. Francisco Umbral lo incluyó dentro de los prosistas de la Falange y lo calificaba de noble y compañón, camisa vieja y germanófilo. Eduardo Haro Tecglen que lo conocía bien, pues trabajó en el periódico, consideraba a De la Serna su protector y lo acreditaba como “creyente, no solo falangista, sino hitleriano”. “Era nazi: seguía encontrando que el nacionalsocialismo podía hacer la revolución social en España. No renunciaba a sus beneficios: pero era leal a sus principios”. Eduardo Martín de Pozuelo e Iñaki Ellacuría en su libro “La guerra ignorada. Los espías españoles que combatieron a los nazis” cuentan que era “conocido popularmente como Otto que es la forma castiza de mostrar dónde están sus simpatías”. Sobre el periódico Informaciones iban más allá: “Este periódico está financiado enteramente por los alemanes. Es el más pro eje de todos los periódicos de Madrid”.
El 2 de mayo de 1945 Informaciones llevaba en su portada la muerte de Hitler: "Un enorme ¡Presente! se extiende por el ámbito de Europa por Adolf Hitler, hijo de la Iglesia Católica, que ha muerto en defensa de la Cristiandad". La necrológica, firmada por De la Serna bajo el seudónimo Unus, ha sido subrayada en la historiografía de la prensa española por su sorprendente tono laudatorio: “Cara al enemigo bolchevique en el puesto de honor, Adolfo Hitler muere defendiendo la cancillería… Ha muerto nuestro capitán pero su espíritu vive y su obra es imperecedera”.