Mucho se habla sobre los orígenes del turismo en Marbella.
La tendencia natural es buscar a descubridores-empresarios a los que se
atribuye la salida del anonimato de la ciudad para convertirla en un destino
internacional. Es una verdad a medias más referida a lo que se conoce como
industria turística que a su descubrimiento como lugar de un clima excepcional pues
existen antecedentes sobre nuestras bondades climáticas y sobre la
identificación del nombre de Marbella como sitio ideal para la climatoterapia,
esto es la curación de un amplio espectro de enfermedades debido a la templanza
de nuestras temperaturas medias, tal como se planteó en 1902 al presidente
Sagasta: “…en octubre marchará el Sr. Sagasta a Marbella (Málaga) a pasar una
temporada por prescripción facultativa para reponerse de sus achaques con el
descanso y cambio de clima, donde éste es en extremo benigno y saludable”. Finalmente, su delicado estado de salud
impidió su traslado ya que falleció cuatro meses más tarde.
Que en 1902 se hablase de Marbella y su saludable clima y
que fuera lugar de prescripción médica indica que el nombre de la ciudad como
destino por su clima era bien conocido y que no había sido producto de la casualidad pues muchas
personas, años atrás, lo habían percibido como fue el caso del presbítero Vázquez
Clavel que a mediados del siglo XVIII definía nuestro paisaje: “… a la falda de
una hermosa quanto elevada Sierra, su fertilidad, la bondad de sus aguas, las
virasones del mar, y ningunas lagunas ni otros lugares pantanosos, le producen
un clima bien templado”.
Ese clima se traducía en un paisaje tropical que destacaba
por su fertilidad y frondosidad como describió en 1810 William Jacob “El
contraste de esta legua con las nueve restantes que ya habíamos pasado nos
produjo una gran sorpresa así como un sentimiento de placer; la llanura entre
las montañas y el mar se fue haciendo cada vez más ancha y cada vez más
exuberante con todo tipo de productos tropicales, mientras que la zona que
habíamos atravesado era arenosa y árida…”.
En términos similares se manifestó José Ortega Munilla a
finales del XIX: “La ciudad de Marbella vive en perenne primavera. Por la parte
sur, el mar la acaricia con sus tranquilas olas; por la parte norte, Sierra
Blanca la defiende del frío. Es más que un pueblo, un invernadero de personas y
plantas, en donde el frío no llega y la vejez se retarda en la suavidad de un
clima en el que son desconocidos los violentos contrastes de Madrid”. Tal como se
expresó unos años después Domingo de Orueta: “La villa, con sus alrededores
frondosos de arbolado y huertos de regadío, coronados por la imponente y árida
masa de la sierra... presenta uno de los espectáculos más bellos que es dado
contemplar en la región”.
La idea de la promoción turística estaba ya presente en las
autoridades, el Síndico Rafael Vallejo se expresaba en estos términos en 1890:
" No puede calcularse hasta donde llegarían los beneficios si se lograse
atraer a este país parte de los viajeros de posición desahogada u opulenta que
buscan su salud o su cómodo bienestar en ciudades que respecto a su clima son
inferiores a Marbella". De hecho, como destacó Antonio Rodríguez Feijoó en
su “aproximación a los orígenes del turismo en Marbella”, el primer proyecto relacionado
con el turismo en Marbella fue un proyecto de los ingenieros Amador Villar
Pérez de Castropol y Jorge Fournier para construir una Colonia Estación de
Invierno, proyecto que no fructificó.
En un informe sobre el alcantarillado fechado en 1935, de
autor anónimo, se refrendaba, una vez más, la particularidad de nuestro clima: “La
ciudad de Marbella «abrigada por sus pinares, besada por su mar», según frase
de un ilustre literato inglés, es sin duda alguna el sitio ideal para
residencia lo mismo en invierno que en el estío. Su posición topográfica al
cobijo de su pintoresca sierra, que la libra de los aires norteños, proporciónale
una temperatura uniforme y deliciosa de constante primavera. Siempre produce
este bello rincón de la provincia de Málaga una singular atracción de simpatía.
Pero cuando después de haber visitado detenidamente toda la Costa Azul francesa
y la Riviera italiana, hemos vuelto a estar en Marbella, nos damos cuenta aún
más de la justeza que envuelve su otro nombre «Costabella» con el que ya es
corriente designada. Porque ya no es solo su belleza la del mar, sino el
primor, lo interesante y alegre de su costa y de su cielo”.
Sin duda, estas visiones fueron dejando huella en la opinión
pública. Marbella desde la segunda mitad del XIX había adquirido protagonismo por
su clima excepcional. En la prensa de la época abundan los comentarios comparándolo
con los destinos turísticos internacionales más conocidos. Como muestra este de
1898 del periódico satírico el Papa-Moscas: “Nuestro comandante general D.
Sabas María, recientemente nombrado, procede del arma de artillería y entre
otros buenos servicios, tiene el de haber estado agregado a la embajada de
Rusia tres años. Así es que Burgos, con los mal llamados inviernos que ahora
disfrutamos, le va a parecer Niza, Lisboa, o Marbella”. En toda España se daba
por sentado que nuestro clima era el mejor, algo que no solo se debía a las
impresiones de los viajeros sino también al comienzo de las mediciones de
temperatura y pluviométricas desde 1892 con la creación del Instituto Central
Meteorológico cuyas mediciones locales se tomaban desde el Faro.
Son frecuentes en los ecos de sociedad noticias sobre desplazamientos
y estancias en la ciudad de ilustres personajes de toda España pero en especial
de las provincias limítrofes de Granada, Sevilla o Córdoba, sobre todo en la
década final del siglo XIX, como esta de 1889: “… el señor don José Agreda y
Bartha, canónigo doctoral de esta santa iglesia, en cuyo punto (Marbella) permanecerá
una breve temporada”. Eco que se repetía anualmente y de otros como los
marqueses de Montelirio desde Sevilla o el marqués de Marianao desde Cataluña.
Singulares eran las visitas de Alfonso XIII, la primera conocida en 1908
procedente de Sevilla y antes de marchar a Madrid, la última en 1926.
Pero el clima no fue suficiente para poner en el
mapa de España a Marbella, tuvo mucho que ver la fama del General López
Domínguez, ministro de la Guerra en 1883 y presidente del Consejo de Ministros
en 1906 cuyos biógrafos destacaban que había nacido en “un pueblo importante de
la provincia de Málaga”, y antes la del Marqués del Duero que desde su colonia
agrícola de San Pedro Alcántara se defendía la fertilidad de sus tierras y la
benignidad de su clima algo que iba siempre acompañado del nombre de Marbella.
Fotografía extraída de "José Ortega y Gasset 1885-1955. Imágenes de una vida" |
Sin embargo en cuanto a repercusión mediática y por tanto promocional
destaca Joaquín Chinchilla y Diez de Oñate, su linaje y su familia política,
senador vitalicio, de larga carrera con diferentes cargos, que tuvo importante presencia
en los medios. Su cuñado era Eduardo Gasset Artime padre de Rafael Gasset
Chinchilla y abuelo de José Ortega y Gasset, familia criada en un ambiente
culto relacionado con el periodismo y la política. Eran frecuentes sus
estancias en la finca Caballero que en 1882 había comprado Joaquín Chinchilla.
Marbella no tenía infraestructura turística, las residencias
de nuestros nobles y burgueses visitantes eran los cortijos y haciendas, más de
setenta según los Amillaramientos de 1850, que se extendían por nuestro término
municipal y alrededores. Era un turismo que buscaba la vida rural, el
alejamiento de las ciudades y sus inconvenientes, entre los que estaba la
pobreza y el abandono de nuestra ciudad. Una forma primitiva de hacer turismo
que entronca con la tradición de las villas suburbanas de recreo de Roma. Un
ideal de vida rústica, residencias campestres para la aristocracia romana que a
la vez que granja tenían las comodidades propias de la ciudad, cuyo modelo
continuó durante el Renacimiento.
Un tipo de residencia de descanso alejada de lo que se
estaba proponiendo en Málaga desde finales del XIX con la Sociedad
Propagandista del Clima y Embellecimiento de Málaga que propugnaba un turismo
invernal pero eminentemente urbano. Al igual que sucedía con Marbella, exponían
la comparación climática con los destinos turísticos internacionales. Modelos distintos
que tuvieron continuidad en el siglo XX con la eclosión del turismo
internacional en Marbella con las urbanizaciones turísticas que se extienden
por todo el territorio marbellense y el malagueño más urbano y enfocado a la
belleza de la ciudad y su patrimonio histórico.
La propaganda turística quedó, desde finales del XIX,
imbricada como factor indispensable del desarrollo económico. La labor de Enrique
del Castillo y Pez y Ramiro Campos Turmo fue fundamental; el segundo desde
finales de los años 20 del siglo XX difundió las bondades de Costabella por
toda España con sus artículos sobre El Jardín de España en Marbella.
No fue sin embargo hasta mediados de los años 40 y
principios de los 50 cuando Ricardo Soriano Scholtz y Alfonso de Hohenlohe
convirtieron los cortijos en recintos hoteleros. Fueron los primeros que
crearon establecimientos turísticos pero eso es ya otra historia. Queda aún
mucho por saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario