No hay duda que es título pomposo, de lustre y rimbombo
pero, sobre todo, es sorprendente ya que es género femenino, algo extraño
cuando se acude a nuestra histor ia cargada de testosterona, épica y batallas,
muy de machos dominantes y de mujeres secundarias. Si es perpetua es que es
para siempre por lo que quien lo ostentaba mantiene el cargo, así como sus
antecesores y sucesores por lo que la ciudad y su castillo tendría aún un
alcalde o alcaldesa perpetua salvo que se demuestre lo contrario.
Esta historia no es tan fácil ni sincera, tiene matices y no
es exacta pero suena bien. Todo comienza con una referencia aislada en un
documento en el que se cita a María del Carmen Luisa Felipa Benicia Dominga
Joaquina Ana Antonia Librada Francisca Judas Tadea Cipriana Micaela Torcuata
Clara Fernández de Córdoba Guzmán Castro y Portugal que acumulaba nombres y títulos
a principios del siglo XVIII, además del de alcaldesa perpetua de la ciudad de
Marbella y su fortaleza, el de condesa de Teba, marquesa de Ardales, mariscal
de Castilla, señora de la villa de Campillos, de las Pueblas de Peñarrubia y
Almargén y del Donadío de Turón.
Sus antecesores tampoco tenían muy claro el marbellense
título, les sonaba de algo pero no parecían entenderlo del todo, así Catalina
Portocarrero y Guzmán y de la Cerda se nombraba alcaidesa perpetua de la ciudad
de Marbella, cuando los alcaides solo lo podían ser de los castillos, y Domingo
Fernández de Córdoba Portocarrero de Guzmán y la Cerda Leiva Arteaga y Gamboa
alcaide de Marbella a secas.
Eran descendientes de don Luis de Guzmán, conde de Teba, que
en 1536 obtuvo por merced del rey Carlos I la tenencia de la fortaleza de
Marbella: “…acatando los munchos y buenos y continos serviçios que nos abeys
fecho y los que esperamos que nos hisyeses es nuestra merced e voluntad que
agora e de aquí adelante quanto nuestra merced y voluntad fuere tengays por nos
y en nuestro nombre la tenençia de la dicha fortaleza…” y que como es bien
sabido nombró a Alonso de Bazán su teniente de alcaide.
Los condes de Teba eran por tanto alcaides de la fortaleza y
salvo que compraran una regiduría perpetua tan al uso en el siglo XVII, algo
bastante improbable, no ostentaban el cargo de alcalde de la ciudad ni era
perpetuo. El tiempo desvirtúa hasta los títulos, vestía más ser alcalde o
alcaldesa perpetua de la ciudad que el sucio y bélico cargo de alcaide de un
castillo, máxime cuando durante el siglo XVIII perdió su función protectora por
su urbanización interior y el adosamiento de viviendas a las murallas.
Marbella tuvo muchos regidores perpetuos, he contado por
encima más de treinta, toda la oligarquía local pretendía un cargo de fácil
acceso, con el que se mercadeaba y especulaba, se compraba al rey de turno lo
que era un gran negocio para sus arcas. Tal título intemporal otorgaba alcurnia
aunque fuera ficticia y pretenciosa, además de confrontar con el sentimiento
trágico, tan barroco, de la muerte. La perpetuidad trasciende la transitoriedad
pero sobre todo era un nivel más allá, el más alto, el imposible de superar. No
había mayor honor que tener un título eterno.
Con el tiempo lo que antes se compraba fue convirtiéndose en
honorario y perpetuo que es otro modo de conseguir influencias y publicidad. Del
periodo de la dictadura de Franco consta con tal distinción el que fuera
Director general de turismo Antonio José Rodríguez-Acosta y con mayor
atrevimiento al que fuera presidente de los Estados Unidos, Dwight D.
Eisenhower.
Con la democracia se dio un paso más allá con el
nombramiento, por parte de los ayuntamientos, de santos y vírgenes como alcaldes
y alcaldesas mayores y Nuestro San Bernabé añadió a su santidad el terrenal
cargo de alcalde mayor perpetuo de Marbella. En las cofradías muchos hermanos
mayores incorporaron la perpetuidad en sus títulos y han nombrado por doquier a
los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y del ejército como hermanos
mayores honoríficos perpetuos, una moda que se extendió rápida por pueblos y
ciudades y que aún se mantiene.
De la perpetuidad barroca a la perpetuidad neobarroca. La
fama, la teatralidad, el artificio no sufren el paso del tiempo. Ahora prepondera
la imagen sobre el texto, lo simbólico como relato y manifestación del
pasteleo. No hay mayor honor que ser honorífico y si es a perpetuidad mejor.
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