martes, 28 de enero de 2020

MIRADORES MUDÉJARES


Marbella es paisaje, evocación de alardes, sensaciones salitrosas y recuerdos de atardeceres memorables. Es mirada hacia el horizonte con la perspectiva tan cercana y a la vez distante de África, es la vista del Estrecho, la esbelta figura de la Concha y sus lomas que se suceden sin fin. Sin embargo, la ciudad, su alcazaba, fue erigida para dominar su entorno no para admirarlo: un férreo control militar de almenaras y murallas contra tantos enemigos que nos obligaron siempre a estar alerta; cruel destino el de tener la mejor ubicación sin poder disfrutar de su belleza conviviendo con el miedo.



Marbella fue ciudad de miradores que se alzaban esbeltos sobre un caserío denso y en ocasiones tortuoso. No hay certeza sobre su cronología, remiten al siglo XVI cristiano con impronta mudéjar, otros, de simple factura acaso corresponden a un periodo andalusí indeterminado. Están tan poco estudiados que cualquier apreciación corre el riesgo de errar. No suelen ser torres exentas aunque alguna hubo, forman parte del cuerpo principal del inmueble, algunos orientados hacia el mar, aunque casi todos con arquerías, los menos con ventanales que recuerdan a ajimeces abiertos a los cuatro puntos cardinales, algunos con techo plano pero casi todos con tejado de teja árabe a cuatro aguas.


No solo cumplían con la función de vigilancia, eran moderadores climáticos, oreaban las viviendas en verano, aprovechaban mejor el calor del sol en invierno y la luminosidad de su interior. Se accedía a ellos por la llamada cámara alta, la del descanso. También formaban parte de ese nuevo gusto por la contemplación, resultado de un arcaico deseo de descanso cercano al ocio y también, como no, muestra del poder de sus propietarios, el sello de presentación de riquezas y ostentaciones. Una competición por mostrar la mayor altura y el mejor remate. Miradores discretos e indiscretos, de prudentes miradas. Desde el altillo todo se ve mejor.



En la ciudad amurallada sobresalían tímidamente por encima de las defensas, como el que se aferra a un alfeizar para asomarse con el temor de ver una amenaza no deseada y es que fue una ciudad castigada y sufrida, desde vikingos a la armada británica pasando por piratas acechantes hasta invasores por tierra y mar.



De los primeros, los más antiguos y simples construidos intramuros, con la bella excepción del que se levanta en las casas de Alonso de Bazán, a los más altos y poderosos del Barrio Alto, los destacados por mi querida profesora María Dolores Aguilar como ejemplo de mudejarismo por los alfices que enmarcaban sus arcos. 



Algunos se perdieron pero tenemos aún, como un tesoro, buenos ejemplos. No es fácil apreciarlos a pie de calle, es conveniente buscar un ángulo preciso. Reclaman un inventario exhaustivo y un marco legislativo que los proteja de la desidia, el desinterés y la falta de respeto por nuestro pasado, renovadas amenazas del siglo XXI.



Si quieres verlos pasea por la calle del Peral y en la esquina con Mesoncillo levanta la cabeza, haz lo mismo por calle Aduar cuando llegues a la esquina de Rafina; dirígete al Santo Cristo y no te pierdas el de la casa Correa y si quieres ver el de la antigua Fonda acércate a calle Bermeja. Vuelve a la Puerta de Ronda, baja hasta el Hospital Bazán, después a la plaza de la Iglesia y termina en la plaza de los Naranjos. Descubre esa otra Marbella.



Ahora sufren otro tipo de amenaza y es por otro tipo de invasión: la de la especulación feroz, la de la reforma sin respeto a su memoria, la de la terciarización sin piedad, lo que conlleva destrozos irreparables. Ya no tienen vistas al mar, el peligro no viene de África, al enemigo no se le ve venir, está entre nosotros.



miércoles, 22 de enero de 2020

LOS ALMIZCATES DEL CASCO ANTIGUO


Almizcate entre calle Buitrago y San Lázaro

Trascribía un documento de principios del XVII cuando una palabra me hizo agudizar la vista. La releí varias veces y en principio entendí almizate pero no era el contexto para un techo de madera labrada. Varias líneas después volvía a aparecer y en esta ocasión no tuve dudas, era almizcate.
La recordaba vagamente pero no sabía exactamente a qué se refería, era la primera vez que, después de tantos años de investigación, supe de su existencia en Marbella. Se mencionaba en una descripción urbana, en un pleito de lindes y propiedades por lo que tuve que rebuscar en diccionarios antiguos y contemporáneos; Covarrubias en su Tesoro de 1611 no lo incluye, el actual DRAE tampoco. Mi curiosidad aumentaba a la par que el vacío de su existencia.



Por fin, en ese espacio infinito de internet, encontré la palabreja y su etimología en un portal chileno del habla hispana que explica que es palabra muy antigua, de origen árabe que se usa en Andalucía Occidental y que se define como un espacio generalmente estrecho que queda entre dos casas que están adosadas y que recorre todo el largo lateral entre ambas casas desde la calle de la fachada hasta la calle posterior. Abunda la explicación en los detalles técnicos: “Muy a menudo el almizcate está abierto como un callejón, permitiendo el paso entre las dos calles, pero algunas veces se cierran con un tabique que solo deja pasar las aguas por una abertura inferior, porque el sentido de los almizcates era antiguamente ese precisamente, dejar colar las aguas de lluvia entre las casas”.


Ya tenía material para trabajar. No es una calle, ni siquiera una calleja, es un espacio de luz, agua y aire entre casas o medianería, tan estrecho que no llega a alcanzar la categoría de calle, casi ninguna tiene nombre, no suelen tener puertas y las ventanas escasean, son los almizcates, tan extinguidos como su nombre que fue borrado del diccionario de la Real Academia en 1992.
Después supe que, además de esos menguados pasillos, en ocasiones se configuraban como patios traseros, más anchos y abiertos. El almizcate toma formas variadas y no estaba sujeto a una fisonomía determinada, más bien a un uso, a una práctica arquitectónica para mejorar la salubridad de las viviendas. En algún glosario de arquitectura se amplía su definición a patio o calle de solo paso para transeúntes entre dos fincas urbanas. Proporciona ventilación y luz a las casas y aposentos adyacentes, además de facilitar atajos para el tránsito de personas y el acceso a instalaciones que requieren atención o mantenimiento.


Los almizcates podían estar abiertos como pequeños pasos, callejones o callejas que no cumplían con el ancho habitual de una calle; cerrados como espacio abierto entre inmuebles o con la muralla de la ciudad, o parcialmente abiertos a modo de adarve. Es difícil identificarlos, el paso del tiempo ha desvirtuado su función aunque algunos pueden adivinarse por las referencias documentales a callejón cerrado, calleja, pasillo del muro o calle angosta sin salida. Todavía queda en Andalucía su recuerdo con la calle del Almizcate en Sanlúcar de Barrameda y otra en Vejer de la Frontera.

Almizcate entre calle Pantaleón y Valdés, actual calle Mariquita Cuevas

En Marbella sobrevive alguno, al menos dos abiertos, el primero el que sirve de paso entre la plaza de la Victoria y la calle Buitrago, el vial más estrecho y anónimo del Casco Antiguo; el segundo el que permite el acceso desde la calle Pantaleón a la de Valdés, al que recientemente se le otorgó el nombre de Mariquita Cuevas, que en los documentos antiguos al no tener nombre se nombraba como la calleja angosta que va a la plazuela que llaman de don Pantaleón (Nazario Marmolejo), aunque también podría ser la que llamaban allá por el XVIII como la calle angosta que llaman de Bracho.
La dificultad de su identificación estriba en que callejas, callejuelas y calles angostas que pudieran ser candidatas a almizcates no son más que calles estrechas de un viario de reminiscencias andalusíes, abundantes en nuestro centro histórico pero no cumplen con la aplicación para la que se creaban los almizcates. No eran lugares para el paso aunque algunos sí cumplían este fin sobre todo de acceso a las puertas falsas, esto es la parte trasera de las viviendas.


Me atraía la posibilidad de encontrar alguno cerrado, perdido en la maraña de inmuebles intramuros, y la única manera de hacerlo era escudriñar una vista aérea con la ilusión de hallar algún almizcate, misión realmente difícil debido a la intensa y generalmente desafortunada renovación del caserío, a la desaparición de su función, su cubrición u ocupación. Y tras un breve vistazo he podido constatar la presencia de muchos, ya sea como almizcate estrecho y largo, ya como patio o patinillo trasero descentrado respecto a la vivienda y colindante a otra. Hay unos cuantos en el antiguo perímetro de las murallas que eran la servidumbre interior que se configuraba como un corredor, libre y desembarazado de edificaciones, que algunas veces se abría en una pequeña plaza, generalmente donde se situaba la escalerilla para acceder al pasillo de ronda y que debido a su demolición quedaron embutidos entre casas. En documentos podemos apreciar que, generalmente, las viviendas le daban la espalda a la muralla.


Donde mayor densidad hay es en el entorno de calle Álamo, Nueva y Valdés quizá la zona más andalusí de nuestra ciudad, donde se aglomeran los inmuebles sin apenas orden, un maravilloso caos con muchas historias por contar.