jueves, 1 de octubre de 2020

EL PAISAJE DE DIOS

 


Hay momentos en la vida que un hallazgo fortuito puede llegar a tocarte el alma. Fue rebuscando entre mis fichas que encontré una vieja anotación “Condesa de Gasparin, Andalousie et Portugal, 1886”. Quedó olvidada entre tantos papeles y carpetas cuando, en plena vorágine investigadora, no puedes abarcar todo lo que te ofrece la historia. Cerré la puerta pero abrí una ventana, esa que da una luz tenue que te recuerda que los días pasan pero no terminan hasta que no cierras los ojos.

Ahora ha vuelto, la condesa traspasa esa ficha añeja para adquirir una figura con prestancia. La obtención del texto fue una revelación (solo he encontrado dos ejemplares uno en la Biblioteca Nacional de Francia y otro en la Biblioteca de Andalucía en Granada). A pesar que se ha trabajado sobre la autora en varios artículos sobre literatura de viajes, el texto correspondiente a Marbella era la primera vez que lo leía entero.














La suiza Valérie de Gasparin viajaba con un enorme baúl y un ejemplar de la Biblia. Recorrió España en 1866 y publica en 1869 su libro más conocido. Sin embargo, las impresiones de Andalucía y Portugal quedaron inéditas como explicaba el editor que, en 1886 publicaba la edición que tratamos: “El nuevo trabajo, de la autora de “Les horizons prochains”, que publicamos hoy, estaba en imprenta cuando se declaró la guerra de 1870. Los desastres de la patria retrasaron su impresión; luego siguieron circunstancias particulares: una parte notable del manuscrito se perdió durante la Comuna. Han pasado quince años: la autora, desde entonces, ha reconstruido su obra en su totalidad, según sus notas. Los acontecimientos recientes otorgan a las cosas de España un interés muy especial: ha llegado el momento, nos parece, de presentar al público la obra destinada a ella”.

El resultado es un bellísimo fragmento de nuestro marbellense terruño, de lirismo apoteósico, con un fondo romántico sublimado por la búsqueda de una naturaleza primigenia. Era el paisaje de Dios. Su salida de Marbella, tras la accidentada llegada del día anterior, dibuja una naturaleza intacta, limpia, donde la luz y la tierra se apoderaban de los sentidos:

“Tenía un encanto indescriptible esa mañana todo recién regado. Las blancas casas de Marbella, refugiadas bajo sus grandes higueras, bajo sus grandes naranjos, reían al sol. La Sierra Bermeja, violeta en los primeros planos, escarpada a medida que se elevaba, mezclaba sus ásperas cumbres con el azul del cielo. Nuestro camino, a veces esbozado, a veces completado, se interrumpía en cada corriente, perdiéndose, encontrándose de nuevo, desmoronándose en algunos lugares, y era aún más encantador. El despoblado, por un momento despojado, señor a esta hora de la tierra, yacía allí como un rey. Las jaras y los palmitos invadían la tierra, una vez arrasada por esta apariencia de camino. Según el aire, según el crecimiento de la vegetación, las formas rojas y blancas, suavemente abultadas y repentinamente calmadas, serpentearían por el desierto. Las abejas volaban hacia los cálices; el mar corría a lo largo de las costas en una cinta de color azul; las torres de vigilancia, doradas, macizas, marcaban la distancia”.

Pero el día antes de la llegada la situación no había sido tan plácida. Viajar a caballo acentúa los sentidos y acrecienta las emociones:

“Nuestra caravana se mueve ahora atravesando el despoblado. El inmortal Siria (1) cubre el suelo con su alfombra azul, lavada de blanco; la maceta abre sus flores por todas partes. Nuestros caballos están cansados, el día cae, el mar se hincha, el viento de África ara las superficies. Las nubes, al atardecer, se amontonan hacia las montañas de Marbella, nuestro alojamiento nocturno. Los vuelos de las gaviotas cortan la ola, arañan el aire con sus cohortes blancas. El otoño se ha desatado, las olas rugen. Como sucede en los países del sur, la noche se hace de repente sin transición. Envuelto en la oscuridad, todo lo que vemos es este mar tormentoso. Los brillos blanqueados con espuma surcada por brillos fosforescentes nos parecen como un muro que llega hasta el cielo”.










La noche apagaba el ánimo, la preocupación era creciente, no era el lugar ni el momento para viajar, los peligros entre tinieblas acechan amenazantes:

“A nuestra izquierda está el desierto. A lo lejos. Alguna torre de vigilancia, una vez destinada a indicar la presencia de bárbaros traficantes en el mar, aparece y luego se desvanece; otra se levanta, otra y otra de nuevo: fantasmas del pasado, que salen de la noche para volver a ella de inmediato. O son figuras inmóviles, carabineros con la escopeta al hombro, a veces solos en la orilla, a veces en filas silenciosas con sus camaradas, en esta concurrida cala del contrabandista. - El saludo habitual se intercambia:

- Vaya usted con Dios.

- Baya [sic]

Y en este abandono, en medio de las lamentaciones de la tormenta, el nombre de Dios, gravemente pronunciado, que se repite de tanto en tanto, parece extender la paz del cielo sobre nosotros”.

El paisaje desaparece a la vez que aumenta la sensación de peligro, la tragedia se palpa, adobada de dolor, lo que le otorga ese ambiente tan deseado por el viajero romántico:

“Durante mucho tiempo el faro de Marbella ha estado girando en la distancia, sin acercarse, sin crecer. Durante mucho tiempo ha estado en silencio. La preocupación nos abraza. Con gran dolor mi marido (2) - lo siento - se está aferrando a su debilitado caballo. Los pies de nuestros animales se están hundiendo en la arena; creemos que estamos retrocediendo a cada paso. Para encontrar un terreno de apoyo, tenemos que caminar en las olas; pero nuestras asustadas bestias se mueven hacia atrás y se levantan.

Frente a nosotros, el malagueño susurra rondeñas; el bordado de los versos brilla, lanzados a la noche. La gran voz de la ira del mar le da un fondo trágico. Los misterios del dolor, nuestra demencia, nuestro pecado, lo poco que somos, las grietas que se abren bajo nuestros pies, parece que nos está contando su historia. Y mientras el oleaje y nuestros pensamientos se van a las lágrimas, escuchamos, detrás de la caravana, a David cantando himnos a pleno pulmón. El himno atraviesa el huracán, domina las melodías siniestras: es la luz del faro eterno; el fuego no vacila.

¿Llegaremos? Ya no preguntamos. - Estas palabras son siempre las mismas -: ¡Dos leguas! han frustrado tan a menudo nuestras esperanzas que ni preguntamos al arriero (al anochecer, se refugió en nuestra farola), ni a los carabineros plantados a lo largo de la orilla”.













Tras la tempestad, Marbella se ofrece acogedora aunque recelosa. La ciudad que entonces desmantelaba sus murallas aún no se había desprendido del temor a lo desconocido:

“Alrededor de la medianoche, el faro que había desaparecido repentinamente brilló. Los árboles se estaban desvaneciendo en el cielo. ¡Marbella! ¿Oyes ese grito? Aquí estamos frente a la posada, una casa blanca cuyos habitantes están sorprendidos por nuestra invasión. Una anciana, la anfitriona, muy compasiva pero muy molesta de vernos, acoge la historia de nuestras aventuras con el ¡Ai!  que testimonia su simpatía y también su completo disgusto.

El patio, bajo un enrejado, con un pozo en el medio; una habitación desnuda y encalada; el ático arriba: esto es todo lo que hay. -Nuestra patrona se apresura a advertirnos que no tiene pan, ni puchero, ni carne cocida, ni huevos, ni verduras, ni vino ni nada. Ella manda al cielo veinte: ¡Mucho ruido! ¡Mucho ruido! Acompañado de miradas desoladas; después de lo cual, la excelente mujer nos da todo: mantel deslumbrante, toallas perfumadas, pollo con arroz, consomé, ¡vino de Málaga!.

Vamos, es bueno para las pobres palomas mensajeras como nosotros acurrucarse, con la cabeza bajo el ala, en un nido suave, todo aterciopelado con benevolencia y amor”.



















La aventura da paso al sueño y de lo onírico a la realidad de San Pedro Alcántara a la mañana siguiente. Pasó de largo, quiso ver un castillo y no le convenció ese paraíso ordenado:

“San Pedro de Alcántara, el pueblo fundado por el general Concha, se encuentra en esta colina, en medio de la caña de azúcar, iglesia y castillo. Los tallos ya grandes, ondulantes hasta donde alcanza la vista, golpearán su línea dorada contra la barra de lapislázuli que se encuentra frente a ellos junto al mar ... Pero hay Edenes mejores para mí.

¡Aquí, este rincón perdido! Este revoltijo de lentiscos, palmitos y brezos; esos naranjos gigantes que arrojan al viento su lluvia de flores; estas granadas rojas como llamas; estos albaricoqueros con ramas poderosas”.

La naturaleza ordenada y bien cultivada perdía el encanto de lo salvaje y su cercanía con Dios más cualquier detalle le devolvía la comunicación íntima con el cielo:

“¿Ves esa higuera centenaria, en la desembocadura del río que se ensancha al entrar en el mar? Lleva la cúpula con sus grandes hojas a diez metros del suelo. Abajo reina una noche transparente de límpidas esmeraldas. En esta sombra, una cabaña; al frente, una niñita enrollada en su trapo morado, con la cabeza despeinada, los ojos profundos y pensativos, apoyada en los codos, la cara entre las manos, mira pasar el agua, la hermosa agua viva, sin arruga, sin pliegue. A ambos lados, dos matorrales de adelfas han erigido sus tapices carmesí a lo largo de la corriente. La lanza de los agaves, candelabro con ocho floretes, en sección transversal del espesor es donde canta el ruiseñor. Canta por sí mismo, por Dios, por sus amores; cuenta la conmovedora belleza de estos retiros; llena la expansión del esplendor con su voz.

¡Cómo vadeamos estos ríos encantados! ¡Qué frescura nos han dado sus oasis! ¡Cómo nos quedamos bajo estas grandes ramas y cómo inhalamos sus perfumes!”.

En este largo viaje emocional del idilio con la naturaleza podía pasarse rápido al frenesí de lo imprevisto:

“A veces, un rebaño de cabras, esbeltas y leonadas como gacelas, cruzaba el agua. Siguieron la barra que medio cerraba la boca; se les veía sobresalir una a una sobre la turbia superficie del mar, el pastor que las seguía, abrigo regiamente echado sobre los hombros, cintura esbelta, sombrero bajado, resaltaba contra la inmensidad. Entonces la soledad se reanudó.

A largos intervalos nos encontramos con una fila de mulas muy cargadas. El contrabandista, rifle en la espalda, navaja en el cinturón, se acercaba, atraído por los ojos, caminando a paso rápido, empujando a la Capitana, que esta vez, temerosa de los fusileros, no tenía cencerros colgando del cuello. Intercambiamos el: ¡Baya usted con Dios! Un lema repetido por los centinelas perdidos entre sí.

Sucedió aún que nuestra caravana emergió de repente en medio de un rebaño de Yeguas o una vacada de toros, que algún muro de nopales nos había ocultado la vista. ¡los caballos a relinchar y galopar y los arrieros a gritar!”.

Marbella y su tierra había regalado dos intensas jornadas a la condesa. Sus palabras son nuestra nostalgia por ese paraíso perdido:

“En estas inmensidades abandonadas al beneplácito de Dios, entre las flores que allí sembró su mano, el alma crece en toda la amplitud del horizonte”.

(1)  Puede referirse al Hibiscus syriaco o rosa de Siria, aunque al ser azul podría ser la malva.

(2)  Agénor de Gasparin llegó a ser senador en Francia.

Mi agradecimiento a Antonia Gómez por la traducción.

domingo, 21 de junio de 2020

DATOS PARA UNA BIOGRAFÍA DEL CAPITÁN ANDRÉS BECERRA




Tiene una calle en Marbella desde 2011. Juan Cristóbal Ortiz Parra lo consiguió tras promover una iniciativa para que se reconociera su figura. Es considerado un héroe por su acción en la batalla de Lepanto cuya narración se repite en las crónicas en escuetas líneas: Momento culminante de la victoria de Lepanto fue la audaz intervención de Andrés Becerra, capitán de los Tercios de Mar nacido en Marbella, quien capturó la insignia otomana. La bandera se puede admirar en la Armería del Palacio Real de El Escorial y como anécdota es destacable que en una época en la que no existían las medallas, el rey Felipe II regaló a Andrés Becerra la bola de oro del tope de la enseña turca como premio a su valor y arrojo en el combate.



Poco se sabe de su vida y tras estas líneas espero esclarecer algunos aspectos menos conocidos. Se ha dudado si era capitán o un simple soldado; Fernando de Saavedra en su memorial sobre la Casa de Saavedra (1679) indica que era cabo de cuatro galeras cuando se produjo el desafortunado naufragio de la flota de don Juan de Mendoza en la Herradura en 1562.  Fray Felipe de la Gándara en su Nobiliario, armas y triunfos de Galicia (1677) afirma que ya era capitán cuando sucedió el naufragio y que en la batalla de Lepanto era cuatralbo, esto es jefe de cuatro galeras. Dato que se confirma en un documento en el que se relacionan los méritos de Pedro Becerra y Serrano, nieto del capitán, que se conserva en el Archivo General de Indias, fechado en 1671 que habla de su abuelo: fue quatralbo de las galeras de España y general de las que quedaron en la perdida de don Juan de Mendoza en la Herradura hasta que se las entregó al marqués de Santacruz. Lo que quiere decir que llegó a ejercer de general provisional al sobrevivir en el desgraciado accidente de la Herradura y que era cuatralbo, que es explicado por José Manuel Marchena Giménez en su memoria de licenciatura “La Vida y los hombres de las galeras de España (siglos XVI-XVII)”: Es importante distinguir entre lo que es el mando de la escuadra de galeras, o de parte de ella, y el mando efectivo de la galera, como unidad de navegación. Entre la máxima autoridad, el capitán general, y los capitanes de galera se situaban los cuatralbos y dosalbos, capitanes de mayor experiencia que tenían a su mando parte de la escuadra –cuatro y dos galeras respectivamente, en la mayor parte de las ocasiones, respondiendo a una cuestión de táctica y organización–. Fue, por tanto, un capitán de mayor experiencia, un cuatralbo distinguido y bregado.



Se sabe de su vida que era natural de Marbella y que tuvo una hija llamada doña Inés Becerra, que casó con don Pedro Serrano y tuvieron otra hija, doña Luisa Becerra, casada con don Matías Íñiguez de los Ríos, de la villa de Ximena, y a don Pedro Becerra Serrano, abogado de los Consejos Reales, que assiste en Madrid. Del único que hemos obtenido referencias fiables es de don Pedro Becerra y Serrano, su nieto, que además de abogado de los Consejos Reales, tuvo una larga trayectoria como funcionario, en 1660 fue nombrado oidor de la Chancillería del Perú y visitador de los Oficiales Reales de Panamá. Graduado en Salamanca en 1649 era hijo de Pedro Serrano e Inés Becerra. Serrano era de Gibraltar, uno de los fijosdalgo de lanza y adarga del número de la ciudad de Gibraltar y sus ganadores que sirvió 50 años. También escribió el Panegírico legal y político sobre las dos resoluciones que se han obrado en el retiro de Carlos II y Feliz venida de Don Juan José de Austria a esta Corte del Reino de Aragón que se conserva en la Biblioteca Nacional de España.



Pero volvamos a Andrés Becerra. Obtuvo algunas prebendas, Saavedra confirma que se le dio el pomo de oro de la bandera turca e introduce otro dato sobre el que tengo algunas dudas: su alteza le dio el pomo que conservan sus descendientes, con cédula real, y asimismo rindió otras dos galeras de Fanal, por lo qual le honró mucho su alteza, dándole Toya. Entiendo que se refiere al castillo de Toya en Peal del Becerro en Jaén e imagino que ese “dándole Toya” significa el otorgamiento del señorío de Toya que existía desde la concesión por Fernando III del señorío de Quesada y Toya al arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada en 1231 pero no he encontrado nada que lo refrende.
Saavedra cita también que fabricó el muelle de Málaga, Gándara que era director del muelle y en el documento de Pedro Becerra se afirma que fabricó no solo el de Málaga sino también el de Gibraltar. De la historia del puerto malacitano sabemos que en 1545 le fueron encargadas las obras a un ingeniero vasco, Juan de Guilisasti, pero hay una referencia de 1534 que ante la noticia que Barbarroja se dirigía a nuestras costas la Corona impulsó la reparación de las murallas y las incipientes defensas portuarias por lo que es posible que su intervención se ciñera a esas órdenes.
Su vínculo con el almirante don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, es evidente, incluso se cita que Becerra era su protegido, tanto como lo pudo ser nuestro alcaide Alonso de Bazán. Los almirantes disponían de numerosas regalías y privilegios en las ciudades costeras y Marbella estaba entre ellas y para el control y administración de los bienes destinaban a personal de confianza.



No sabemos nada de los antecedentes familiares de Andrés Becerra, algo que indica la ausencia de un linaje noble si lo hubiera ya se habrían encargado sus descendientes de nombrarlo o inventarlo, aunque Saavedra lo intenta imbricar con los Becerra de la casa de Saavedra: … en las ciudades de Ronda, Gibraltar y Marbella, adonde, como conquistadores se les hizieron repartimientos de tierras, y en Marbella muchos bancales de tierras. No he encontrado ningún Becerra en los repartimientos de Marbella ni tampoco en las mercedes reales posteriores. Hay un Becerra en el Asiento de las cosas de Ronda, Antón Becerra, escudero de capitanías que fue el que llevó la noticia de la conquista de la ciudad serrana a Sevilla que, además, parece que falleció pronto porque cuando se le iban a adjudicar las propiedades se le cita con una escueta nota: que casó su mujer con Álvaro de Oñate.
En ese triángulo, Ronda, Gibraltar y Marbella se mueve Andrés Becerra. Hay muchos Becerra, era un apellido bastante común con dos linajes claros uno en Galicia y el otro en Extremadura y es imposible saber su ascendencia hasta no encontrar algún documento probatorio. Del rastreo que he hecho en la información que dispongo no he encontrado escritura ni mención alguna, lo que puede indicar que se fuera pronto de la ciudad o que naciera en ella por accidente. Del mismo modo, es probable que el apellido Becerra no fuera el de sus antepasados, era habitual trocar el orden de los apellidos así como incluir apellidos de otras ramas familiares o adquirirlos tras una conversión a la fe católica.


El apellido Becerra tiene cierta presencia en Marbella pero eso no implica nada pues desde finales del siglo XV fue un apellido que se extendió por Andalucía. De los Becerra encontrados en documentos de nuestro entorno destaca el testamento fechado en 1570 de la marbellense Catalina Becerra casada con Bartolomé Pérez que dice ser hija de Gonzalo Becerra y Catalina Rodríguez pero no sabe donde está su padre pese a declararlo como heredero universal: Dejo por universal heredero a Gonzalo Becerra, mi padre legítimo, el cual espero que los haya, e si el dicho mi padre fuere fallecido antes de este mi testamento, porque no se del ni dónde está. Catalina y Bartolomé tenían casa en la población nueva del Castillo lo que muestra un alto nivel de vida.
Esta enigmática mención nos lleva a un Gonzalo Becerra, escribano de Casares en 1545, villa que pertenecía al duque de Arcos, nombre que vuelve a aparecer en Marbella en 1610. De los Becerra que aparecen en documentos la primera es Ana de Becerra en 1557; 1561, Cristóbal Becerra escudero de la capitanía del marqués de Cortes; 1570, Martín Becerra; 1610, Gonzalo Becerra; 1610, Cristóbal Becerra o Cristóbal Rodríguez Becerra que tenía casa en la calle Ancha de la Veracruz y viña en Montenegral. Era yerno de Cristóbal Sánchez y descendiente de Ana de Becerra. Hay muchos más Becerra en las siguientes centurias pero no aportan más que la mención de su nombre por lo que los obvio.

Es curioso que de tan eminente y laureado capitán se sepa tan poco. Ojalá pronto se conozcan nuevos datos y líneas de investigación. Mientras tanto que quede esta pequeña aportación.

lunes, 25 de mayo de 2020

LA ACCIDENTADA ESTANCIA DEL POETA SAFWÁN B. IDRÍS EN MARBELLA


Descubrir datos o noticias históricas tiene siempre un ingrediente de emoción que, inmediatamente es sustituida por la reflexión y el análisis, una tormenta de referencias, relaciones y vínculos que se dirigen a establecer un marco sólido de su contexto. Fue al leer el trabajo de Jasim Alubudi, “Dos viajes inéditos de Safwán B. Idrís” publicado en la revista Sharq al-Andalus en 1994 cuando hallé una referencia sobre Marbella que me pareció realmente interesante.


Sucedió en el año 1180. El poeta murciano pretendía iniciar un viaje a la Meca pero sus tres acompañantes algecireños, el visir Abu 'Amr b. Hassun, el alfaquí y cadí Abu l-Qasim Ibn al-Qasim y el alfaquí Abu Musá b. Nadir, le fallaron por lo que decidió regresar a su tierra. Desembarcó en el río Guadiaro: “hemos llegado, mientras que el sol ha teñido de amarillo sus vestidos a rayas" donde ya habían pasado días y buenos recuerdos con compañeros nobles.


"y cuando se desbordaron las claras de la aurora” continuaron la ruta por tierra, la costera y más difícil, en la que tenían que cruzar ríos y arroyos. Viajaba el poeta con una caravana, era lo más seguro y esa primera jornada lo llevó hasta Marbella. En el siglo XII debía ser un lugar acogedor, sus murallas y la alcazaba la dotaban de la categoría de ciudad. Era esa “ciudad pequeña, pero de carácter plenamente urbano” que citaba el-Idrisi décadas antes o el “pueblecito hermoso y fértil” que fue años después para Ibn Battuta.



Lo que parecía un bucólico atardecer tan marbellense, "mientras de la tarde se apartaron sus últimos restos de vida, y el sol se tiñó en su propia sangre", tornó en un desagradable incidente, una pelea entre comerciantes y arrendadores de tierras e inmuebles le obligó a intervenir para separarlos: "pues mejor la reconciliación" pero todo se torció cuando uno de los arrendadores “le abrasó la trusa* jurando que le iba a derribar sin vida”. Este suceso turbó tanto al poeta que decidió continuar solo el viaje, o huyó por piernas ya que escribe que los dejó con desprecio, lo que indica que realizaba la travesía junto a esos personajes.



No fuimos muy afortunados en las crónicas andalusíes porque en el siglo XIV Ahmad al-Qastali narró otro desagradable incidente con huida incluida por sus zocos y callejuelas que nos descubrió Virgilio Martínez Enamorado en su “Cuando Marbella era una tierra de alquerías”.


El murciano continuó por la costa hacia Málaga, Nerja, Almuñécar, Órgiva, Almería, Vera, Lorca y de vuelta a Murcia. Se acordó de sus amigos que lo habían plantado:  "Si me falla un amigo, [me dedico a] destacar sus méritos, y que mi espada sea visir para mí y con ella aumenta mi fuerza". No fue su viaje más afortunado: "Amigos míos de Algeciras, continuad con bienestar. ¡Por la tarde!, yo, desde que habéis marchado, camino hacia la perdición".

"¿Cuántas veces he intentado que el destino no dispersase nuestra unión?, pero su magia es más poderosa que la mía". 

*gregüesco o calzón que se sujetaba a la mitad del muslo

miércoles, 29 de abril de 2020

9"8 El enigma de la capilla de la Misericordia





 Daría para una novela tipo Dan Brown, con Robert Langdon luchando contra una marbellense secta secreta, desvelando nuestros interiores más ocultos y huyendo con el Santo Grial que había arrebatado a sus legítimos herederos por la plaza de los Naranjos. Es lo fácil, la imaginación vuela y escribir cualquier fantasía siempre será más atractiva que intentar explicar algo desde el rigor histórico, una situación que, en ocasiones, es imposible, o casi.
Sucedió que un día, visitando la capilla de la Misericordia con Antonio Luna, que es quien mejor conoce cada rincón, me llamó la atención una epigrafía en una pequeña ménsula situada debajo del arranque de la pechina de la cúpula a la izquierda del altar. Grabado en la piedra y enmarcado en un trapecio invertido aparece una extraña inscripción 9”8.


Quedé sorprendido, no entendía nada ¿qué hacía una cifra tan rara ahí, tan escondida? No se ve fácil, hay que acercarse al altar y no tiene visión directa desde la nave porque es lateral. Me vino a la cabeza algún versículo de la Biblia, quizás estaría vinculado a algún hecho milagroso de San Juan de Dios o de la orden, ya que ese espacio de la cúpula fue una ampliación de la capilla desde 1687 cuando Carlos II cedió la asistencia a los hermanos de San Juan de Dios. La capilla puede ser adscrita cronológicamente a la segunda mitad del siglo XVIII. Lo raro de este asunto es que cuando hay programas iconográficos barrocos las epigrafías suelen ser frases y no números.



Pronto se disparó la fantasía que es el mayor enemigo de la razón y comencé a pensar en gematrías, numerologías, símbolos ocultos, tonos musicales, cálculo de proporciones constructivas, firma de canteros… todas descartadas. Volví pronto al oficio de historiador ya que a veces las explicaciones suelen ser más sencillas. No es lugar para complicadas disquisiciones simbólicas, es una humilde capilla de un humilde hospital.
Alguien, cuando lo grabó en la piedra, quería expresar algo, pero no a los fieles porque habría escrito la frase que quería transmitir bien visible. Su cercanía al altar con un programa iconográfico dedicado a la Virgen de los Reyes o Virgen de la Paz, que generalmente iba acompañado de las imágenes de San Pedro y San Pablo indica su posible relación. Lo que sí sabemos es que además de la Virgen estaba la imagen del Niño Jesús, llamado el enfermero. Pocos datos para tanto misterio. El programa iconográfico de la capilla (desaparecido en la Guerra Civil) tenía un carácter moralizante, de enseñanza de las virtudes practicadas por el Santo y, sobre todo, las relativas a la caridad.


Tras un rastreo por los versículos 9.8 de la biblia, los resultados son variopintos. Algunos no tienen relación alguna ni con los hermanos de San Juan de Dios ni con el posible programa iconográfico del altar. El Libro de Esdras en el Antiguo Testamento contiene una sugerente frase: “Sin embargo, ahora se nos concedió un breve momento de gracia, porque el Señor nuestro Dios ha permitido que unos cuantos de nosotros sobreviviéramos como un remanente. Él nos ha dado seguridad en este lugar santo. Nuestro Dios nos ha iluminado los ojos y nos ha concedido un poco de alivio de nuestra esclavitud” pero se refiere a los matrimonios mixtos de los judíos con personas de otras tribus, algo que no parece encajar en nuestra capilla.
El de Ezequiel, sobre la visión de la matanza de los culpables tampoco parece adecuado: “Y sucedió que mientras herían, quedé yo solo y caí sobre mi rostro; clamé y dije: ¡Ah, Señor Dios! ¿Destruirás a todo el remanente de Israel derramando tu furor sobre Jerusalén?”. Lo mismo sucede con la alusión que se hace a los hijos de Dios en Romanos, aunque en este caso alguna posibilidad tiene por la referencia a que los hijos de Dios no son los de la carne sino los que indica la promesa de Dios: “Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes”.


En Reyes, en el pacto de Dios con Salomón, incluye una crítica al mal de la soberbia: “Y aunque ahora este templo es imponente, llegará el día en que todo el que pase frente a él quedará asombrado y, en son de burla, preguntará: ¿Por qué el Señor ha tratado así a este país y a este templo?”. Otra referencia al templo es la de la Carta de San Pablo a los Hebreos: “De este modo el Espíritu nos enseña que mientras esté en pie el primer recinto, el camino que lleva al Santuario no está abierto”. En Amós también se habla de castigo: “Yo, el Señor Soberano, estoy vigilando a esta nación pecaminosa de Israel y la destruiré de la faz de la tierra. Sin embargo, nunca destruiré por completo a la familia de Israel”.
Otros versículos si podrían encajar mejor en nuestra búsqueda al hacer mención a la justicia divina, como el 9.8 de Salmos: “Él juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud”. O el de San Marcos que pide una mirada a Jesucristo: "Y luego, como miraron, no vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo” que encajaría con la inmediata presencia del Niño Jesús, el enfermero que se situaba en una peana a la derecha de la Virgen.


Disponemos, por último, de dos menciones al fin hospitalario del edificio, en concreto la del Éxodo que trata de la plaga de ulceras: “Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Tomad puñados de ceniza de un horno, y la esparcirá Moisés hacia el cielo delante de Faraón” pero, si bien, el contexto si podría definir bien el argumento, este 9.8 aislado se queda sin sentido. Más fuerza tiene el de San Mateo que narra la cura por parte de Jesús a un paralítico: “Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres” que no era más que la potestad del Hijo del Hombre para perdonar pecados en la tierra.
Hay una más, la de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, que me llamó la atención: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”. La alusión a la solidaridad, a la caridad, a realizar actos misericordiosos destinados a los más necesitados y como tales rodeados de otras virtudes en este caso morales como la humildad, es uno de los emblemas de la orden hospitalaria.


Podría ser cualquiera de estas citas o ninguna. Las posibilidades son variadas teniendo en cuenta que existen muchos puntos en común entre las virtudes teologales y las de San Juan de Dios pero quizá haya que afinar un poco más. En la obra Chronología Hospitalaria el padre fray Juan Santos (1715) introduce numerosas referencias bíblicas que bien podrían servir, máxime cuando se utilizan hechos acaecidos a los apóstoles para la creación de la hagiografía del santo, por ejemplo en los Hechos de los Apóstoles 9 sobre la conversión de Pablo que en su versículo 8 dice así: “Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco”. Suceso que el fraile se encargó de comparar con lo sucedido al santo: “Ya tenemos a nuestro glorioso Padre, imitando al Apóstol San Pablo en la caída… Cae Juan de la yegua, socórrele María Santísima y oye que le dice, que aquel que lleva no es camino seguro”. Hecho que se vuelve a repetir sobre la entrada en Granada: “Derriba el señor del caballo a Saulo y le manda entrar en la ciudad de Damasco… El mismo señor en traje de Niño se le aparece a nuestro glorioso Padre San Juan de Dios y le envía a la ciudad de Granada”.


Tiene sentido. El versículo de los Hechos de los Apóstoles 9”8 narra un momento fundamental en la vida del santo que recorría la capilla con el programa iconográfico. No sabemos porque se optó por la fórmula numérica, ni sabemos si había otras epigrafías similares pero ese 9”8 estaba enfrente del niño Jesús, de la Virgen, de una bandera de hojalata con la cruz y la granada coronando el altar: “El Niño, nimbado de luz, le presenta en una de sus manos una granada entreabierta, de cuya parte superior sale una cruz resplandeciente, lo mismo que la Granada; con la otra le señala la granada diciéndole: Juan de Dios, Granada será tu cruz”.
La Chronología fue la única biografía del santo hasta que en 1963 Juan Ciudad Gómez Bueno publicó una historia de la orden, es decir que los hermanos de San Juan de Dios tuvieron como única referencia el libro de fray Juan Santos para desarrollar su programa iconográfico. La fecha de 1715 confirmaría la obra de ampliación de la capilla en los años posteriores a la entrega del hospital a la orden granadina.

sábado, 18 de abril de 2020

EL ODIO EN TIEMPOS DE EPIDEMIAS




Escribía Jacinto Benavente que “más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor” y es que el odio es algo consustancial a la persona, a su vida, credo y cultura. En todas las épocas y en cualquier civilización, el odio ha removido el mundo, tallado a fuego y sangre de muerte y destrucción. Somos herederos y sucesores de ese gen, lo portamos encima, se contagia con facilidad, produce monstruos como el sueño de la razón de Goya, vuelven las peores pesadillas… y seguimos viviendo.
Se odia tanto como se ama de forma selectiva, según nuestra cultura, religión o educación. Nos enseñaron a amar pero también nos inculcaron a odiar y no es cuestión de ignorancia ni desconocimiento, es algo mamado en siglos de lecciones. Se odia de forma consciente, premeditada y voluntaria. Se odia al diferente solo por serlo, al que tiene otro color, piensa distinto o cree diferente.



El odio siempre está ahí, latente y acechante del momento propicio, el de la debilidad moral, como respuesta a la desesperación, al albur de nihilismos y apocalipsis, y las epidemias son el mejor momento para escenificarlo desatando la ira más sobrecogedora, la más estremecedora de las miradas.
En España se ha odiado, se odia y odiaremos, siempre habrá un objetivo, nos vaya bien o mal pero cuando las circunstancias se complican, el odio asoma desbocado, la bondad se aparca, la resiliencia es obviada, la compasión y la caridad y todo ese sistema complejo de manifestaciones del amor son apartados para reaccionar contra el enemigo aunque no exista.



En tiempos pasados las epidemias se debían a la ira de Dios, “ira Dei” de uso recurrente cuando no podía encontrarse una causa como escribía el marbellense autor de los Anales de la Historia de Marbella a finales del siglo XVI: “Fue nuestro Señor servido de alçar su yra de sobre esta çiudad tan misericordiosamente que a çinco días del mes de julio deste dicho año fue la postrera persona que se murió de peste y fue tan de tenazón quitarse que no se murió della persona ninguna de fuerte que fue como si nunca lo oviera avido, porque ansí como sanó la gente, sanó la ropa y aunque es verdad que por ser mal contajioso es bien quemar la ropa apestada y quitar ocasiones, digo que en sanando la gente sana todo. Nuestro Señor nos mire con ojos de misericordia y nunca nos de tal castigo.


Ira y castigo por no haber sido buenos cristianos y por haber permitido que los no católicos lo siguieran siendo. Solo los buenos cristianos, el ejército de Dios, podía combatirlo como hizo San Isidro en palabras de Lucas de Tuy allá por el siglo XIII: “… y aquellos que San Isidro había enviado a prender a Mahoma buscáronle por los lugares de España donde andaban predicando, y fueron en seguimiento de él hasta la mar, y como no le pudieron haber a él, prendieron a algunos de los suyos y trajéronlos a San Isidro, al cual, según parece somos en gran obligación todas las naciones de España y de sus confines, pues con su presencia y virtud maravillosa en su tiempo lanzó y quitó de nuestras partes aquella endiablada y pestilencial doctrina de Mahoma, que la mayor parte del mundo ha inficionado por los pecados de las gentes, y así quedamos nosotros libres de ella por los méritos de este nuestro Santo glorioso”.


La pestilencial doctrina de Mahoma era solo equiparable a la de los judíos como se encargó de recordar el Inquisidor y diputado Francisco María Riesco a principios del XIX: “… tan rápidos progresos que se purificó en pocos años la católica grey española de la inmundicia pestífera de las herejías y mala doctrina”. Las religiones eran objetivo primordial, eran pestilentes pero también causantes “en su maldad” de pestilencias. Los progromos que se sucedieron desde 1391 en España contra los judíos no eran más que el resultado de siglos de acumulación cultural y cultual. La peste de 1348 que se asociaba a los judíos con la corrupción de aguas de ríos y pozos fue solo un ingrediente más en esa escalada. En 1526, Diego de Villalobos cura de la catedral de Gran Canaria iba un paso más allá atribuyendo el rebrote de peste a la falta de acción de la Inquisición en la isla: “por eso an crecido las malas, perversas y ponsoñosas espinas de esta adúltera gente".



Odio a los gitanos que fueron considerados como extranjeros indeseables, igualándolos a la categoría de vagabundos. Gentes de mal vivir que el reino debía expulsar para siempre, por ser de mal ejemplo para sus naturales tal como resaltaba Luis Vives en El socorro de los pobres: “¿Cuántas veces vemos que un solo individuo introdujo en la Ciudad una cruel y grave dolencia que ocasionó la muerte a muchos, como la peste, morbo gálico, y otras epidemias semejantes?
Miedo al que venía de fuera, tiempos en que las ciudades cerraban sus puertas y puertos por el peligro de contagio. En 1494 Rodrigo de Alanís se había establecido en Málaga como nuevo poblador pero pronto el ayuntamiento lo obligó a marcharse solo por el miedo a que estuviera contaminado por la peste “porque vyene de donde mueren”.


Odio, miedo y huidas, traslados de ciudades, escapadas a las casas de campo o búsqueda de refugios como hizo la familia de Pedro Esteban en 1494 que se escondió en una cueva cerca de la ciudad con tan mala suerte que los “moros de las razias” se llevaron a su familia: “andava pestilençia en la dicha çibdad de Marvella, e que muchos de los vesinos de la dicha çibdad huyeron della e él e otros vesinos de la dicha çibdad diz que quedaron en ella por la defender e guardar e quedaron de llevar sus mugeres e fijos a una cueva çerca de la dicha çibdad porque nos se les muriesen. E diz que los moros de las razias los espiaron e se conçertaron con los de allende e llevaron todos los que estavan en la dicha cueva a allende”.




En estos tiempos de epidemia poco ha cambiado, hace algunos años el odio se disparaba contra los homosexuales por la epidemia de SIDA, después se rechazó a los africanos por el Ébola, ahora surge con fuerza el nuevo enemigo a odiar, esos chinos comunistas que han contaminado el mundo que, a la vez, nos venden el material sanitario.
Escribo esto mientras me llegan noticias de manifestaciones en EE.UU. con personas armadas llamando a contagiar a judíos, asiáticos y negros. El odio permanece invariable en nuestra memoria. En España se odia un poco a todos, aunque en esta epidemia parece inclinarse a los motivos ideológicos. Nuestro acervo nos permite tener un amplio catálogo de odiados y los odiadores ya no claman por la clemencia divina, se encomiendan a los dioses de las redes sociales para esparcir sus entrañas ¿de qué podemos extrañarnos? No hay nada nuevo que no sepamos.

jueves, 2 de abril de 2020

"ARMA CHRISTI": PROGRAMA ICONOGRÁFICO DE LA FACHADA DE LA IGLESIA DEL SANTO CRISTO DE LA VERACRUZ



No es la primera vez que escribo sobre el tema. En 2010 apuntaba unas primeras impresiones sobre la iconografía que se desarrolla en la fachada de la iglesia del Santo Cristo de la Veracruz. Ahora retomo el tema que me parece de gran interés para ampliar el conocimiento de detalles que entonces pasaron desapercibidos y además ayudar a la interpretación de su advocación así como a su situación cronológica.
La escena es de una simpleza jeroglífica, son unos pocos signos los que establecen este marco iconográfico, sin tener en cuenta los que se perdieron. Se trata de dos cartelas talladas en piedra en las enjutas de la puerta principal y una cruz en la fachada que da a la plaza en la parte de la sacristía.


De izquierda a derecha, la primera cartela muestra una pequeña cruz con las cinco llagas de Cristo en forma de racimos de uva; la siguiente dispone de tres líneas en relieve horizontales y paralelas, una columna con un cíngulo con tres borlas atado y un gallo posado sobre ella y en la parte inferior tres cubos; la cruz que se sitúa bastante alejada, y en cierto modo descontextualizada, es la de San Damián con una rueda dentada en su centro.


La exposición simbólica en la fachada está vinculada a la orden de los Franciscanos cuyo escudo es diferente al actual de dos brazos cruzados sobre la cruz. En la fachada del Santo Cristo lo único que no aparecen son los brazos cruzados que comenzaron a difundirse a finales del siglo XV bajo el generalato de Francisco Sansón. El primitivo escudo como podemos ver en este ejemplo de la ermita de San Antón en Alcántara de Cáceres es idéntico al nuestro excepto por el cordón de esta orden y la corona real de Enrique IV.


En la cartela de la enjuta derecha además del gallo sobre la columna rodeada por el cordón tiene a su izquierda los tres clavos y los tres cubos son tres dados que en escasos ejemplos aparecen también en los emblemas de los de Asís.


Estos tres dados representan a los soldados que se echaban a suerte la túnica de Jesucristo.


Como se puede apreciar en el cuadro de La negación de San Pedro de Tournier cuatro soldados juegan con los tres dados mientras San Pedro niega a Cristo. 


La imagen de la negación fue bastante habitual, de hecho existe un fresco del siglo IV en las catacumbas de Commodilla en la que aparece el gallo sobre la columna.


Este episodio de la pasión de Cristo fue más allá con la popularización desde el siglo XIII de lo sucedido en la Misa de San Gregorio que en el momento de la consagración eucarística por parte del Papa San Gregorio Magno (540-604) un día de Navidad en la basílica romana de la Santa Cruz de Jerusalén, se produjo el hecho milagroso de la aparición de Cristo mostrando sus estigmas de los que brotaba sangre recogida en un cáliz y rodeado de los instrumentos de la Pasión. 


Esos instrumentos eran los “Arma Christi”: las monedas de la traición de Judas, la espada de Pedro con la oreja de Malco, el gallo de la negación de Pedro, las varas y la columna de la flagelación, el paño de la Verónica, la corona de espinas, una cabeza escupiendo y una mano con pelo aludiendo a los escarnios que sufrió Cristo, la jofaina de Pilatos, tres clavos, la lanza y la esponja, la túnica sorteada entre los soldados y los dados, la escala y las tenazas con las que fue desclavado de la cruz.


No siempre se reproducen todas las Arma Christi y más en ejemplos tan esquematizados como el de nuestra marbellense iglesia pero son suficientes para transmitir de una manera simple este hecho de la Pasión que manifestaba la advocación de la iglesia. Un Varón de Dolores que en la actualidad lo procesiona la Cofradía del Santo Cristo de la Vera-cruz, Santo Cristo Atado a la Columna y María Santísima Virgen Blanca.


Más enigmática es la cruz de San Damián, con una chocante rueda dentada en el centro, de la que no he encontrado analogía alguna. Generalmente es reproducida con un Cristo sin corona de espinas y sí con la de gloria a semejanza del icono original, en el que aparece también San Pedro y el gallo de la negación. 


Tenía varias hipótesis al respecto, incluso alguna descabellada por su excepcionalidad pero me inclino por la corona de gloria de San Damián que destaca por su luminosidad y porque circunda la totalidad de la cabeza un Jesucristo ya resucitado cuyo brillo se asemeja al sol.


El conjunto representa la Pasión de Cristo desde el momento que es apresado y azotado hasta su resurrección y todo vinculado a San Francisco de Asís, su vida y sus emblemas que coinciden con las “Arma Christi”. Sabemos que el convento de los mendicantes fue fundado en 1593 y que esta iglesia es, sin duda, de establecimiento anterior ¿cuál es la razón de estos vínculos entre la Veracruz y la orden franciscana? Existen dudas sobre el origen de la ermita, las primeras noticias aparecen a partir de 1563 con la mención de “las casas de la Veracruz”, sin embargo todo indica a una presencia mucho más antigua de la que no hay referencia documental.

el Padre Gerónimo Rodríguez, guardián del convento franciscano de Estepa, en el siglo XIX, en su manuscrito sobre la historia de Estepa y de la Recolección Franciscana en Andalucía, afirmaba que la fundación del convento en Marbella “fue el gran afecto con que los vecinos de esta ciudad atendían a la pobre familia de los Menores”.
Esta es la clave, la presencia de los Franciscanos en nuestra ciudad es anterior a la fundación del convento y todo indica que las casas de la Veracruz era la sede de estos frailes menores sin poder precisar desde cuando aunque podemos suponer que por las características del programa iconográfico se puede remontar bastantes años atrás.