“En la ciudad de Marbella hay dos fuentes minerales, que por sus excelentes virtudes llaman las santas, pues curan las más de las enfermedades. Su situación es en río Real, a una legua de distancia de la ciudad y quinientos pasos de su último molino. Tienen la particularidad que se notan en otras que diré, que puesta en un vaso y echándole aceyte, se va éste a lo hondo y se pone toda blanca como leche. Otra hay que llaman del Caybelo en el arroyo de la Víbora, a distancia de legua y media del pueblo, la que es muy medicinal: no se si se ha hecho análisis de ella para saber todas sus virtudes; pues un boticario se encargó de hacerlo para enviarlo a la botica de Su Majestad y no se si desempeñó su comisión”.
Así destacaba Cristóbal Medina Conde, bajo el seudónimo de Cecilio García de la Leña, en 1789 en su libro “Conversaciones históricas malagueñas”, las propiedades medicinales de dos marbellenses fuentes. Eran tiempos de religión prevalente y nuestro paisaje contenía, como todos los territorios de la cristiandad española, lugares sagrados vinculados a milagrosas bondades curativas, santos parajes de sanos remedios, espacios benditos en los que se superponían estratos de devoción de primitivos ritos y paganos santuarios. Vínculos con la tierra y sus elementos esenciales. Pistas para descubrir ancestrales herencias de la Antigüedad.
La toponimia “sagrada” que refiere estos sitios es variada y de este modo junto a la fuente de río Real hubo un tiempo que existió un Alcornoque Santo, tanto como el Santo Castaño de Istán y el Algarrobo Santo junto al “parronal” (sistema de plantación de viñedos) del Guadalmina, cuya última referencia es en el siglo XVIII. Santificación del lugar, superposición de religiones. Muertos, almas y camposantos de los que en la mayoría de los casos se hablaba de espirituales oídas, por los que erigían ermitas, cruces, calvarios y hornacinas.
Cerros nombrados del Moro o de la Cruz, el de la Sepultura al norte de Artola Alta, el Hoyo del Muerto cercano al Lance de las Cañas y al arroyo de la Vibora, la Lomilla de la Sacra al este del arroyo del Celoso y noroeste del cortijo del Alicate. Como cementerio de los Moros se conocían los restos de Vega del Mar, la Rábita coincidía con el entorno de las Bóvedas. Las aguas adquirían peculiaridades misteriosas como las del arroyo de la Leche que lindaba con el bujedillo de Esteril o el inquietante arroyo del Tesoro que estaba en Las Chapas y del que no se conocen sus riquezas. No hay yacimiento arqueológico en Marbella descubierto o por descubrir que se desligue de este esquema. (Disculpen lo escueto en las explicaciones sobre la ubicación, pero muchos de estos topónimos desaparecieron y sus vínculos con asentamientos arcaicos están aún por establecer, por lo cual ante el riesgo de expolio -práctica bastante extendida- evitamos dar más detalles).
De la tierra llena de metales y piedras a veces preciosas, surge todo, es el origen de Marbella. Su explotación desde antes de la historia creó un contexto en el que junto a las leyendas se forjaron fervores y frente a los mitos historias menos científicas. Fabulosos tesoros, oro, plata, plomo, cobre eran de Sierra Blanca agujereada. Cientos de minas, filones, catas, explotaciones, pozos, túneles y cuevas de ocultas maravillas, ríos argentíferos, historias de codicias y creencias sobre la radioactividad de la sierra, microclimas, magnetismos y fertilidad.
Son dominios extraordinarios cuyo milagro ha sido el de sobrevivirnos. Los sonidos retumban opacos, el agua se escucha y los aromas desprenden primitivismo. La gran mayoría están al norte de la autopista, en el piedemonte de Sierra Blanca, un vasto espacio alomado, que forma un arco colgado de la montaña, de arroyos estacionales incrustados entre paredes y rincones que se descubren andando. Un bello paisaje que se ha salvado en gran parte del empuje urbanizador, pero que corre el peligro de perderse por su abandono y por gruesas amenazas como la de construir una segunda vía de circunvalación. Precisamos trabajos de campo, exploradores para inventariar todo lo visto para así protegerlo. Un reconocimiento y revisión sobre el terreno para que nunca nadie argumente desconocimiento como exención de culpa. ¿Quién se apunta?