Eran tiempos de ingenuidad dibujados en blanco y negro
franquista, de nuestros inicios turísticos, de solares yermos y playas
vírgenes, tiempos donde los españoles comenzaban a sentir la necesidad de
disfrutar en lugares alejados de las ciudades, principalmente de Madrid, de
tener vacaciones y Marbella fue una de las elegidas por el poder civil y
militar. Una larga nómina de ministros, embajadores y altos cargos eligieron la
ciudad para su descanso. Tras ellos, por un efecto de llamada, cargos menores,
funcionarios y una clase media privilegiada para aquellos años también optaron
por tener su hotelito veraniego.
La historia de la colonia Ansol con sus encantadoras villas comienza
con la expansión de la ciudad hacia el sur y al oeste con el ensanche y
urbanización de la ciudad del futuro. Los terrenos adquiridos por el ayuntamiento en 1940
fueron vendidos al valor de compra para transformarse en urbanizables
mediante subasta en 1942.
La parcela que lindaba al este con el campo de fútbol y al oeste con el arroyo
de las Culebras fue dividida en tres y adjudicada a Cristóbal Parra Sánchez,
Francisco Pedrazuela Martín y Manuel Martín Nieto. Fueron los únicos
licitadores en cada una de las subastas y por lo tanto por la cantidad
establecida inicialmente cuya valoración había descendido respecto al precio de
tasación de los peritos entre un 200 y un 450 por ciento. 14760 m² del
partido de la Campiña que habían pasado en apenas dos años de ser terrenos dedicados a
un fin social o en exclusiva para su explotación agraria a ser urbanizables.
De
hecho, en 1954 la colonia Ansol estaba consolidada con la construcción de 36
viviendas unifamiliares. La sociedad era propiedad de Carlos de Salamanca,
Antonio Pérez López de Tejada y Manuel García Mayor. Los terrenos fueron
adquiridos a 18 pesetas el metro cuadrado. Las viviendas fueron puestas a la
venta entre noventa y cien mil pesetas. Cuatro años después el
ayuntamiento invertía 1.050.000 pesetas en urbanizar la zona de la Huerta
Grande y la colonia.
En
una Colonia Ansol aún flamante se levantaba desde 1961 el primer hotel de
apartamentos y piscina en la calle Virgen del Pilar. Las encantadoras villas comenzaron
a ser trocadas en bloques, entre los más destacables el de Fernando Higueras
Díaz, fechado en 1973, al que pretendía dotar de cierto carácter organicista
“El aspecto exterior será el de un jardín colgante”, a semejanza de lo que
construía por aquellos años.
Las pocas parcelas libres fueron
ocupadas y las pequeñas viviendas sustituidas por edificios. De su fin social
original, el ensanche se había convertido en puro objeto de especulación. En
pocos años, ese paisaje de pequeñas viviendas mutaría en otras en las que se
podía apreciar un importante salto estilístico de la tradición a la modernidad,
un cambio difícil de detener pese a las recomendaciones del arquitecto
municipal “Que el estilo arquitectónico sea libre, aunque se recomiende
especialmente una ambientación en la región”.
Los
mismos espacios y viales diseñados en consonancia con su escasa densidad iban a
soportar una acumulación urbana desproporcionada. Los propietarios que habían
resultado beneficiados del primer reparto iban a continuar como protagonistas,
la primera línea de playa y la fachada a la carretera nacional se convertían en
objetivo prioritario, empequeñeciendo el interior de un barrio que perdía su
fisonomía original.
La última villa de la colonia Ansol resiste mal el paso del
tiempo, grafitis, incendios y un abandono generalizado le han hecho perder
encanto, ni siquiera tiene esa pátina de romanticismo que envuelve a los viejos
edificios o acaso si para quien piensa que el paso del tiempo y la ruina otorga
un derecho histórico al menos para escribir su memoria.
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