Leo que IU propone que el antiguo edificio de la Comandancia
de Marina se convierta en museo del Mar y que el pleno municipal con los votos
de la mayoría del PP lo ha rechazado. Es una vieja propuesta de IU que de forma
recurrente surge para volverse a poner de actualidad.
Hace poco leí que el ayuntamiento sigue trabajando para
ampliar el museo del Grabado. La verdad es que después de más de veinte años dándole
vueltas al asunto me recuerda a Bill Murray como periodista en El Día de la
Marmota que se despierta cada día sin que avance el tiempo.
Relacionada con esta noticia surge de vez en cuando la rehabilitación del convento de la Trinidad como museo de la ciudad, ¡qué tiempos aquellos en los que Julián Muñoz decidió comprar las ruinas prometiendo su rehabilitación! Han pasado más de quince años y cada año, para cumplir la cuota política de promesas culturales, vuelve a darse la noticia de su inminente recuperación, incluso hubo un tiempo que se prometió un museo privado de arquitectura contemporánea, también se comentó la posibilidad de ubicar allí la colección de arte de un conocido promotor inmobiliario, del mismo modo se negó rotundamente su destino como museo por su escaso espacio para después afirmar rotundamente que el espacio es suficiente: cosas de la política.
Por último y como colofón a este movimiento museístico se anuncia el cierre del museo de los Bonsais para convertirlo en biblioteca, se justifica en que es el mejor lugar para una biblioteca, de hecho no hay mejor lugar en el mundo para una biblioteca. Es más, es imposible crear una biblioteca en un sitio que no haya sido antes museo del bonsái… y están fervientemente convencidos.
Hace muchos años ya, cuando estudiaba museología y museografía debatíamos con intensidad la musealización de la ciudad, la creación de espacios donde mostrar nuestro patrimonio. Nunca llegábamos a una conclusión clara y certera sobre la conveniencia de crear museos sin ton ni son, dudábamos si un museo debía crearse para dinamizar la cultura o que debían ser los movimientos culturales locales los que demandaran o sintieran la necesidad de espacios museísticos, en definitiva si debía de ser antes la gallina o el huevo.
De vez en cuando aparecía el concepto de industria cultural, es decir, un conjunto de actividades (empresariales, asociativas, artísticas, artesanales y comerciales) vinculadas a la propuesta museística para que ese museo, cualquiera que fuera, no quedara aislado, fuera de contexto. Un fracaso museístico más que podría acabar como monumento poco efectivo en la dinámica de la ciudad, sin apenas visitantes, sin vínculos con sus ciudadanos. Me gustaría saber cuántos marbellenses han visitado el museo del Grabado, incluso si saben dónde está y por abundar más si conocen que es una de las mejores colecciones españolas de grabado. Evidentemente las respuestas deben ser desoladoras, no hace falta mucha estadística para saber los resultados. Es el problema de la creación de espacios museísticos cuando no hay demanda, cuando se crean sin contar con la ciudad o se crean como oportunidad turística y no como necesidad cultural.
Pensamos en los visitantes foráneos antes que en los residentes, creemos que los primeros entrarán sin más en cualquier museo simplemente porque va a formar parte de la visita al casco antiguo. Pensamos que basta con abrir un edificio que se rotule como museo para que enriquezca la propuesta cultural.
Antes de decidirse por Málaga, Carmen Thyssen sondeó la posibilidad de establecerse en Marbella, se pensó en el cortijo de Miraflores porque era el único edificio que se acercaba a sus demandas, pero finalmente fue desechado por su pequeño tamaño. No había edificio histórico en la ciudad capaz de albergar la colección de la baronesa. Este hilo me sirve para enlazar con lo sucedido en la capital de la provincia donde se ha producido una auténtica eclosión museística en las dos últimas décadas, sin parangón en España que ha tenido como resultado la multiplicación del turismo pero ¿ha servido para aumentar el nivel cultural de los malagueños?.
El primero fue el Picasso, metido con calzador en varios edificios. Significó la recuperación de una zona bastante degradada pero cada vez que paseo por su entorno, no veo galerías de arte, ni librerías especializadas, ni espacios culturales para el debate, ni empresas que se dediquen a la gestión cultural, solo veo teterías, pizzerías y bares de tapas, bastante caros por cierto, con centenares de mesas que invaden los espacios peatonales. Es una visión peculiar de la cultura como ocio, como espacio de diversión más que de fomento de la cultura. Son nuevos parques temáticos donde la propuesta museística es una excusa para fomentar la terciarización de la ciudad, la de las empresas de dinero fácil, tan alejadas del fin cultural que terminan convirtiendo el museo en parte de un centro comercial.
Esto es solo una muestra de lo que pasa también en nuestro centro histórico, un problema que se va agudizando, que nos está dejando sin espacios para la cultura y los que quedan emergen como islotes rodeados de contaminación turística. Las mesas de los restaurantes que llenan la plaza de Tetuán, ahora del Practicante Manuel Cantos, impiden ver la puerta principal del Hospital San Juan de Dios, en verano es casi imposible acceder, lo mismo sucede con la ermita de Santiago, la Casa del Corregidor, la calle Misericordia, la de la Virgen de los Dolores, nuestros monumentos no son destinos culturales, son objetos turísticos.
No hay ni nunca ha habido una planificación cultural y museística, nunca se ha pensado en lo que los ciudadanos demandan, en sus necesidades. Se eligen edificios para museos solo porque son viejos edificios a rehabilitar y no para que su contenido tenga una museografía adecuada, se han elegido destinos museísticos no por la necesidad de mostrar nuestro patrimonio sino por la oportunidad política del momento, por lo que “viste” publicitariamente su nombre. El futuro y quimérico museo de la ciudad cabrá en 300 metros cuadrados.
Un antiguo profesor universitario afirmaba que el patrimonio no solo hay que cuidarlo sino crearlo también (entiéndase por ejemplo el museo Guggenheim de Bilbao y su efecto transformador de la ciudad). No hay que meter colecciones con bisturí en edificios insuficientes, ni mares océanos en sedes militares, hay que exigir la creación de entornos culturales con sentido común que es algo que jamás hemos tenido en Marbella.